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La tiranía de Calígula, la crueldad de Cómodo, la locura de Nerón... Quizás ninguno de estos emperadores de Roma necesitaba ayuda externa para pasar a la historia por su histrionismo y excentricidad, pero algunos estudios recientes relacionan su forma de ejercer el poder con el consumo recurrente de plomo. La depresión, los dolores de cabeza, la agresividad y la pérdida de memoria son síntomas que encajan con la intoxicación que provoca este metal, que la élite de la época utilizaba para revertir las tinajas de vino para endulzarlo. Para eso, y para cubrir sus acueductos y sus sistemas de agua, utilizaron los romanos el plomo que empezaron a extraer en Udías a partir del siglo I y II. «También les interesaba la calamina, que se utilizaba para la cerámina, pero no el zinc. Por aquel entonces aún no se conocía este tipo de siderurgia», explica José Ramón Díaz de Terán, doctor en Geología y natural de La Hayuela, ubicado a 4 kilómetros de la zona en la que ya trabajan –por ahora labores previas para adecentar los accesos– cuatro empleados de Variscan Mines. La empresa australiana, dueña desde hace cinco años de los permisos de explotación tras su compra a los anteriores propietarios, quiere recuperar la producción en las localidades de Udías y Novales tras encontrar «al menos» –ese es el escenario más conservador– medio millón de toneladas de mineral de altísima calidad.
Si se cumplen los planes de la compañía y en 2027 pueden arrancar las extracciones, esa sería la cuarta vida del complejo minero de la zona. Algunos pocos vestigios y la aparición en la entrada de la mina San Bartolomé de una moneda del emperador Antonino Pío confirman que, en mayor o menor grado, allí hubo actividad en torno al plomo hace 2000 años.
No se sabe cuánta ni por cuánto tiempo, pero sí que, más allá de pequeñas explotaciones locales, tuvieron que pasar muchos siglos para que se retomaran las extracciones a nivel industrial de la mano de inversores españoles y franceses. Salvando las distancias, hicieron lo que ha hecho ahora Variscan: primero realizar investigaciones y sondeos y, una vez confirmadas las sospechas, activar la producción en un momento de gran demanda de zinc y plomo en Europa por las nuevas necesidades de la industria y coincidiendo en la España de Isabel II con leyes que propiciaban la entrada de capital extranjero para activar la minería y el ferrocarril.
El más rápido en esa carrera fue el banquero y empresario parisino Jean Chauviteau, que constituyó en la capital francesa la Compañía de Minas de la Provincia de Santander. Incluía las explotaciones de Udías, pero también otras en Novales, Comillas o las cavidades en las que ahora se encuentra El Soplao. «Hasta 30 bocas llegó a haber en este complejo de minas, muchas de ellas conectadas entre ellas. Es un sistema de laberintos con cámaras naturales enormes dentro. Si entras por la de Sel del Haya de Udías y recorres 5 kilómetros puedes salir por Novales», explica el experto.
Díaz de Terán cuenta que, debido a la manera en la que se encuentra presente el zinc y el plomo –no en vetas, sino en acumulaciones aisladas en forma de grandes bolsas– estas explotaciones se iban sucediendo a medida que se hacían nuevos sondeos y la dificultad de explotación en la zona anterior se incrementaba. Se cerraba una y se abría la siguiente. De hecho, las primeras extracciones –la calamina– se hicieron a cielo abierto y después se pasó al subsuelo en busca del sulfuro de zinc.
Ahí, en 1855, arranca la segunda vida de la minería en Udías, la más boyante y de mayor esplendor, que se extendió hasta 1932 e incluye la cesión de la propiedad a los belgas de la Real Compañía Asturiana de Minas, que puso en marcha Reocín y se hizo con toda la producción en Cantabria. Se tradujo en una producción diaria de 19 toneladas de mineral –ahora Variscan aspira a 50.000 al año, casi 10 veces más– gracias al trabajo de 450 personas. Hombres picando dentro y mujeres y niños en la selección y el lavado, fuera. Todos ellos en condiciones penosas.
Los ganaderos del pueblo compaginaban la labor en el campo con jornadas de 12 horas en la mina. Y aun así no había suficiente mano de obra. Pese a los salarios miserables y la habilitación de barracones en la que vivían hacinados, la pujanza de Udías atrajo a trabajadores de Galicia, Asturias y País Vasco. Al menos había un jornal. Como recoge José Sierra Álvarez, geógrafo de la Universidad de Cantabria, también fue el caldo de cultivo para que surgiera una potente actividad sindical, una de las primeras relevantes de Cantabria, que culminó con las huelgas de 1903 y 1904. Sirvieron, porque además de mejoras salariales, trajeron la jornada de ocho horas. La presión de los movimientos socialistas y la UGT también logró la demanda histórica de un pequeño hospital. Se conserva parte de aquellos inmuebles en la zona de las Casas de la Mina. El economato, la panadería, las torretas, los hornos, las cocheras... No la línea de ferrocarril de 3 kilómetros que atravesaba dos túneles y servía para sacar el mineral, que después se llevaba a los puertos de Comillas o Hijonedo, primero, y después por carretera tras ser recogida en Ontoria, donde llegaba en un transporte aérea por cable.
La crisis económica de 1929, que desplomó los precios y la demanda, y la situación política nacional, hizo que las minas de Udías cerraran en 1932. Fue la llamada 'crisis de los hombres del saco'. «Aquella gente que había venido de fuera y no tenían propiedad se quedó en la calle, pidiendo y con sus pertenencias en un saco. Aquí a los niños siempre se les ha asustado con aquellos hombres. Algunos se quedaron en Udías y hay aún descendiente, pero la mayoría se fue», añade el alcalde, Fernando Fernández. La tercera vida de las minas duró solo una década, entre 1955 y 1965 –en la vertiente de Novales hubo otro periodo de 20 años hasta 2001–, y los últimos trabajadores fueron trasladados a Reocín. Ya no queda vivo en Udías casi ninguno de aquellos mineros para enseñar los secretos del subsuelo a los que, en teoría, llegarán en 2027.
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Melchor Sáiz-Pardo y Álex Sánchez
Mada Martínez | Santander
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