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En la imagen principal, aparecen los componentes de los picayos de San Roque que le bailaron al santo en 1950. Debajo, los del grupo de danzas Virgen del Campo en la plaza 21 años más tarde. Al lado, la primera vez que sacaron la imagen ... a la calle en 1981. En otra foto, de 2007, son las mujeres las que llevan en los hombros el peso de San Roque, por primera vez. Y así, con este mural -realizado por el diseñador Regino Sáinz de la Maza-, han querido este año José Roberto García y Angelines Gómez, de La Pesa, rescatar la historia de la fiesta que se lleva organizando en este barrio, verso suelto de Cabezón de la Sal, desde los años treinta del siglo pasado. Con varias imágenes en blanco y negro que han ido recopilando entre los vecinos. Fotografías que reflejan el carácter reivindicativo y festivo de estas gentes y la iniciativa incombustible con la que llevan casi un siglo celebrando su fiesta, porque -y esto es algo que se sabe en Cabezón- San Roque es de la Pesa.
Es el tercer año consecutivo que Roberto, Angelines y un grupo de vecinos más empapelan las calles con imágenes antiguas por San Roque. Lo hicieron en 2022, tras dos años de silencio y Covid, y en 2023. Colocaron fotografías antiguas de los antiguos propietarios de las casas en fachadas, balcones y calles de La Pesa. «Y si ves, Lucía, la cantidad de gente que viene y llora». Lloran porque es un álbum de nostalgia en sepia. Y un retrato de lo que se fue y de lo que se va. En esta ocasión, han querido, además, «rendir un homenaje a las pandereteras y los picayos que han bailado en honor a San Roque y a los arcos floridos que han adornado nuestro barrio cada 15 de agosto». Porque lo de los arcos es otra historia. Se la han contado los vecinos a Angelines: «La calle principal era una recta llena de árboles que desaparecieron después de la guerra civil, así que los jóvenes del pueblo, que querían ver adornada la calle, fueron al amanecer del 15 de agosto a coger hiedra para forrar con ella varios bidones de gasolina -como si fueran árboles- que rellenaron de tierra». La cosa quedó tan bien que al año siguiente volvieron a hacerlo, pero esta vez colgaron los arcos en alto, sobre la carretera. Cada vecino, aportaba lo que podía y, luego, era tradición que comieran todos juntos frente a la ermita hasta la procesión. Un festín de esos en el que cada uno lleva una cosa.
Comer, ahora come cada uno en su casa o dónde sea, pero dice Angelines que el pueblo «sigue unido». También han querido homenajear al párroco de Cos, don Gabriel, «que intercedió para que sacaran al santo de la ermita el día de la procesión -hasta entonces, los picayos bailaban fuera y la imagen permanecía en el interior del templo-». A la gente le gustó tanto, que se convirtió en costumbre.
Además, la Asociación San Roque, formada por un grupo de vecinos, ha organizado este año multitud de actividades para animar el barrio y ampliar los actos festivos un día más. El jueves se celebró un concurso de tortillas, hubo hinchables y juegos infantiles, barbacoa, chocolatada, sorteos y premios. Así que la fiesta, que siempre ha sido mucha fiesta, ya es ahora más grande y más de todos gracias a ellos.
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