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Un auto del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria (TSJC) acordaba el pasado diciembre la clausura cautelar del Club de Golf Shangri-La de Gandarilla (San Vicente de la Barquera) y paralizar las obras que se estaban haciendo en un edificio preexistente en el lugar ( ... un viejo caserío). Lo hacía a instancias de una demanda de Ecologistas en Acción (EA), al no «constar licencias» para ello. Ahora, el propietario del golf, Enrique Corsini, explica que lo realizado en el complejo no tenía autorización por cuestiones burcráticas y trabas de la Administración con las que lleva luchando más de dos décadas. También afirma que lo construido es «legalizable» casi al 90% y aporta un informe de la Crotu –fechado el pasado 10 de noviembre– que así lo dice.
Son las doce del mediodía y el empresario Enrique Corsini abre las puertas cerradas al público del Club Shangri-La a un equipo de El Diario Montañés. Dice que quiere que escuchemos «la otra historia» (la suya, el por qué y cómo construyó el campo del golf Shangri-La), todo esto al margen o de manera complementaria a la demanda de los ecologistas (EA) que lo han llevado a los tribunales por considerarlo ilegal y ambientalmente inviable. También a las acusaciones de la Junta Vecinal del pueblo, que dicen que se ha apropiado y usurpado uno de sus caminos.
Al entrar en el complejo llama la atención el esqueleto en estructura de lo que iba a ser la reconstrucción del caserío original que Corsini compró en 2002 junto a la primera de las «dos fincas» en litigio (cuenta con varias más) que tiene en la actualidad. Las del campo suman 14 hectáreas de terreno. Tras el encofrado hay un porche acristalado de una planta y apenas 90 metros cuadrados con una pérgola en madera utilizada a modo de cabaña donde el empresario tiene un espacio para recibir a sus amigos. Justo al lado hay una pista de tenis, otra de pádel y, al fondo, rodeando estas construcciones, uno se adentra en varias hectáreas del campo de golf de nueve hoyos, que también tiene una bolera con un mural dedicado al mítico jugador del deporte vernáculo Tete Rodríguez.
Enrique Corsini (Madrid, 1946) es un ingeniero jubilado que cuenta con varias instalaciones hosteleras a pie de playa en San Vicente de la Barquera. Aunque nació en Madrid «porque era invierno», su madre era natural del pueblo de Celis en el municipio de Herrerías. De hecho, muchos de sus hermanos (son 11 en total) nacieron aquí. Por ello, a su jubilación, (Corsini se dedicó toda la vida a la construcción y actividades financieras del grupo familiar), decidió volcarse en el negocio hostelero de San Vicente. En la villa marinera cuenta con un camping, un hotel y un hostel, además del campo, que quedarán «para disfrute» de sus tres hijos y siete nietos.
El nombre de la instalación hace honor al espacio que Corsini diseñó para disfrutar de su retiro. «Es el último capricho de un jubilado», se arranca diciendo. Y es que la instalación es una especie de refugio, tal y como ideó el escritor británico James Hilton en 1933, dentro de su novela 'Horizontes perdidos', ese paraíso terrenal, ese remanso de paz, llamado Shangri-La.
El peculiar «capricho» que este empresario de éxito se ha hecho a sí mismo y a los suyos tiene varios lagos o charcas artificiales que él mismo ha diseñado y construido en un campo con algunas construcciones «¿sin licencia?» –preguntamos– «Sí», admite en parte, a la par que explica que hubo circunstancias añadidas que lo llevaron a empezar a hacer las obras mientras continuaba con el papeleo. Entre medias, afirma que se cruzó con la «desidia» de algunos funcionarios y de la Administración en un sistema burocratizado. También apunta a las continuas trabas de algún funcionario local a sus proyectos que le sumaron varias decenas de expedientes urbanísticos abiertos y que ahora, añade, «se han desestimado, no existen».
Corsini tiene entre las manos varios papeles con apuntes sobre el caso judicializado y el último informe de un biólogo del Gobierno de Cantabria que empieza reconociendo que no es la persona adecuada para valorar aquello, pero que se lo han encargado a él. El empresario lo enseña y hace un gesto de sorpresa e incredulidad mientras lee en voz alta la confesión del técnico regional que, tras admitir esa limitación, después no deja muy bien su campo.
Y es que Corsini –aunque admite ciertas cosas como el asunto de algunas de las licencias– también subraya que las construcciones que ha hecho en la finca no son una barbaridad –como valoran los ecologistas y los ganaderos contrarios– y que lo demuestra el hecho de que todas son «legalizables», ya que así lo acaba de decir la Crotu. Lo son –también admite– a excepción de una parte del campo de golf ubicada en una parcela de especial protección agropecuaria. El campo también tiene unas naves para las ovejas, gamos, ciervos, jabalíes y algunos otros animales. Sus charcas «naturales» están llenas de cisnes y todo tipo de aves que habitan en un precioso espacio verde, rodeado de un «arboreto» con más de 1.200 árboles de varias especies exóticas que el propio Corsini ha plantado allí. Algunas se han traído ya crecidas y se han trasplantado. «Cuando lo compré aquí no había ni un árbol, era una finca ganadera», describe.
El empresario quiere que sepamos que no ha modificado el terreno donde pasa los días completos; que todo lo que se ha hecho ha sido aprovechando la propia orografía del entorno, con materiales compatibles a los valores ambientales de la zona, hasta los caminos son desmontables. «Los lagos eran torcas, hoyos que ya existían, sólo les hemos puesto un tubo para tapar la salida del agua hacia el interior y se llenan con la escorrentía de la finca o la lluvia, no extraemos el agua como se dice». Añade además, que cuenta con todos los permisos de la Confederación Hidrográfica del Cantábrico en regla, también con los de un pozo de agua que tiene la instalación. Por ello, no entiende aún por qué Ecologistas en Acción lo ha denunciado aliándose con los ganaderos de producción extensiva cuando, a su juicio, el proyecto ha sido siempre respetuoso con el entorno. «Traté de hablar con ellos, explicárselo, pero no quisieron escuchar», incide.
No entiende tampoco –o quizás sí se hace una idea– el interés de la Junta Vecinal de Gandarilla por criticar este espacio. «Dicen que ocupé un camino de servidumbre, pero no es así puesto que pasa por mi propiedad. Todas esas fincas son mías, las compré y el paso empieza y termina en mi casa, no va a ningún otro lado. Además, la portilla se puede abrir. No está cerrada». Entonces ¿cuál es el problema?: «Yo soy el problema para ellos y lo reconozco. Es una evidencia que he modificado su sistema de vida», reflexiona. Se refiere el empresario a que su «sueño» de construirse un campo de golf en la zona no ha gustado a los «cuatro o cinco» ganaderos extensivos que quedan allí.
Explica que todo se revolvió cuando él adquirió una de las fincas y pagó un precio «elevado» por ella. «La necesitaba para el último hoyo y aboné lo que me pedían». Esto supuso, según Corsini, que otros vendiesen su terreno o ya no estuviesen dispuestos a prestar los prados a los ganaderos sólo a cambio de «limpiarlos» y un apretón de manos. En este sentido, lamenta que a este sector les moleste la presencia de otra actividad allí y que, en el caso del campo de golf, da trabajo a «diez personas de la zona solo en mantenimiento». «Se está impidiendo el desarrollo de un pueblo con una economía que depende de subvenciones», critica.
Para los que le acusan de querer realizar en Shangri-La un macrocomplejo turístico rompiendo el paisaje sin respetar la normativa urbanística y ambiental, Corsini lo niega tajante y hace otro apunte: que lo construido allí no se planteó «nunca» como un negocio, «ni puede serlo jamás», añade. «Solo es algo que yo disfruto». Y se pensó también como complemento a los hoteles que tiene, «quizás para potenciar el turismo de los ingleses también en invierno, pero nada más».
Recuerda que el campo –como tal– no tiene actividad y que comenzó a tener un cierto auge cuando la Federación Cántabra de Golf lo declaró «de referencia». Por aquel momento, Corsini dice que no tenía esa pretensión, pero se la dieron. «Lo hice siempre para mí, porque me gusta jugar y para mis amigos», pero la visita de un responsable del colectivo deportivo al lugar ideó el reconocimiento.
Corsini habla en todo momento de su campo como su proyecto de retiro en un auténtico paraíso verde que fue improvisando y modelando cada día de estos veinte años. Un diseño que inició en aquel lejano 2002 con un solo hoyo para «practicar yo» y que hoy tiene nueve. Tras estas dos décadas de trabas, recursos y expedientes al proyecto, junto al proceso judicial abierto por los ecologistas, confiesa que le quedan ya pocas ganas de luchar por realizar alguna actividad allí. Ha renunciado, incluso, a organizar el torneo anual de bolos que se celebra en la instalación. «Seguiré con los recursos y los juicios hasta el final, pero creo que no haré nada más, disfrutaré de este lugar con mis amigos», sentencia.
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