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Ignacio Bárcena lleva un jersey de rayas azul y verde y una camisa de cuadros cuyos cuellos apenas sobresalen. Tiene los ojos pequeños y alegres y las cejas con forma de arcoiris. Al principio apenas habla, lo que es impropio de él –dicen sus hermanos–, ... pero si te conoce en seguida arranca una conversación. Ignacio tiene 60 años, un 85% de discapacidad intelectual y seguramente más predisposición que muchos seres humanos para ser feliz. Ignacio, hermano de Adelina y de Óscar, fue la primera persona con diversidad funcional que se jubiló en España hace cuatro años (a los 56), después de estar casi cuarenta años trabajando en Serca, un Centro Especial de Empleo que proporciona oportunidades laborales a este tipo de colectivos.
Era jardinero en el parque Manuel Barquín de Torrelavega. Allí ha visto pasar a varias generaciones mientras quitaba la basura, barría las hojas o regaba. Un logro el de Ignacio. Una suerte, «sobre todo teniendo en cuenta que hace cuarenta años se diagnosticaba subnormalidad», relata ahora su hermana Adelina. Hoy en día esa palabra chirría. Sin embargo, el caso de Ignacio fue diferente. «Se crió en el bar que regentaban mis padres en Helguera (Reocín) y desde pequeño estuvo muy estimulado». Tuvo la oportunidad de desarrollar todas sus capacidades «en un entorno que resultó fundamental». A los 18 años formó parte del primer grupo de chavales que comenzó el proyecto Serca en Torrelavega. Corría el año 1984. Ignacio vivía en Puente San Miguel con sus padres «y a pesar de que no sabe ni leer ni escribir, cogía el tren todos los días solo para ir al trabajo». En la capital del Besaya le conocía todo el mundo. «No puede recorrer una calle sin que le paren cien veces», relata Óscar.
La bicicleta es para Ignacio como una extensión de sí mismo. «Aprendió antes a ir en bici que a caminar». Durante muchos años realizó el trayecto que separa el pueblo de Cos (Mazcuerras), donde reside en la actualidad rodeado de su familia, de Cabezón de la Sal. Después de la bici, está la perra, Negrita, que roza su lomo contra Ignacio constantemente. «Aquí soy feliz», comenta él.
En Cos habla con los vecinos, ayuda a su hermana con La Posada que regenta, va y viene. «Para nosotros es el centro de todo», asegura Adelina. Siempre está rodeado de gente, «porque cada sábado somos diez personas a comer». Y Negrita, claro. «Aún nos queda mucho camino que recorrer en el ámbito de la integración, pero hemos avanzado muchísimo», explican. «Vaya visita que me habéis hecho», interrumpe él, poco acostumbrado a que le hagan tantas preguntas y a que una cámara de fotos le apunte todo el rato.
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