Secciones
Servicios
Destacamos
Udías es un municipio de dos dimensiones. La vida se divide entre lo que hay por encima de la tierra y las venas que discurren por el subsuelo en forma de minas. Son los intestinos de un territorio que nunca termina de descubrirse del todo ... y mantiene la ilusión y la incertidumbre de quien lo visita en continuo suspenso. «Esto está sin explotar», comenta Ramón Martínez Zubizarreta, Monchi, uno de los creadores de la empresa ecológica La Mandrágora, que se dedica a organizar visitas guiadas a la antigua mina-cueva de Udías.
Ramón repite varias veces la frase de camino a la casa de Marcelino García, uno de los pocos hombres que trabajaron en la mina que queda en el pueblo. Las llanuras cubren el municipio como una alfombra verde inabarcable. Hay casas donde parece que nunca podría haberlas por la fisonomía del paisaje. Udías es un escenario de secretos, de recovecos escondidos que utilizaron los maquis, de historia y de vidas que se parecen entre sí.
Marcelino, de 87 años, nos espera en el patio de su casa, en el pueblo de Toporías, sentado junto a una mesa redonda. De la pared cuelgan varias jaulas de pájaros, que entonan el himno de la mañana. Es un hombre de ojos azules, como dos esferas diminutas, y recuerdos duros. «¿A entrevistarme a mí? Mira que no me acuerdo bien de las cosas». Le acompañan una de sus hijas -tiene cuatro más-, una joven nuera y su mujer. Da la sensación de que en estas vidas no ha entrado el covid, pero sí. «Ya apenas salimos, el único sitio donde vamos es a la huerta», comenta. Sólo quedan tres o cuatro hombres vivos de su generación en Udías, de los que trabajaron en la mina. Comparten vivencias y recuerdos, algunos buenos y otros no tanto.
«Cuando tenía tres años mis hermanos y yo nos refugiábamos en el interior de la cueva-mina y llegábamos a estar varios días escondidos. Los aviones que tiraban las bombas eran lentos y enormes». El antiguo minero memorizó la banda sonora de la guerra. Y la pérdida de su padre. «Murió de silicosis -enfermedad pulmonar- por trabajar en la mina». Marcelino empezó con veintitantos a respirar el polvo del subsuelo. Entonces ya les daban botas y buzos -antes iban con albarcas y boina-. Trabajaba en la zona conocida como 'Pelurgo'. De la mina de Udías se extraía zinc, proveniente de los minerales blenda y galena. Estuvo en funcionamiento hasta el año 1929.
«Teníamos que cargar con cuatro o cinco kilos de blenda desde la mina hasta los camiones», recuerda Marcelino, que hacía ocho horas diarias bajo tierra, otras tantas en el campo y alguna chapuza fuera de casa. «Había que sacar a los hijos adelante». En verano le quedaba tiempo para ir a las romerías andando «y bailaba como una peonza», bromea. Más tarde lo enviaron a la mina de Reocín, donde perdió dos dedos de la mano derecha. «De aquí a aquí -explica mientras señala la distancia entre su codo y su mano- tenía 500 puntos». A raíz del accidente se jubiló.
Ahora ve pasar coches y coches desde el patio de su vivienda. «Los turistas paran y nos preguntan cómo se llega a la mina». Los sótanos del pueblo nunca han atraído a tanta gente como este verano. «Es exagerado», aseguran. «Hay un mesón aquí al lado al que vienen muchísimos turistas este año», dice Marcelino, que observa la rutina vacacional de los visitantes desde la confianza que otorgan los años.
El propietario de La Mandrágora también ha notado un incremento de turistas en el verano del covid. «Está siendo algo brutal, y es que la gente busca lugares seguros y tranquilos como este», insiste Monchi. De hecho, «el pasado sábado la zona de las minas entre La Gándara y Peña Monteros parecía una romería». Un trasiego que altera la cotidianidad de este espacio rural, cuya imagen poco tiene que ver con la que Marcelino guarda en la memoria de su infancia y juventud. La divergencia entre el presente y el pasado. «Éramos muchos hermanos y nos criamos con mi madre. Recuerdo el hambre y lo jodido de aquellos tiempos», expresa Marcelino, que lleva puesta una camisa de rayas que parecen los raíles de su memoria. ¿Tiene miedo ahora con todo esto del virus? «Miedo, qué va, si yo ya lo tengo todo hecho», responde con absoluta seguridad. Al despedirse dice varias veces este hombre de fuerza inquebrantable: «Y que nos veamos muchas veces más».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.