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Manuel Baruque (Burgos, 1998) acaba de cerrar un capítulo importante de su vida. Otro más. Plasmar en un libro, 'El peso de la perfección', su ... mayor experiencia vital: sus dos ingresos psiquiátricos -uno de ellos de más de tres meses- por anorexia nerviosa y depresión cuando apenas contaba con 14 años. Un relato autobiográfico, redactado a modo de diario, que ha ido reconstruyendo con permiso de su memoria y la de sus familiares y con la ayuda de las notas que escribió durante su estancia en el hospital.
¿Qué lleva a un adolescente a dejar de comer? Era el verano del Waka Waka y el mundial de Sudáfrica. Había sacado buenas notas e iba a estrenar una nueva e ilusionante etapa en el instituto. Baruque explica que a los 12 años, cuando la enfermedad comenzó a hacer acto de presencia, tenía un índice de masa corporal superior a la media. «Pesaba más de 100 kilos y me daba vergüenza ir a comprar ropa y tener que pedir tallas de adultos», señala. Sus círculos de amistades iban a cambiar, caras nuevas, chicas por conocer, la red social Tuenti llena de fotos de gente guapa... Esa presión social -aunque confiesa que nadie le hizo sentir mal por su cuerpo-, sumado a su pasión por el fútbol y el tenis y a querer tener capacidad física para afrontar los partidos, acabó por despertar su fuerza de voluntad: «Empecé a perder peso. Lo convertí en un hábito, después en un vicio y entonces llegó el punto de inflexión: el fallecimiento de mi abuela, mi mejor amiga, una persona con la que tenía un vínculo emocional tremendo». Algo cambió. Entró en una etapa oscura, desprovista de consuelo y respuestas. Un abismo desconocido que le llevó a restringir aún más los alimentos. Hasta que prácticamente dejó de comer: «Con 14 años y pesando 45 kilos tuve que ingresar por primera vez en la unidad psiquiátrica del Hospital de Burgos. No me quedaba energía, no podía ni moverme. Fue algo muy duro. Con esa edad, con los cambios psicológicos y hormonales, no estás preparado para algo así. No sabía dónde estaba ni por qué. No era capaz de filtrar los pensamientos negativos, me los creía, me decía que no servía para nada, que la gente no me quería».
Le dieron el alta hospitalaria diez días después. Baruque recuerda que durante la enfermedad, que duró seis larguísimos años, Comillas fue su refugio. «Veraneo en Cantabria desde pequeño, ahora mismo estoy aquí. Venir a ver el mar era terapeútico, por eso esta tierra es parte del relato que plasmo en el libro».
Pero la desconexión que podía producir ver alguna de las nueve playas de Comillas no fue suficiente y volvió a ingresar, esta vez más de tres meses. «Apenas tenía las fuerzas necesarias para recordar lo que pasaba de un día para otro. Sudar era como la cerveza del que tiene problemas con el alcohol. Me daba igual el sitio o el lugar, quería quemar lo poco ingerido». La segunda vez que entró en la unidad de psiquiatría fue la parte más difícil. No solo para él, también para su hermano y sus padres. «Llegué a perder el sentido del gusto. Cuando entré en aquella espiral, uno de los pensamientos más recurrentes era que el sabor significaba que me estaba gustando algo que te iba a hacer engordar».
Cada día y durante una única hora (normas del centro) sus padres le visitaban en el hospital. Baruque recuerda, y así lo plasma en 'El peso de la perfección', que su progenitor le dijo que si se esforzaba un poco más en superar su enfermedad dejaría de fumar.
-¿Cómo superaste la enfermedad?
-«Gracias a las terapias, a los sentimientos y vivencias que padecí, con mucho sufrimiento, ayuda profesional, de familia y amigos conseguí superarlo, aunque en un momento vi que era muy difícil».
Con 'El peso de la perfección' (editorial Atticus), que ya se puede adquirir de forma online y cuya recaudación irá destinada a asociaciones que ayudan a pacientes con trastornos de la conducta alimentaria, Baruque lo que pretende es «visibilizar» la enfermedad y ayudar a otras personas que se identifican con su testimonio.
Cuando Manuel salió por última vez de la unidad psiquiátrica fue hasta la ventana donde su abuela le saludaba cada día. «Ella ya no estaba, pero para mí siempre estaría. Me arrodillé, lloré y grité con todas las fuerzas del mundo: ¡Abuela, esto va por ti!».
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