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Un primer día con cinco pupitres

Un primer día con cinco pupitres

Herrerías ·

El colegio rural de Bielva contará este curso con ocho alumnos, que recibirán una enseñanza «casi personalizada», explica la directora

Lucía Alcolea

Cabezón de la Sal

Miércoles, 8 de septiembre 2021, 07:04

No hay barullo ni se escuchan voces de niños. El edificio es blanco y austero y está rodeado de montañas verdes y flores que mece la brisa. En la pared frontal, el cartel de presentación: Colegio Público Bielva. Es el primer día del curso escolar y nada sucede como uno espera, porque en este centro rural, situado en el municipio de Herrerías, hay tan solo ocho alumnos matriculados este curso, de entre 4 y 12 años. Son las nueve y media de la mañana y faltan treinta minutos para que lleguen los pequeños. Almudena González -directora del centro y tutora de Primaria- y Leticia Saiz -tutora de Infantil- esperan a los escolares en la puerta del colegio, de espaldas al sol. Aquí las nuevas son ellas, porque el maestro anterior se acaba de jubilar después de 28 años en el puesto.

Los ocho estudiantes, de distintas edades, compartirán clase: en el aspecto pedagógico «no les falta de nada»

La segunda se muestra tranquila. La primera reconoce que le acompañan un poco los nervios. De ellas depende que todo funcione, porque son la base sólida de un proyecto educativo en el que además participan cinco profesores especialistas en Inglés, Educación Física, Música, Religión y Pedagogía Terapéutica, que acuden desde Puentenansa y atienden los colegios del valle de forma itinerante. El CEIP de Bielva era un centro rural agrupado o escuela unitaria (tenía entre ochenta y cien alumnos), que aglutinaba a varias escuelas públicas de la zona en un radio de treinta kilómetros, pero todas han ido desapareciendo «por la baja natalidad y el éxodo rural», explica el inspector de Educación, José Ramón López, que acude también este primer día de colegio a recibir a los alumnos.

El inspector crea expectativas: «ya verás, esta es una escuela en estado puro». Lo dice porque en algunos aspectos el colegio parece pertenecer a otro tiempo.

Se acercan las diez de la mañana y comienzan a sucederse escenas del presente en un decorado del pasado. «Adiós pequeños, que lo paséis bien», gritan las vecinas desde las ventanas.

La llegada, en taxi

Llegan los dos primeros niños, cada uno con su mochila, su gorra y su cantimplora. «Habéis cambiado los felpudos», se fija uno de ellos. «No hay muchos cambios, pero alguno sí», responde Almudena amablemente. Lo primero es el protocolo covid. Los alumnos se limpian los pies en el felpudo y se echan gel en las manos. El edificio tan solo tiene dos plantas y en cada una hay un aula y un baño. Los ocho matriculados compartirán la misma clase. La puerta es amarilla y de ella cuelga una foto de niños de otros años. Debajo, un cartel en el que se indica la obligatoriedad de usar la mascarilla. Pronto llegan otros dos menores y una alumna de 6º de Primaria. Los cinco se van sentando y suena ese ruido inconfundible de la silla contra el suelo. Un cubo rojo sostiene la puerta para que se mantenga abierta y corra el aire. No hay filas, ni desorden, ni sirenas que anuncien el momento de entrar, o salir.

Tres alumnos no acudieron a clase este primer día «por motivos personales», así que al final son cinco los presentes: Pedro Collado, Álex Díaz, Mateo Muñiz, Álvaro Acebo y Alba Fernández. La directora Almudena González tiene bien identificados a todos los escolares y es solo el primer día. Ventajas de trabajar en el medio rural. En la pizarra aparece escrita la fecha con letras y con números. Sobre ella, un reloj de pared marca siempre las diez menos veinticinco, la hora en la que dejó de funcionar. La clase es amplia y cuenta con una zona de limpieza, provista de pañuelos de papel y geles hidroalcohólicos, un lavabo y varias baldas llenas de libros. «Los libros van a ser muy importantes», les comenta la directora, que ha formado un círculo con sus alumnos para que se vayan conociendo.

Los niños preguntan por especialistas del año pasado, porque quieren ver caras conocidas, y hablan de cómo han pasado el verano. Hay seis ventanas y las seis están abiertas de par en par. La ventilación seguirá siendo imprescindible en este nuevo curso para prevenir contagios en el aula. Aunque son pocos, los alumnos a veces se interrumpen unos a otros, pero de fondo todo es silencioso y tranquilo en este colegio donde sobran mesas y sillas. En el aspecto pedagógico «no les falta de nada». Reciben una educación «casi personalizada», explican las maestras, «con un trato muy cercano». El patio son las calles del pueblo y el comedor, un restaurante al que acuden a pie. No hay vallas, ni fronteras. El curso promete.

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