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No ha vivido, por edad, sus años dorados sobre la bolera. Es posible, incluso, que nunca le haya visto tirar una bola. Pero cuando Eduardo Rodríguez (Labarces, 15 de diciembre de 2004) mira a Emilio Antonio Rodríguez Seara (Hualle, 11 de marzo de 1950) lo ... hace sabedor de a quién tiene delante. Lo hace con respeto, con admiración. Y es que en Treceño, 'Tete' es la autoridad, la persona más famosa de un municipio que esta tarde verá debutar de luces en Cantabria a uno de los suyos.
La cita es en Hualle, en la bolera donde el campeonísimo lanzó sus primeras bolas, a escasos 200 metros, la plaza de toros portátil donde Eduardo saltará esta tarde, a las 18.00 horas, al ruedo junto a Lea Vicens y Román, dos figuras del toreo, para medirse a erales de Pío Tabernero de Bilvis. «No sabía yo que había un torero en Labarces», confiesa Tete, que se lleva la segunda sorpresa cuando sopesa el capote que maneja el diestro. «¡Cómo pesa!», apunta mientras el torero sonríe.
Eduardo Rodríguez
Novillero
Día de nervios, el bolista recuerda su primer torneo de Primera. «Yo al principio era muy nervioso, vomitaba antes de ir a jugar, llegué a echar hasta sangre y cogí miedo». Miedo a fallar, miedo a la responsabilidad. Frío como un témpano a horas del mayor reto de su corta carrera, el torero confiesa que torear en casa y no haber variado su rutina le mantiene tranquilo. «No estoy cambiando nada de mi día a día no me está haciendo mella».
Tete Rodríguez
Jugador de bolos
Curtido no sólo en grandes eventos, Tete siempre tuvo la capacidad de conectar con la afición, una cualidad también necesaria en el mundo taurino. «El único consejo que le doy es que procure llevarse bien con la gente, tiene que hacerse querer». Eso Edu lo tiene claro, hasta el punto de organizar una rifa entre sus vecinos para promocionar el festejo. «Eso es importantísimo».
La charla discurre de una manera cordial, joven y veterano han conectado. Surgen anécdotas, Tete pregunta por las cornadas, por el peso de los novillos que hoy saltarán al ruedo. Tete se acuerda de que a su hijo mayor, también de nombre Emilio Antonio, le llamaban el Curro Romero de los bolos. «Jugaba de maravilla a los bolos, pero lo hacía cuando lo apetecía, igual que el torero». Eduardo escucha, asiente. De bolos conoce poco, pero sabe que tiene delante a algo más que un bolista. En Treceño, un dios. Y ahora, ya tiene su bendición.
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