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La bolera de Sopeña, en Cabuérniga, era una campa de verdín. Un espacio descuidado, con barro, acumulación de malas hierbas, hojas y plátanos con ... ramas delgadas como alambres. El resultado de un abandono que se ha prolongado durante los últimos cuarenta años. Pero ya no. La junta vecinal ha recuperado la histórica instalación -una de las más antiguas de Cantabria- y con ella, la práctica del deporte cántabro por excelencia, los bolos. La actuación se ha podido llevar a cabo gracias a una subvención de 20.000 euros de la anterior Consejería de Deportes: «Me gustaría que destacaras este punto», solicita el pedáneo, Luis Fernando Pereira, del PSOE.
Los trabajos se encuentran prácticamente finalizados a falta de algún remate, aunque lo más importante «es que esté lista para el 16 de julio, cuando se celebra la fiesta del Carmen». Lo estará de sobra. Era -la fiesta- el evento más popular del valle, asegura el pedáneo, cuando el templete se colocaba en la bolera y todo el mundo bailaba alrededor. Dice que «cualquier persona a la que preguntes del pueblo, tiene un recuerdo en esa bolera, hasta parejas de novios se han hecho...».
Era más que una simple pista donde jugar a los bolos. Un lugar de encuentro, donde bailaban los picayos, otros el pasodoble y los más rezagados comían pipas. Y es eso, aparte de lo material, lo que Pereira quiere recuperar. La sensación de pertenencia a una comunidad.
Tras cuatro décadas sin uso, la tarea no era poca cosa. «Se ha cambiado la caja de los bolos y se han construido casetas nuevas para guardar las herramientas». Han decidido conservar el cierre de piedra y los árboles centenarios. Además, se ha encofrado con tablones de madera «resistentes para que tengan la mayor durabilidad posible». Las líneas para tirar las bolas se han pintado sobre el terreno de manera que los jugadores puedan situarse a una distancia de entre seis y veinte metros de los bolos. «Así pueden jugar personas de todas las edades y tamaños». También se ha adaptado el acceso a la zona de juego para las personas con movilidad reducida. La idea además es instalar bancos de piedra, «aunque el público suele sentarse en las losas que forman el perímetro de la bolera». Por último, se ha dotado al recinto de un sistema de iluminación que facilite la estancia o la práctica del deporte de noche.
Más allá de la parte técnica, los vecinos proyectan devolver el deporte de los bolos al pueblo de Sopeña. «Ya tenemos suficientes voluntarios para formar una peña bolística y queremos organizar al menos cuatro torneos al año». Su pretensión «de momento no es competir al más alto nivel», pero sí mostrar a los chavales del pueblo en qué consiste esto de jugar a los bolos. «Es una bolera como la que hay en Carrejo -ahora cubierta de sillas y mesas al hacer de terraza de un bar-, en Renedo, en Carmona o en Barcenaciones», relata el pedáneo, que aboga por recuperar e impulsar este tipo de instalaciones.
Para desarrollar los trabajos, «se ha contratado a operarios del pueblo», insiste también Luis Fernando Pereira, dando a entender que con la obra se ha beneficiado a los propios vecinos. El único hándicap es que «el bar de toda la vida, que estaba ubicado junto a la bolera, ahora está cerrado, por lo que tendremos que encontrar la manera de solucionarlo». El alcalde no descarta habilitar un local de la junta vecinal. «Nuestra intención no es solo recuperar la bolera, sino la identidad de un pueblo, nuestros recuerdos», reconoce con cierta nostalgia.
Las boleras, epicentro de la vida social en los pueblos cántabros, forman parte de la tradición más arraigada de la región y sin embargo, son muchos los lugares en los que se están dejando abandonadas. En contra de esta corriente, surgen iniciativas vecinales como la que se llevó a cabo el año pasado en el pueblo lebaniego de Bárago, donde los vecinos organizaron una iniciativa para recuperar la antigua bolera, en desuso por otro de los problemas que sacuden el campo, la despoblación.
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Ana del Castillo
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