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El puente de los deseos
Leyendas de aquí

El puente de los deseos

Quien pueda atravesar al Puente de la Maza sin respirar verá concedido un deseo, siempre que supere la apnea

Aser Falagán

Santander

Domingo, 8 de octubre 2023, 11:13

San Vicente es una villa que se asoma al Cantábrico incrustada entre dos puentes. Uno, el de la Barquera, que da apellido al pueblo. El otro, incluso más importante y conocido, es el de La Maza, que desemboca muy cerca de la playa homónima y constituye la puerta de entrada al casco urbano. Se trata de un icono clásico del pueblo que durante décadas, antes de que se construyera la Autovía del Cantábrico, sirvió como ruta para comunicar Cantabria y Asturias mientras era escenario de colosales atascos.

Como muchas cosas en San Vicente, tiene un nombre muy particular, porque lo de La Maza es solo la denominación oficial de una infraestructura que se comenzó a construir a finales del siglo XV, tardó décadas en terminarse (la fecha más probable de finalización es 1537) y desde entonces, con el buen puñado de modificaciones que ha experimentado a lo largo de la historia, ha sido testigo y pieza clave en la vida del pueblo y de toda la Cantabria occidental. De hecho sufrió daños durante la Guerra Civil, en plena retirada del ejército republicano, aunque sin llegara afectar a su estructura. Cortar esta comunicación resultaba clave para demorar el avance nacional.

Por el puente pasaban todas las rutas comerciales. Cualquier montañés o asturiano lo ha atravesado alguna vez y forma parte incluso del Camino de Santiago del norte, o al menos de uno de los muchos que por todas partes se encuentran. También lo transitó infinidad de veces ese curioso vecino que la leyenda urbana asegura que participó en el Proyecto Manhattan, aunque en realidad no era nada más –y nada menos— que uno de los ingenieros que participó en el desarrollo de la tecnología nuclear civil en Francia.

Desde allí se puede casi adivinar la Casa de la Curva, ese edificio encantado que habita el fantasma de una niña o un espíritu mucho más malencarado, según la versión que se cuente. También se puede ver desde el Castillo del Rey, habitado por un fantasma al menos desde los años treinta del siglo XX. Es, en definitiva, una parte consustancial del pueblo que sirve de plataforma para lanzar los fuegos artificiales en la fiestas y por el momento se salva de la odiosa costumbre de los candados atados en las barandillas, aunque al ser también peatonal no se puede asegurar que no termine sucumbiendo a la epidemia.

El Puente de La Maza, el más antiguo de la villa marinera, sustituyó a otro también secular, pero mucho más endeble, para consolidar una ruta imprescindible para la comarca. Cuenta con más de 500 metros de plataforma asentados sobre 29 pilares con sus 28 vanos de medio punto, llegó a ser incluso más largo, antes de una remodelación que permitió ganar algo de terreno al mar, y fue un elemento clave para el crecimiento de la villa. Una colosal obra de ingeniería para su época que ha resistido el paso del tiempo y a la que incluso correos le dedicó un sello temático en 2018.

Pero si ese paso de más de 500 años es famoso por algo es por su pequeña pero perenne leyenda. Se le conoce como el Puente de los Deseos y es por algo, aunque nadie sabe cómo nació el mito o tradición. Ni de qué manera ni en qué momento.

El relato es sencillo. Antes de atravesar la ría, pida en silencio un deseo (es importante no decirlo en alto). Después cierre los ojos (si es posible, porque en esto último la tradición no es muy precisa y además puede resultar una decisión nada recomendable) y tome aire; la mayor bocanada que sea capaz. Porque, según la leyenda, aquella persona que consiga cruzar el puente sin respirar, verá cumplido su deseo. No faltan pejines que den fe de la historia o aseguren haber experimentado en carne propia aquello de que los deseos se cumplen o, al contrario, que no superar la prueba, se desbaratan. La tradición debe ser relativamente moderna, porque con más de medio kilómetro de recorrido –y eso que el puente llegó a ser más largo e incluso más ancho, de acuerdo con lo recogido en el Madoz– resulta imposible hacerlo a pie y ni siquiera perece sencillo en coche, a poco tráfico que haga.

Probablemente el deseo más pedido, aunque nadie se atreva a confesarlo, sea, ya en pleno paso sobre la ría, no morir asfixiado en el intento. Porque el Puente de los Deseos solo lo es para los campeones del mundo de apnea.

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