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MARTA SAN MIGUEL
Herrera de Ibio
Martes, 9 de agosto 2022, 07:14
Nada más entrar en Herrera de Ibio, un cartel cruza el tendido eléctrico para dar la bienvenida con una advertencia: 'Turista, adáptese al pueblo, nosotros vivimos aquí'. Tras varios días ahí colgado, los vecinos se levantaron ayer con un cartel nuevo, más grande y pendiente ... de lugar emblemático en cualquier pueblo, la fachada de la iglesia: 'Al señor cura queremos recriminar que las campanas de este pueblo vuelvan a sonar'. Son las once de la mañana, apenas hay movimiento por las casas y las campanas suenan once veces sobre el silencio calmo del pueblo. Sin embargo, a las once de la noche, ya no será así, porque desde hace un par de semanas, a esa hora da el último tañido el reloj hasta la mañana siguiente. ¿El motivo? Las quejas de unos turistas que se aposentaron en el alojamiento rural ubicado a escasos metros de la iglesia y que, al parecer, no pudieron descansar por el ruido que emitían cada hora (más un toque a las medias). La propietaria del negocio, que abrió el año pasado, le pidió al párroco que silenciara las campanas por la noche y la polémica se levantó en medio del silencio, hasta el punto de que este domingo los vecinos protagonizaron una 'cencerrada' ante el templo para protestar por la decisión de callar los avisos sonoros.
La polémica se mueve entre la tradición de las aldeas y la presencia cada vez más habitual de turistas en entornos rurales donde, según los vecinos consultados, «jamás había protestado nadie» por esta razón. De hecho, la primera crítica por el ruido nocturno de las campanas en Herrera de Ibio, en Mazcuerras, la hizo un turista que, además, publicó en en internet una reseña muy negativa del establecimiento por este motivo, advirtiendo a los interesados de que «no fueran ahí si querían descansar» o que «los niños incluso tenían miedo».
¿Es tan insoportable la convivencia con los tañidos de madrugada? Para la propietaria del negocio y vecina del pueblo, Manuela Gómez, la campana «molesta muchísimo» y está convencida de que los decibelios «superan los permitido», aunque no los ha medido porque no pensaba que fuera a provocar semejante revuelo su petición. Sin embargo, para Toñi Gutiérrez, también vecina de Herrera de Ibio, el sonido «es parte de nuestra tradición y da gusto oírlo, ha estado toda la vida y no tienen que venir de fuera a quitarnos nuestras tradiciones».
Toñi Gutiérrez | Vecina de Herrera de Ibio
Manuela Gómez | Propietaria alojamiento rural
El negocio turístico abrió el pasado año. Era la casa de su familia y, después de veinte años cerrada, Manuela Gómez la rehabilitó y la abrió para recibir por temporadas hasta seis huéspedes. Hace un par de semanas, tras las críticas de los inquilinos -«al irse, me dijeron que no habían podido dormir»- decidió pedir al párroco silencio por la noche. Luciana Ramírez hacía ayer las maletas después de haberse quedado precisamente allí desde el 31 de julio: «Las campanas paraban a las once de la noche y no ha sido un problema, y aunque teníamos la buhardilla pegada a la torre tampoco te desvela; hemos dormido a gusto y hemos apreciado subir al monte, bajar a la playa. Esto es precioso y encima hace fresco», decía a punto de regresar a Granada.
Paloma, otra turista de Bilbao, paseaba ayer con su familia por las inmediaciones de la iglesia, ante el cartel de la polémica: «Es la primera vez que venimos a esta zona y nos ha parecido un entorno maravilloso, muy tranquilo y lleno de naturaleza, que es lo que buscábamos. Al principio sentíamos que el pueblo recibía a la gente de fuera un poco hostil, pero ahora ya nos vamos enterando de lo que ha pasado y está bien que suenen las campanas, que canten los gallos y que huela a vaca porque es parte del atractivo de este entorno. A quien no le guste eso, que no venga».
Para Toñi, la polémica va más allá del turismo y entra en el terreno de la convivencia de lo rural y lo urbano: «Tengo una hermana que vive en una finca con animales y están construyendo casas cerca. Cuando vengan, los propietarios se van a quejar de los animales, ya lo estoy viendo, ¡pero es que vienen a un pueblo! ¡Hay animales, hay críos!», clama la vecina: «Es que a la gente le molestan hasta los críos que corren por la carretera, las campanas, los perros, los gallos». ¿Los gallos? Y recuerda la polémica de una casa rural que está cerrada (Casa María): «En la casa de enfrente había un gallo que cantaba al amanecer y a los turistas les incordiaba y protestaban. No es normal, de verdad». Si bien Toñi reconoce que su vecina «tiene un negocio», lamenta lo que considera «imposiciones» de los turistas: «Son ellos quienes tienen que adaptarse a nosotros, no nosotros a ellos. Ellos vienen de paso».
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