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Al ganadero Antonio Callejo, de Barcenillas (Ruente), le empezaron a faltar vacas hace semana y media. «Siempre hay alguna que se despista», pensaba, pero esta vez eran como nueve las que no aparecían -tiene treinta y pico animales-. Las buscó «día y noche» y ... el sábado, tras casi una semana, se encontró con el rastro inconfundible de varios de sus animales, que se habían despeñado ladera abajo hasta el río Lamiña. La mayoría frenó antes de caer al agua. Tres no. Tres murieron. Dos tudancas de Antonio y una mixta de su vecino ganadero José Díaz. Creen, los propietarios, que salieron huyendo «en estampida, porque una vaca no echa a correr despavorida así porque sí». Seguramente, dicen, «huían de algún depredador». Quizá de un lobo, «pero nadie lo puede asegurar». Antonio y José llamaron al Servicio de Emergencias del 112 y el domingo hubo un primer intento de rescate con el helicóptero del Gobierno de Cantabria, pero una emergencia en Picos de Europa les hizo abandonar la operación. Se retomó en la mañana de ayer y se saldó con dos cadáveres en tierra y un tercero atrapado que no se pudo extraer al encontrarse en una zona boscosa de árboles. Un lugar de difícil acceso para el aparato volador.
La operación, denominada cargo externo nivel 2, resultó compleja y se alargó más de lo previsto. Dos rescatadores del Ejecutivo autonómico debían esperar en una finca de Lamiña, a unos cinco kilómetros del lugar donde se encontraban las vacas, a que el helicóptero del 112 depositase los cuerpos en tierra firme. A priori, todo era viable, aunque la escena parecía un poco de ciencia ficción. La pareja de operarios, enfundada en buzos blancos, con guantes, mascarilla y botas -lo que se conoce como equipo de protección biológica antisalpicaduras-, hacía señales al cielo, en medio de un campo verde soleado y silencioso a las once de la mañana de un martes. Su función consistía en esperar a un helicóptero que iba a aparecer volando con una vaca muerta colgando de una cuerda. Con la vaca de Antonio, que presenció toda la operación al otro lado del muro que hacía de cerramiento.
Antonio Callejo
Ganadero
Más de dos horas dando vueltas en torno a sí mismo, lamentando la pérdida ya consumada y preguntándose cómo iban a cargar a los animales, «que pueden haberse descompuesto tras pasar varios días seguidos en el río». Que igual huían de «varios lobos», decía Antonio, que uno o dos cánidos «no asustan a tantas vacas». Y que en Lamiña «ha habido muchos ataques, aunque últimamente no tantos, no tantos», repetía. «Se conoce que las acorralaron y murieron con la caída, no ahogadas, así que ahora a ver cómo las amarran al aparato, que no va a ser fácil».
Mientras, el helicóptero iba y venía, iba y venía, estudiando el terreno para solventar la situación de la mejor forma posible. En el río estaba el hijo de Antonio, Alfredo, también dueño de las vacas. Era él quien llamaba a su padre por teléfono cada cierto tiempo para informarle de cómo iban las cosas. «Ya van a cargarlas», adelantaba el ganadero esperanzado. Así transcurrieron dos horas y media hasta que los operarios lograron colgar uno de los animales de la panza del helicóptero y trasladarlo a la finca donde esperaban los dos rescatadores. La primera fue una de las tudancas de Antonio. Al ganadero se le caían las lágrimas al ver al animal suspendido en el aire. «Es duro, es duro», admitía. Y eso que parecía difícil que se ablandara este hombre recio, que hablaba arrugando las vocales y llevaba un gorro de piel de camello.
José Díez
Ganadero
A los pocos minutos, la aeronave volvía a sobrevolar el terreno. Esta vez, de la cuerda colgaban los 500 kilos de la vaca mixta de José. Fue él, dice, quien encontró a las reses muertas después de buscarlas durante varios días, aunque no le extrañó que su vaca desapareciera «porque era un poco díscola y andaba a su aire». «En cuanto vi el rastro que habían dejado, supe que se despeñaron por el lomo del monte». «Las vacas son vacas y no les da por suicidarse, fue una estampida, de eso estoy seguro», zanjaba ayer. ¿Y ahora qué va a hacer? «Nada, es otra vaca más. Qué quieres que te diga. No te voy a enumerar todos los animales que he perdido porque entonces no caben en una página». El cuerpo de la tercera vaca sigue allí, sobre las piedras de un río que apenas lleva agua.
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