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En una residencia de Palencia cantan a menudo eso de 'carretera de Carmona' o 'cuatro pañuelucos tengo'. María Felisa coge carrerilla y recuerda las fiestas del Carmen y los bailes «a lo sueltu». Cuenta que sólo hacía falta el «repiqueteo de dos palucos sobre una vieja lata de pimentón o de membrillo». También habla del susto que se llevaron subiendo a Piñeres cuando vieron «un 'carru' que andaba solo» y volvieron corriendo a casa (era un coche). Seguro que algo de eso habrá este domingo. Porque María Felisa Conde Fernández (Lafuente, valle de Lamasón, 1922) cumple cien años.
Su historia es la de tantos que viven lejos, pero que nunca perdieron el vínculo con la tierra. Y en su caso es un vínculo centenario. Laureana (a la que todos llamaban Laura) se fue al pueblo de sus padres, Simón Fernández y María Rábago, para recibir ayuda en el parto como primeriza. Es el relato del nacimiento de María Felisa, que convivió después con sus padres, Andrés Conde y Laura (Laureana) Fernández, en Piñeres (Peñarrubia) hasta que se marchó a vivir con sus tíos, Severino Soberado y Concepción Conde, a Cicera (también en Peñarrubia). Un árbol genealógico y un mapa regional.
A la taberna que regentaban sus parientes, entre la escuela y el molino, llegaba el periódico. Ella siempre lo cuenta. Con la ayuda del maestro del pueblo, que vivía en una habitación del primer piso, dedicado a recibir huéspedes, El Diario Montañés le sirvió para aprender las letras. Su biografía es la de este país. Tanto, que su padre «fue encarcelado durante la Guerra Civil en la Tabacalera de Torrelavega» por los nacionales («un día estaban unos y al siguiente, los otros») y ella, años después, acabó casada con un Guardia Civil que «le tiraba los tejos en la taberna» de sus tíos. Ni rencores, ni rencillas (padre y marido fueron uña y carne toda su vida).
El matrimonio se trasladó entonces a Reinosa, donde regentó un bar, pero una grave enfermedad de él obligó a su ingreso prolongado en un sanatorio palentino. Y allí se quedaron. Unidos sentimentalmente a Cantabria por los recuerdos.
Tan unidos, que es su hijo Jesús Francisco el que contactó con este periódico y el que pinta este relato de las peripecias de su madre. No deja de ser un regalo de cumpleaños. Docente durante cuarenta años (ahora tiene 76), es él el que anima a cantar a María Felisa las montañesas cada tarde de visita. El que escucha los relatos de los bailes, las procesiones y la subasta de los roscos. «Porque ella igual no es capaz de acordarse si la hemos ido a ver ayer, pero todo eso lo recuerda como para escribir un libro». Tanto, que hoy -seguro- se lo contará de nuevo cuando lea estas líneas y se vea en la foto.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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