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El 6 de enero es un día cada vez con más competencia. Tradicionalmente se había considerado como un monopolio de los Reyes Magos, pero les ... han liberalizado el sector. No solo con Papá Noel, Santa Claus y San Nicolás, según la tradición de cada lugar, sino con otras figuras menos globales pero incluso más ambiciosas. Porque los reyes de oriente y el gordinflón del trineo se habían repartido siempre las fechas, de modo que resultaban compatibles. No ocurre lo mismo con otros.
Cada vez son más los niños y niñas cántabras que piden sus regalos al Esteru, un leñador comillano que en la noche del 5 al 6 de enero deja su casa en el bosque para repartir juguetes. Se trata de un personaje muy reciente, al menos en la mayor parte de Cantabria, y que tiene sus alter ego por todo el norte: el Olentzero vasco, el Apalpador gallego y L'Anguleru asturiano. Todos ellos basados en la tradición popular del Cantábrico que, cada cual en su lugar y a su modo, constituyen una alternativa autóctona a la carta a los Reyes Magos de Oriente.
El Olentzero es una adaptación de un personaje popular, un carbonero –o un minero, como lo es también el Apalpador– con aire bonachón (aunque originalmente no siempre lo era tanto) reconvertido en un Papá Noel vasco. En el caso asturiano nadie trató de confundir. Sencillamente, se propuso un personaje para hacer propia la tradición. Porque todo, absolutamente todo relato y toda costumbre, tienen un punto de origen y un momento de nacimiento. Sean más o menos lejanos o conocidos; cuenten o no con alguna base real en la que se inspiren.
El Esteru no apareció hasta finales del siglo XX. Es un debate ya superado, y en el mejor de los casos se podría conceder que hasta los últimos años del siglo pasado era un personaje marginal de ciertas zonas rurales de la Cantabria occidental. Pero eso poco importa. Todo tiene fecha de nacimiento. También la festividad de los Reyes Magos y la propia Navidad, que la Iglesia Católica superpuso a otra celebración pagana para consolidar sus creencias y aprovechar las sinergias de una sociedad a la que no arrebató sus tradiciones, sino que las adaptó.
Algo así sucede con el Esteru, ese simpático leñador que entrega regalos a aquellos niños y niñas que se los piden. En especial en Comillas, de donde procede y por donde se deja ver a lomos de un burro y ayudado por una cachaba. Pero no es un personaje clásico de la mitología cántabra como el ojáncano, las anjanas o el trenti. Ni tampoco una figura con su propio relato como el Hombre Pez de Liérganes o la Osa de Ándara, esta también bastante joven, en lo que a mitología se refiere. No. El Esteru es otra cosa, lo cual no invalida su interés ni su existencia. Que haga o no fortuna lo dirá el tiempo y será la propia sociedad la que, como sucede con sus otros vecinos del norte, lo decida. Exactamente lo mismo que puede suceder con el fornido leñador comillano.
Pedro Madrazo, de ADIC, identifica incluso el lugar y el autor de la creación –lo que por cierto no supone ni el más mínimo atisbo de crítica–: Milianu Rodríguez Pérez. Pero el protagonista reniega de ese honor, como relató en su día a El Diario Montañés en una información de Marta San Miguel. Aseguraba entonces que solo había recuperado una historia enterrada en el tiempo y que había sobrevivido a duras penas gracias a la transmisión oral:
«La historia del Esteru la conocí gracias a Manuel Díaz Bracho, un vecino del Valle de Ruiseñada ya fallecido y al que su gusto por la tradición oral le llevó a transcribir un relato que le contaron a su vez dos vecinos, llamados Uca y Juanito. Me parecía bonito fomentar en las fiestas de Navidad la cultura y la tradición de Cantabria y que no se olvidara una historia así. En torno a 2000 comenzamos a reivindicar la figura del Esteru dándolo a conocer por internet a través de un foro sobre tradiciones cántabras».
Fue entonces cuando la figura comenzó a trascender y a entrar progresivamente en el acervo cultural cántabro. Sin desplazar a los Reyes Magos ni a Papá Noel, pero conviviendo con ellos.
La Casa de la Juventud de Comillas pergeña cada año la carroza con la que el Esteru pasea por la villa en la Noche de Reyes y una asociación de Laredo llama cada año al dibujante Íñigo Ansola para que diseñe la carta al leñador.
Al final, que sea o no una figura inventado resulta lo de menos. Todas las tradiciones lo fueron en algún momento. Otro asunto es la juventud del fenómeno. Pero lo que está claro es que el Esteru se gana año a año muchas simpatías. Y no solo entre la gente más joven.
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Ana del Castillo
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