Las ruinas de la ermita de San Pedro, en Otero, recuperan su antiguo esplendor

Ese abandono forma parte ya de una fotografía del pasado porque, en la actualidad, los restos de la ermita se presentan como unas ruinas consolidadas que muestran su belleza arquitectónica y que nos permiten imaginar sus más de 1.000 años de historia, en un enclave natural que forma parte del paso de peregrinos del Camino Lebaniego.

Este cambio radical ha sido posible gracias a la suma de esfuerzos de un propietario con la firme voluntad de dejar para las generaciones futuras este valioso legado y de un amplio equipo multidisciplinar que, de manera prácticamente altruista, se ofreció para conseguir que la antigua ermita de San Pedro en Otero continuase en pie para el disfrute de todos como unas ruinas consolidadas.

El propietario del edificio es el empresario madrileño Luis Miguel Rodrigáñez Noreña, con orígenes familiares en el Valle del Nansa y que, por circunstancias de la Guerra Civil, nació en la localidad de Celis (Rionansa). El equipo de especialistas que se brindó a aportar sus conocimientos y ha trabajado para materializar el proyecto está formado por el arquitecto Domingo de la Lastra, como coordinador; la doctora en Historia del Arte Celestina Losada; los arqueólogos Lino Mantecón y Javier Marcos; el aparejador Ángel Chamizo y el cantero Manuel Varela. A ellos hay que sumar a María José Gómez Acebo, propietaria de la Torre de Cabanzón (Herrerías), quien ha actuado como nexo de unión para poner en marcha esta iniciativa.

Cuando en el año 2022 el proceso de recuperación daba sus primeros pasos, los restos en pie de la ermita se encontraban totalmente colonizados por la vegetación. Tras su limpieza, se hallaron los testimonios de su antigua fábrica gótica, con las dovelas que conformaban el arco toral, entre otros elementos. Cuando el equipo de restauración se puso manos a la obra, tenía claro que actuaría para consolidar las ruinas, pero no para rehabilitarlas. «Trabajar en la consolidación de unos restos es una estrategia que ofrece enormes ventajas frente a la restauración», defiende Domingo de la Lastra. «Son actuaciones que nos permiten, con unos costes económicos muchos más reducidos, mantener el patrimonio, ponerlo en valor y darle un valor estético que en muchas otras ocasiones, con las restauraciones, no se consigue, porque en algunos casos se convierten en actuaciones destructivas que desvirtúan el objeto a conservar», explica. Un buen ejemplo del valor que pueden tener unas ruinas consolidadas está en las del antiguo convento de San Luis, en San Vicente. De la Lastra considera que la de la ermita de Otero puede servir de modelo para otras muchas que se pueden realizar en las ruinas que tenemos en Cantabria.

Con los trabajos desarrollados a lo largo de estos meses, en los que ha tenido un papel fundamental la mano experta del cantero Manuel Varela, quien ha plasmado en la piedra los conocimientos de los técnicos, se han logrado consolidar y afianzar los muros, reconstruir el perímetro del antiguo pórtico del templo, reconstruir el contrafuerte del lado este y descubrir los altares de la capilla lateral de Santa Catalina y de la capilla mayor dedicada a San Pedro.

El colofón a los trabajos de consolidación será la reconstrucción del arco toral que separa el espacio de los fieles del presbiterio. «Hasta esa actuación llegan los medios que puedo aportar para este proyecto», señala Rodrigáñez, quien hace un llamamiento a las instituciones públicas, especialmente al Gobierno de Cantabria, para que se involucren en el proyecto y continuar desarrollando unos trabajos que permitan completar la recuperación de la ermita.