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Cuando el lunes pasado abrió el periódico y leyó que dos ganaderos de la región habían encontrado a sus vacas asfixiadas dentro de una cabaña, que existen evidencias de que el suceso pudo ser premeditado y que la Guardia Civil busca al causante de ... semejante atrocidad para que responda ante la justicia y ante los dueños del ganado, Arturo Nebreda Fernández se vio de pronto en diciembre de 2017, cuando tuvo la misma pesadilla que hace unos días Rubén y Raúl. «Lo pasé mal. Lo pasé muy mal», dice el hombre seis años después de que incendiaran su establo, quemaran vivas a sus vacas, envenenaran a sus terneros, destrozaran su maquinaria agrícola, le robaran y le golpearan hasta dejarle semiinconsciente... Con todo, y cuando lo fácil hubiera sido rendirse a la evidencia, que cualquier día le iban a matar, «yo tiré para adelante y no me arrepiento».
Le costó dios y ayuda conseguirlo porque, en su caso, su sufrimiento se alargó en el tiempo -más de un año y medio de hostigamiento, que se dice pronto- y, además, su daño no se reparó. El único detenido por su posi- ble participación en los hechos, un primo suyo con el que no tenía ningún problema aparente, quedó en libertad sin cargos por falta de pruebas.
«Pues todo empezó en noviembre de 2016», rememora Arturo. En una madrugada de domingo -como en el caso del suceso registrado en San Roque de Riomiera- «prendieron fuego a una cabaña que tenía aquí, en Bielva». Las llamas calcinaron 23 tudancas y echaron a perder 800 fardos de hierba allí almacenados. En menos de un mes, a mediados de diciembre de aquel año, «me mataron trece jatos que tenía en otra finca». Los investigadores determinaron que a los animales, que causalmente Arturo ya había vendido, se les inoculó una sustancia venenosa. Y cuatro meses después de aquello, en abril del año siguiente, «me destrozaron toda la maquinaria agrícola».
El ganadero, al que tiempo antes robaron el dinero de su boda, y al que tiempo después atacaron por la espalda golpeándole en la crisma con un objeto contundente que le dejó sin sentido, estuvo al borde del 'k.o.' emocional, del que se rehizo, recuerda, «gracias a la generosidad de mi familia, y en especial mi mujer, que me incitó a tirar 'pa´lante', y al apoyo que recibí de mis amigos, de mis vecinos y de muchísimos ganaderos».
Con la ayuda de toda esa gente, «construí una nueva nave», que ahora tiene videovigilada, «y pude rehacer mi ganadería», setenta cabezas de ganado de razas tudanca y limusina cruzada que le dan para vivir tranquilo porque aquella sucesión de agresiones a su patrimonio no volvieron a repetirse más.
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