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LUCÍA ALCOLEA
Miércoles, 5 de agosto 2020, 13:02
Javier González, vecino del barrio de Vallines, en Caviedes (Valdáliga) lleva la vida retratada en la mano derecha. Le faltan la mitad del dedo meñique ... y corazón. Se los debió de llevar por delante mientras confeccionaba alguna de las piezas de madera que ocupan su vivienda y que parecen amueblar sus recuerdos. «Lo he hecho yo todo», explica señalando el interior de su laberíntica casa. Sucede una mañana de verano de niebla y lluvia fina. Javier se sienta en una vieja butaca marrón, que es del color de los muebles, las paredes y hasta el papel de periódico antiguo que dormita sobre la mesa.
Su camisa es del mismo azul que sus ojos, con los que mira al frente mientras sube las escaleras de su memoria. Casi todos los recuerdos de Javier son de madera, un material con el que este artesano de 83 años lleva toda la vida trabajando. Desde que montó su pequeño taller de albañil -tenía cinco obreros- a finales de los años sesenta hasta ahora. Primero lo hacía para vivir, y vivir bien -ha viajado por Marruecos, Portugal, Francia o Roma- y ahora porque no puede evitarlo. La vida de este valdáligo no cabe en pocas palabras y sin embargo él la resume con una facilidad propia de aquel al que los años se le han ido cayendo encima.
Desde que finalizó el estado de alarma tan solo ha salido para ir a la farmacia o al médico. Vive solo, junto a la casa de su hermano, su cuñada y su sobrino, que siempre tiene un ojo puesto sobre él. «Me dice que no salga si no es necesario, porque hace poco he sufrido una operación importante», se resigna. Y porque su hermana falleció de coronavirus tras contagiarse en la Residencia de Carrejo y ser trasladada a Meruelo. No pudo despedirse de ella. Ni él ni nadie. «La última vez que la vi fue en marzo». Entonces el vacío pesaba como una losa en las calles del pueblo, «aunque mi vida no cambió mucho, sigo paseando por el jardín todas las tardes». El jardín, como todas y cada una de las estancias de la casa de Javier, cuenta una historia. La de su habilidad con las manos. En un extremo de la finca, diez maquetas sobre diversos monumentos cántabros. Al otro, un pozo y varios carros. Es el fruto de su trabajo. Un museo. El legado de la vida rural.
La casa de Javier está junto a la plaza del barrio de Vallines, donde durante el año reside una treintena de vecinos. Muchos ya han cumplido los setenta. El pueblo es un caramelo para los propietarios de las segundas residencias, «por eso en verano somos más del doble», afirma Javier. Hasta ahora estos visitantes ni le gustaban ni le disgustaban, pero en el verano del covid cambian las cosas. «Yo veo que la gente viene y no usa mascarilla. Se creen que en el pueblo no hay que llevarla», esgrime. En la plaza hay una casa rural y varios coches aparcados. Menos silencio que antes.
En su vivienda, Javier pasa de una habitación a otra y parece que nunca se acaban. Mientras, rememora: «Cuando yo era joven, los vecinos del pueblo nos reuníamos en la bolera e íbamos a todas las fiestas, Santa Marina en Lamadrid y San Antonio en Caviedes». Siempre andando y como muy tarde en casa a las once. Este año no hay fiestas, pero sí hay turismo, y mucho. «Yo diría que se nota más ambiente que otros veranos», afirma Javier. Se percibe en la playa de Oyambre, cuando aparcar es una misión imposible en fin de semana y los campings no dan abasto. «La gente tenía muchas ganas de salir, pero sale con poco cuidado», se queja el artesano. También los restaurantes de la zona notan la mayor afluencia turística. La carretera de la costa que une Comillas con San Vicente de la Barquera y atraviesa Valdáliga es un ir y venir constante de coches, especialmente los fines de semana. De hecho, algunos vecinos de la zona están hartos de aguantar atascos de una hora para acceder a sus barrios tras llegar del trabajo. La Policía Local tuvo que acudir hace poco a Gerra, en San Vicente, para solucionar un 'encontronazo' entre un vecino hastiado y las decenas de turistas que habían aparcado en doble fila. Este verano tan raro se le está haciendo largo a los que se ven afectados por los visitantes menos cívicos en tiempos de pandemia.
Todo esto sucede en el exterior mientras Javier dirige la mirada hacia dentro. ¿Se siente solo? «Se han ido marchando todos, pero a mí la soledad no me importa». Lo que si está es preocupado «por si me pilla el bicho».
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