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Jueves, 21 de noviembre 2019, 16:23
La indomable marea marrón sepulta la vegetación más allá de la línea del horizonte. La naturaleza se pliega a la voluntad caprichosa del río. Mientras, lo que queda de la civilización sucede a la derecha
Javier RosendoSon las 17.50 horas. La luz del día se consume. La caricia del agua torna en un abrazo desafortunado que eriza la piel de las viviendas. Una piscina negra ahoga la esperanza de los vecinos de Villanueva. Los operarios de los servicios de emergencias se enfrentan al desastre en primera línea. No queda tiempo que ganarle al río.
Javier RosendoEl agua fría pesa en las rodillas. El paisaje se vuelve espeso y metálico. La corriente arrastra la identidad de la gente y el río ha vaciado su mirada. Atrás tiemblan de soledad los cimientos de sus vidas
Javier RosendoLa humedad rompe las voces y ya solo se escuchan instrucciones sobre cómo enfrentarse al miedo de perderlo casi todo. Los operarios de los servicios de emergencias continúan evacuando gente en Villanueva. Uno, dos, tres, cuatro… así hasta 45. Los vecinos se resisten al desastre y tratan de mantener a flote su dignidad.
Javier RosendoLa desolación del día después brota de las calles. La espalda del temporal es de barro, escombros, escobas e inventario. El torrente de agua ha dejado silencio y desesperación. Los operarios desfilan entre casas despojadas de humanidad
Javier RosendoLa mirada del niño es un punto de luz en la garganta de la incertidumbre. El único que se abstrae de la tragedia en la barca de la desdicha. Vuela con la imaginación y sueña con la aventura del desembarco
Javier RosendoEl tiempo se vuelve vago. La mañana se hace tarde. Continúa el tráfico de balsas por el río Saja, la imagen macabra de una pesadilla demasiado real. Los operarios, grúas que llevan la vida a tierra firme; y Mazcuerras, la zona cero de las inundaciones
El río Saja. Largo, tenebroso, indomable. Alfombra de escombros y tierra. Fuerza que azota la paz de la montaña y agrieta el suelo. Pesadilla anunciada de los habitantes del valle. Océano desfigurado que desnuda territorios
Villanueva comienza a inundarse y la gente corre a saltar el charco, cada vez menos domable, cada vez más grande. Lo peor aún está por llegar.
En esos momentos el hombre no piensa, solo actúa. Todo lo demás es para luego. La reflexión y el ajuste de cuentas. Camina por una calle inundada que hace unas horas era el asfalto en el que nadie reparaba. Alumbra el camino esperando encontrar algo distinto y otra vez esa estela marrón que aprisiona un poco el alma. Detrás, combaten la noche los faros de los coches. Entre las sombras del río, las voces de los vecinos laten en silencio
El río crece; a sus pies, las gentes de Carrejo notan el golpe agudo del agua fría. Lo increíble simplemente sucede y mañana será otro día, pero el de hoy aún dura demasiado
Los afectados apuntan las marcas del río en las piedras y le ponen edad al desastre.Los números seguirán embarrando el paisaje aunque la tierra perdone
Las casas se convierten en barcos a la deriva. Cae la noche del 23 de enero, la cita maldita. Las familias de Villanueva intentan salvar los muebles y achicar el agua que se cuela por las rendijas del muro
En Caranceja, Reocín, dos vecinos se niegan a salir de sus casas, donde el agua ya ha anegado parte del primer piso. Asomados al balcón, quizá incrédulos por lo que tiene delante, le gritan al guardia civil, que trata de establecer comunicación. Las palabras se queda a medio camino entre las víctimas y el salvador
En un visto y no visto, a las diez de la mañana del 24 de enero, Cantabria entera en alerta. Los ríos escapan de su cauce, media montaña de Ruente se desploma sobre la carretera condenando a 16.000 vecinos a naufragar en la tempestad. Mientras, el Saja se traga las orillas de la tierra y parece que el mundo se acaba. La naturaleza siempre gana
La corriente, puesta en el objetivo del fotógrafo, derriba una farola en Caranceja. La magia de estar en el momento justo en el lugar adecuado, sin que se le escape un solo gesto, con los ojos bien abiertos todo el tiempo
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