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Érase una vez un pueblo de Cantabria de poco más de trescientos habitantes. Con vecinos que, como todos en este mundo de prisas y horarios, apenas se ven aunque se lleven bien. En Quijano, Piélagos -como en tantos lugares-, la distancia entre las casas la ... marca más el reloj que los metros. Pero aquí quisieron ponerle remedio. A Esther siempre le gustó la 'locura navideña' de Ana, su vecina. Lo de Ana va a otro nivel. En el pasillo de su casa hay una mesa con más de cincuenta figuras del Cascanueces. El interior de la vivienda es, cada diciembre, un museo. El exterior, un parque de atracciones. Era Ana y también otros pocos vecinos. Desde hace décadas, un espíritu navideño desbordado. A Esther -nunca mejor dicho- se le encendió la luz. ¿Por qué no unir a la gente con esto? ¿Por qué no hacer de ello un motivo para juntarnos más? «En Quijano es fácil hablar unos con otros y es fácil hacer una propuesta en un sitio donde es acogida». Ella se quita mérito -«hay muchos duendes en este pueblo», dice-, pero lo tiene. El año pasado fueron quince casas iluminadas para convertir las calles en un poblado navideño. La pastelería, la tienda de música, la de árboles... No es poner luces y ya. La cosa fue tan bien que miles de personas vinieron de visita. Este año son 35 casas y, a partir del día 22, hasta un tren (para entenderse, un 'Magdaleno') desde Renedo. Colorín colorado en Quijano la Navidad ha triunfado.
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Cuando la puerta de la vivienda de Ana Michelena se abre sólo falta que Papá Noel o Baltasar te den un abrazo. Duendes, guirnaldas, bolas de nieve, renos, paquetes... En el salón hay dos cisnes dorados y un árbol decorado en tonos blancos. Hay muchas cosas hechas a mano -desde agosto empiezan a trabajar- y otras, compradas a lo largo de décadas de ilusión. «Soy una fanática de la Navidad». Entre amigos, familiares y conocidos -y conocidos de conocidos- por la casa pasaron hace un año ochocientas personas. El montaje del jardín es tan llamativo -nada que envidiar a la plaza de cualquier ciudad- que para ponerlo en pie ha contado con la empresa Chispas y el famoso carrocista Francis2.
Es una excepción en este sentido. Porque aquí cada uno se hace lo suyo -o lo hacen entre todos-. Los vecinos diseñan, montan... Y pagan. Es algo altruista. «Nos cuesta dinero y, sobre todo, tiempo», señala Esther Díez. Ojo, no hay concursos. No se trata de competir entre ellos. Cuando uno acaba lo suyo, ayuda al otro. Y Ana, por ejemplo, cede adornos para las casas de sus nueras. Para convertir Quijano en «un poblado navideño». Con pastelería (la casa de Ana), con fábrica de juguetes (la de Esther), con escuela de música (la de Aroa) o heladería (la de Pamela y Hugo). «Aquí sigo en obras», dice una voz (la de Pepa) que sale de una vivienda convirtiéndose en la vieja librería -unas ya están encendidas y otras lo estarán tras el fin de semana del puente-. En total, 27 participan de la decoración 'temática' (hay un mapa y señales en el pueblo para recorrerlas todas), otras ocho llevarán un alumbrado «importante» (aunque no sea específico) y algunas más se han sumado para poner luces y dar ambientación. Y ahí está el éxito. Cada vez son más. «Hay gente que no tenía especial interés por la Navidad y ahora participa. Incluso vecinos que no se hablaban y empiezan a hacerlo». De hecho, para el año que viene tienen en mente poner en marcha un mercadillo.
Sin que fuera el objetivo han puesto a Quijano en el mapa. Tanto es así que, ante la avalancha de visitas (y «para molestar lo menos posible a los que no participan»), se pusieron de acuerdo con el Ayuntamiento para obtener «los permisos necesarios» y «regular el tráfico» en estas semanas. El Consistorio es el que pondrá el trenecito desde Renedo a partir del día 22. Para que se pueda acudir desde allí sin llenar el pueblo de coches y, de paso, poder aprovechar el tirón comercial y hostelero de las numerosas visitas.
«¿Has visto?», le dice una madre a dos críos cuando pasan ante el garaje de la casa de Ana. Hay un nacimiento con unas figuras enormes. Llueve a cántaros y, aún así, ya asoman algunos curiosos por el barrio. Ven los adornos que ya están y a vecinos trabajando en lo que queda (la lluvia no es buena compañía para, por ejemplo, subirse a un tejado). Los chavales alucinan. En cada casa hay mil detalles.
«Bueno, os dejo. Ahora con esto nos vamos a ver más», dice Flor para despedirse al salir de casa de Ana tras charlar con los periodistas. Ella es de las vecinas que se han sumado este año. Sólo con esa frase ya ha explicado de qué va este cuento.
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