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Es domingo tarde, pasadas las seis y media, y hace un frío que pela. No más de cinco o seis grados y ya está cayendo helada. A esa hora, hay unas cien personas delante de la casa de Parbayón. Diciendo eso -la casa de Parbayón- ... vale, porque media Cantabria sabe que es la vivienda particular que todos los años se decora de forma espectacular por Navidad. Tanto -y tanta gente va a verla- que el asunto acabó en polémica judicial por si debía o no atenerse a la Ley de Espectáculos. Se llegó a poner en duda que hubiera luces este año. Y sí. Las hay. Pero justo por todos esos líos (y porque para eso es su casa, faltaría más), Francisco Cano, el propietario, este año va un poco más 'por libre'. Hay luces, música y un montaje que lo sincroniza todo (y que está muy bien hecho). Pero sin horarios fijos. «Cada día, cuando cuadre, encenderé», comentaba el viernes, el día que, con discreción, decidió ponerlo en marcha. El boca a boca ha hecho el resto. Lo dicho, es domingo por la tarde, pasadas las seis y media, y ya hay unas cien personas delante de la casa iluminada. Y sí, hace un frío que pela.
Son 40.000 bombillas y kilómetros de cable. Por la fachada, el tejado, el jardín... Rojos, verdes, azules, toques morados, naranjas o amarillos. Una bola que se atraviesa por una apertura en forma de árbol, un río con peces y barco, la figura de un Rey Mago (Melchor) y de Papá Noel... Hasta el gracioso perrín de la casa, que va y viene buscando colegas entre los que están detrás de la verja, se suma al atractivo de la visita. Y hablando de sumar, se sigue sumando gente...
Se ponen a un lado, en la carretera que estos días es dirección prohibida si uno quiere acceder desde la Nacional (excepto para residentes, aunque alguno más se lo salta) y, sobre todo, en el verde que hay frente a la vivienda. Y esperan. «Se me están hundiendo los tacones en la tierra, que está húmeda», «me estoy quedando helada», «¿faltará mucho...?». Conversaciones típicas. El Ayuntamiento de Piélagos tiene previsto colocar señalización para evitar aglomeraciones o que los coches aparquen por allí. Lo mejor es escuchar a los críos. Al que se da cuenta que tanto Melchor como Papá Noel abren y cierran los ojos, al que se fija que hay otro perrín y que lleva abrigo («se le van a congelar las patas») o al que se cansa de esperar y no deja de decir a su madre que si se van para casa.
«Mira, ya sale», dice el primero que ve a Francisco asomar por la puerta. Vienen a hacerle una entrevista los de la televisión y sale para que los periodistas puedan entrar al jardín y charlar un rato con las luces de fondo. Todo, mientras siguen llegando curiosos. Pasan unos minutos de las siete y ya debe haber unas doscientas personas por allí. «Yo me voy al asfalto, que aquí en el verde se me están quedando helados los pies».
En ese llegar y saludarse se nota que hay muchos que ya han venido otros años. Que comparan la decoración. Que si esto es nuevo, que si lo otro ya estaba... O los típicos encuentros. «Hombre, fulanito, ¿qué tal andas?», «mira quién está allí»... Gente de la zona que no se pierde la decoración de su vecino. Hay, entre el gentío, una pareja con tres críos. Uno, un niño, que es el mayor (pero un chavalín, de todos modos) y dos niñas vestidas igual, más pequeñas, sobre los hombros de papá y mamá. Para comérselas. Una de ellas no deja de decir que tiene «mucho miedo», él responde que de miedo nada y la tercera del grupo, a su bola, insiste en que ella quiere ir «a Parbayón» (y le da igual que le digan que ya está en Parbayón).
Los de la tele acaban su trabajo y toman posiciones para grabar. Tiene pinta de empezar, de que Francisco ha decidido que ya toca... Alguno se ha ido después de esperar un rato, pero la mayoría se quedó y la espera tiene premio. Son, más o menos, las siete y cuarto. Se apaga todo y se escucha un «ohhh» prolongado de entusiasmo.
El montaje -por desvelar lo justo, que no se trata de contar la película (hacer 'spoiler', como dicen ahora)- combina música de villancicos con diálogos de dos personajes y vistosos juegos de luces. Está simpático porque, entre otras cosas, está pensando hasta para interactuar con el que escucha. «Son las voces de los hijos», dice alguien entre el público. Puede ser. Empieza y, al principio, no se mueve un alfiler. Pero eso dura poco. Tal vez influya el frío o solo el ritmo de los villancicos, pero al rato está bailando hasta el perro. El final, con una canción instrumental, es el do de pecho de los juegos de luces que ha preparado Francisco (es un profesional de la iluminación y, de hecho, le han 'fichado' junto a su socio para el espectáculo de Navidad que puede verse en Los Corrales de Buelna).
Acaba y se escucha un aplauso unánime. Alguien que pasa ante la puerta del jardín mientras se marcha dice en alto «muy bien, Francisco, muchas gracias». Pero lo mejor, en ese paseo ya camino del coche en el que todos van comentando la jugada, es lo que le dice una madre a su niña pequeña. Van las dos solas en medio de la oscuridad. «¿Por qué has tenido tanto miedo? ¿Tú crees que mamá te va a traer a un sitio para hacerte pasar miedo?».
La niña, sin decir una palabra, le da la razón con la mirada.
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