
Aquellas cuadrillas de antes
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Nada más poner en pie en tierra, los marineros de antaño se reunían en grupos para la típica ronda por los baresJOSÉ RAMÓN ALONSO BELAUSTEGUI
Sábado, 4 de enero 2020, 08:08
Es de sobra conocida la afición que siempre hubo en Santoña al chiquiteo. La costumbre era entonces así; quizás el hecho de ser un puerto de mar que contaba (y aún sigue contando) con infinidad de bares o tascas, invitaba a aquellos marineros de los años 60 y 70 a reunirse en cuadrillas para, nada más poner pie en tierra, comenzar la típica ronda que muchas veces se iniciaba por la mañana (según cuadrase), con un descanso para comer, para después continuar por la tarde con otra larga ronda hasta bien caída la noche.
Eran tiempos en los que está manera de vivir la vida obedecía a formas de expresión ante, quizás, falta de alicientes, o también una manera de matar los ratos de ocio y de dar rienda suelta a las inquietudes personales, olvidándose del trabajo y de los problemas familiares.
El ponche y el coñac solían ser las bebidas preferidas en el llamado precalentamiento, fundamentalmente Caballero, Veterano y Sol y Sombra, consumiciones que llegaban a agotarse en cantidades monumentales antes de empezar a degustar los primeros cosecheros. Los partidarios del medio Bitter solían quedarse rezagados y se les ponía la etiqueta de escupe-culines, abreviatura para definir a quien no bebe todo lo que debería de beber.
El rondeo no fue solo un hábito, fue casi una obligación por aquel entonces, algo insólito que se convirtió en el santo y seña de la vida de las calles y del bullicio diario alrededor de las tabernas y chiringuitos. La calle General Salinas se erigió en el epicentro de aquel populacho que llenaba la vía desde la Cooperativa del Mar hasta la misma plaza de San Antonio.
Eran muchos los negocios situados en esta emblemática calle y que hacían las delicias de los cuadrilleros; existía un sentimiento de predilección hacia las distintas tabernas, no en vano algunos pasaban allí más horas que en sus propias casas.
Entre los establecimientos más destacados nombraría al bar de Pío: buen vermouth y excelentes desayunos; bar Aja: coñacs de lujo, cafés con peso ( te hacían efecto las 24 horas) y partidas de altos vuelos (el cuadro de 'Padre no blasfemes' fue un icono y que hoy en día todavía podemos contemplar en el bar Zatón); bar Manolín: un clásico de mucha calidad y de inmejorable trato; bar Colón: el mejor café, variedad de licores, canarios con garantía de canto, los cuadros de las copas de Europa del Madrid en blanco y negro y el Madison Square Garden de las cartas; y por último, el bar Piruco: el mejor vino peleón de toda la comarca oriental (a ver quién se atrevía a borrarle a Cuqui las cuentas que hacía a lapicero sobre el mostrador de mármol de la barra. Te la jugabas).
Normalmente, aquellas vueltas y vueltas entre amigotes y vasos de bebidas blancas y oscuras, iban acompañadas de cánticos populares, por lo general de habaneras o folklore cántabro, música de la tierra que ha ido perdiendo popularidad en favor de murgas carnavaleras o cantos de estilo rociero, más característico de zonas del sur de España. Entre las muchas canciones que se escuchaban, destacaba el estribillo de una en especial: Santander la marinera, que dice así:
«Paseando por tus calles, encontré un son de habanera. Quizás la perdió un soldado que de Cuba regresó. Se me enredó en la memoria, me hizo un tiempo compañía, y una racha de nordeste (bis) a tus calles devolvió. Santander la marinera es la que más quiero yo...».
A la llegada de la noche, los cuerpos más resistentes solían quedar en el centro del pueblo para la comúnmente llamada arrancada: copeo a discreción en las salas de fiesta (siempre había una última, y otra, y otra..nunca llegaba el final). En los años 60, 70, 80 y 90 estuvieron de moda el Volcán, el Tipycal, el Cisne Negro, el 007, el Pájaro Azul, y las últimas en entrar en escena: el Garden y el Scala.
Los puestos de Gelito Calderón, Fina 'la valenciana', Victoria o el cordobés, suponían el intermedio perfecto para comprar tabaco, tomar el aire, echar un helado, comer unos churros, unas pipas, o simplemente charlar un rato y contemplar los chicas o chicos más guapos pasear.
No cabe duda de que en esa convivencia que surgió de aquellas interminables rondas entre barras de bar y humo de cigarrillos, quedaron extraordinarias amistades que unieron familias y que se siguen manteniendo hasta nuestros días. Por eso y por mucho más: ¿Porqué no quedamos y nos vamos de ronda?
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