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José Ramón Alonso Belaustegui
Santoña
Martes, 31 de mayo 2022
Corría el verano de 1999 cuando estalló el bombazo informativo: Bruce Willis y María Bravo, invitados por un amigo, vendrían a pasar un fin de semana a Santoña.
El actor estadounidense, recién separado de su mujer, la también célebre, Demi Moore, habría reservado ... una romántica morada para poder vivir tranquilamente el amor junto a su nueva relación, la bella actriz malagueña, María Bravo.
La pareja de enamorados, que se había conocido en Madrid cuando él se quedó prendado de la imponente belleza y sonrisa de la española y, muy hábilmente, decidió dar el paso de pedirla su número de teléfono, habrían decidido organizar una escapada y aislarse en un lugar paradisiaco como es el Monte Buciero.
El rumor corrió como la pólvora y pronto se dispararon las habladurías que afirmaban que los actores internacionales habían ordenado preparar el entorno de la conocida popularmente como, Casa Blanca de Santoña, con todo lujo de detalles en su interior y con un equipo de guardaespaldas que se encargarían de blindar la zona e impedir el acceso a paparazzis y a todo curioso.
El viaje sería directamente desde Marbella a Cantabria y después partirían a Los Angeles, lugar de residencia de ambos. Las alfombras rojas de la meca del cine envidiaban aquel idilio que prometía muchos flashes y futuras filmaciones, y Santoña, una población tranquila que hasta entonces no estaba acostumbrada a visitas de estrellas rutilantes de Hollywood, se convertiría en la cuna ideal y a la vez inusual del celuloide del séptimo arte.
El devenir de aquel runruneo de cotilleos y de dimes y diretes que aseguraban que el protagonista de 'La jungla de cristal' visitaría la villa de Santoña, supuso un buen reclamo turístico para el pueblo, en cuyo monte y alrededores, entre balidos de cabras y ovejas, se llegaron a concentrar cada fin de semana centenares de inquietos indagadores en busca de la fotografía perfecta junto a la pareja, o bien una exclusiva mundial que les diese notoriedad. Pero allí no acabó de llegar ningún actor o alguien que se pareciese.
En ese verano de 1999, la Casa Blanca se ganó un lugar por derecho propio en el salón de la fama, aunque el mencionado viaje de Willis terminase diluyéndose en un espectacular bulo, como la mayoría de los muchos que, bien o malintencionadamente, suelen circular cada cierto tiempo por los pueblos, y que se esfumaría junto a la supuesta gala de bienvenida que se celebraría en el Palacio de Manzanedo y en la que se obsequiaría al actor con unas suculentas anchoas y vino español, previa firma en el libro de honor. Todo aquello pasaría a convertirse en un mercadeo que dio lugar a más de una simpática anécdota, como la que protagonizó el inolvidable y querido, Mañica, un sábado en la discoteca 007, cuando al ser preguntado por un amigo acerca de la inminente visita de Bruce Willis a Santoña, respondió:
- Si quiere, que venga cuando a él le dé la gana y que se tome unos buenos cubatas, que aquí son mejores y más baratos que los americanos. A mí me da igual Willis que Willys Fog y su vuelta al mundo en ochenta días, lo que me importa es levantarme cada mañana, ir a currar al mercadillo y, a ser posible, vender todo lo que tenga.
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