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Con manos como las de Aarón Esteban a las campanas aún les queda mucho por decir. Tiene 14 años y es la esperanza contra el ... olvido de la tradición. Al joven se le ilumina la cara cuando le llega el turno y demuestra cómo suena el toque a fuego o arrebato. Con el que se alertaba antaño en los pueblos de un incendio. Cuando no había bomberos. Aarón es uno de los miembros más jóvenes de la Asociación Cultural de Campaneros Zamoranos. Sus integrantes participaron un año más en el evento que organizó ayer el maestro, fundidor y campanero Abel Portilla en su finca de San Bartolomé de Vierna (Meruelo) para reivindicar un oficio en peligro de extinción.
El colectivo realizó un taller de iniciación al toque de campanas e invitó a los presentes a probar con alguna melodía. Felisa Corredera y su hija Mireia Gutiérrez se animaron varias veces. Con soltura, estilo y destreza. Proceden de familia de campaneros. Y van ya por la cuarta generación. El arte de hacer sonar este instrumento lo aprendieron en Yudego, un pequeño pueblo de Burgos en el que tienen sus raíces. «Mi padre y abuelo eran sacristanes y los toques que hacemos nosotras son más de iglesia, no tanto de música». En el sonido, dice Felisa, influye también «el cómo estés, el estado de ánimo ese día. Lo que se hace manual no suena siempre igual. No somos una fábrica». Como muchos de los apasionados que se dieron cita ayer, aboga por que «esta tradición no se deje perder. Un pueblo sin campanas, es un pueblo muerto», sentencia.
El futuro está en manos de chavales como Aarón, que lamenta que «ya nadie quiere tocarlas». Él sí -«Me gusta mucho»- y está aprendiendo gracias a campaneros veteranos como Justiniano Pozo, de 77 años. «Es necesaria una nueva generación que nos releve. Nosotros vamos de pueblo en pueblo para enseñarles a tocar». Y también lo que se puede expresar con ellas. Porque tienen un lenguaje propio que hasta hace no tanto organizaba la vida de las gentes.
Los tocadores de toda España que participaron en el encuentro demostraron cómo las campanas -más bien sus específicos sonidos- son capaces de comunicar noticias y acontecimientos. Con el repique se anunciaba fiesta, el toque a 'tentenublo' era para ahuyentar las tormentas y el de difuntos, para informar que había muerto un vecino: tres clamores si era un hombre y dos si era mujer.
Los niños miraban hipnotizados la escena. Marcos, con seis años, es un enamorado de las campanas. «Le llaman mucho la atención», cuenta su padre, David, mientras el pequeño corre por el jardín en busca de las distintas piezas que hay colocadas para poner a prueba su potencia. Han acudido por primera vez desde Santander. «No hay tradición en nuestra familia pero le encanta verlas girar y sonar. De hecho, estamos descubriendo las campanas con él». A saber más de ellas contribuyó este evento que «sigue vivo» y el año que viene cumplirá su veinte aniversario.
Su impulsor, Abel Portilla, continúa porque «es muy importante que se mantenga este oficio y las campanas. A través de ellas la gente se ha regido durante mucho siglos, ha sido como un faro, y no podemos cargárnoslo de un plumazo». En ese sentido, dice que es fundamental que «haya aprendices, pequeños con vocación que se formen al lado de un maestro campanero».
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Ana del Castillo
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