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El emblemático bar Zatón de Santoña está cerrado desde el pasado 12 de agosto y la calle Santander, en la que lleva ocho décadas atrincherado, se ha vuelto un poco más fría sin el calor del alterne. El local fue desalojado y clausurado por orden del Ayuntamiento ante el riesgo de colapso del edificio en el que se ubica, un inmueble catalogado que ocupa el centro de Santoña como una institución desde 1870, pero cuyo deterioro es más que evidente a simple vista. Tanto, que puede venirse abajo. Así lo ha dado a conocer la comunidad de propietarios del edificio, que hace ocho años alquiló el bar a un particular que lo gestiona desde entonces. En los últimas días, solamente de puertas hacia fuera.
Según el alcalde, Jesús Gullart, los tres dueños de la construcción «pusieron la gravedad del asunto en conocimiento del Consistorio hace una semana, mediante el informe de un arquitecto que alertaba del riesgo de colapso». También anunciaban su intención de intervenir y rehabilitarlo. El regidor, para no pillarse los dedos por lo que pueda pasar, aplicó la ley de inmediato y ordenó el desalojo y cierre inminente del inmueble y por lo tanto, claro, del bar. De un día para otro, la algarabía de la calle Santander se esfumó y de las cristaleras del Zatón ahora solo brota oscuridad y desconcierto.
El Zatón es uno de esos locales que permanecen impertérritos en el mismo sitio, mientras alrededor todo cambia –como cantaba Mercedes Sosa–. El bar, de 110 metros cuadrados, es la parte que mejor se conserva del histórico edificio, porque el resto de la estructura se está viniendo abajo. Los elementos se caen despacio, pero de forma permanente. Un día se desprende un canalón, después la barandilla oxidada de un balcón, el cristal de una ventana, ladrillos de la fachada... El aspecto exterior de la construcción es decadente y consta de tres pisos, dos bajos y dos buhardillas. Excepto por el negocio de hostelería, apenas se registraba actividad. «Una peña tenía un local y en un piso había plantas que regaban de vez en cuando, pero nada más», explica Gullart. La parte que preocupa desde el punto de vista estructural es el techo y la bajocubierta.
Lo curioso del asunto es que hasta ahora ni los propietarios ni el Ayuntamiento han actuado al respecto. Gullart insistió ayer en que durante el tiempo que lleva de alcalde, es decir, un año, «no he tenido información alguna sobre el estado del edificio». Fue, recalca, «hace una semana cuando recibí la notificación de la comunidad». ¿Antes no era consciente del estado en el que se encuentra el inmueble? El regidor vuelve a responder lo mismo. Este periódico ha tratado de ponerse en contacto con la propiedad, pero no se ha obtenido respuesta alguna.
En apariencia, es un edificio enorme y en decadencia, pero el conjunto conserva vestigios de cierta hidalguía. Las balconadas cuelgan en hilera de un lado a otro de la construcción. En algunas, el suelo se sostiene tembloroso sobre vigas provisionales. La piel original del inmueble aflora entre los desconchados que se comen la parte trasera de la casa y el edificio parece frágil; que pende de un hilo.
Dentro es otro cantar. El mítico Zatón huele a vino viejo y a humedad, pero se encuentra en buen estado. Las sillas y las mesas, de madera lisa, se asientan frente a la barra, de lado a lado de la estancia. Un bar siempre parece más grande cuando está lleno de gente. El Zatón casi siempre lo estaba. Tenía tres terrazas, dos exteriores y una interior, que era –y es– un jardín de especies arbóreas. Una especie de bosque con césped artificial alejado del ajetreo urbano, donde hacían jueves de concierto.
Desde la terraza interior, se atisba la parte trasera del viejo edificio y su decrepitud. Pero seguro que nadie pensaba que el inmueble podía venirse abajo en cualquier momento mientras tomaba una cerveza. El gerente tampoco debió pensarlo, ni el alcalde. Quizá los propietarios no lo han visto hasta ahora, cuando ya ha habido que cerrar porque realmente peligraba la vida de la gente. Sea uno o varios los responsables, lo que está claro es que han esperado al último momento y el Zatón está cerrado. Nadie sabe hasta cuándo.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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