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Dionisio garcía cortázar
Escalante
Lunes, 9 de noviembre 2020, 12:28
No esperes encontrar en estas líneas una visión entusiasta sobre cualquiera de los numerosos y bellos lugares, bien conocidos y de sobra visitados por indígenas y foráneos, que tanto abundan en Santoña y su comarca.
Voy a hablarles de un rincón, un coqueto mirador, ... que pese a no estar escondido, quizá si, un poco retirado, es fácil transitar junto a él sin reparar en sus encantos. Así me ocurrió a mi, durante largo tiempo, en las innumerables ocasiones que a lomos de mi bicicleta apenas le dedicaba la menor atención cuando pedaleando pasaba a su lado.
Me lo descubrió un anciano al que antes nunca había visto. Comencé a encontrármelo, siempre bajo un sombrero de paja y elegantemente vestido, en las mañanas cálidas y soleadas caminando cuestecita arriba al pequeño recorrido que discurre desde el barrio de La Lastra hasta el mirador, o bien, ya en el, sentado en uno de sus dos bancos de madera. Su lento caminar lo hacía apoyándose en una cachaba y cogido del brazo de un discreta y linda joven. En la expresión del rostro del hombre competían la fatiga y la firme resolución de seguir. Sentado en el banco, el anciano, ajeno a los demás, contemplaba con serena placidez el panorama que tenía ante sus ojos; ella a un lado leía.
A veces, si en tiempo después regresaba por el mismo camino, volvía a encontrarme a la entrañable pareja en el rústico asiento y en la misma actitud que los había dejado: él, que ahora hacía girar la curva de la cachaba que tenía entre sus manos, no perdía de vista, como fiel vigía, el horizonte; ella seguía enfrascada en su lectura.
Una bonita mañana me apeé de mi bicicleta, abrí la portilla de madera de la cerca que separa el mirador del camino, entré y me senté donde antes estuvieron el viejo y la joven, recibiendo con agrado en mis posaderas la tibieza que el sol prestó al leño. Estiré los brazos apoyándolos a lo largo del travesaño que hace de respaldo del banco y repantigado pasee la mirada por el pequeño mundo que se me ofrecía en toda su magnífica desnudez.
Desde Las Nieves a mi izquierda hasta los altos que bordean El Portillo a la derecha, pasando antes por el tan cerquita como de Montehano, que nunca se cansa uno de admirar y el circo de montañas que actúan como magnífico telón de fondo –La Muela, San Vicente, Rocía, Valnera..– creí tenerlo todo al alcance de la mano. Harto de tanto placer bajé la vista y mis ojos se perdieron perezosos por entre las praderas y bosquecillo que se extienden hasta Escalante.
Cuando invadido de un amable sosiego, eche la cabeza atrás la imagen de mi cielo azul con jirones de nubes de gris ceniciento permaneció unos instantes en mi mente después de que se hubieran cerrado mis párpados y me dispusiera a soñar. Había gozado del premio que recibía el viejecito tras escalar su particular Everest: eso debía ser para él la subida de la pequeña cuesta.
Transcurrido un tiempo, de pronto dejé de ver a la entrañable parece. Y hoy cuando vuelvo a pasar por allí no puedo evitar, al volver la vista hacia el mirador... sentir cierta nostalgia... que pronto se diluye si miro al cielo, pues me parece ver al anciano, sentado en alguna de las nubes que pasan, disfrutando con una feliz sonrisa de la hermosura del paisaje que se extiende a su pies.
El mirador, como ya habrán adivinado, se encuentra a unos metros del barrio de La Lastra en Escalante.
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