La costa de Ajo es codiciada por pescadores y turistas por su riqueza y belleza
Un balcón al Cantábrico ·
Secciones
Servicios
Destacamos
Un balcón al Cantábrico ·
Para los turistas, la Ojerada, en el cabo de Ajo, es ese rincón en el que tomarse una y mil fotos para presumir de paraje natural. Estos dos ojos a modo de túnel que le han salido a las rocas -un curioso capricho de la ... fuerza de las olas- evocan a unos prismáticos que acercan la visión del mar Cantábrico. Con toda su belleza y su inseparable furia.
Para Ángel Cagigas, 'Cani' este punto de la costa posee otro significado. Es uno de sus pescaderos predilectos. Durante décadas ha plantado la caña en este lugar en busca de jargos, lubinas o julianas. «Me he pasado toda la vida dentro de la Ojerada, pescando millones de veces».
Este 'ñero' - así se les llama a los nacidos en Ajo - se conoce los acantilados como la palma de su mano. Los ha pateado desde crío hasta que hace un par de primaveras, con mucha pena, renunció a su afición. «Tengo 83 años y ya me da miedo caerme por las rocas». Y es que se precisa cierta agilidad y sobre todo conocer mucho la mar, para adentrarse en este tramo del litoral sin correr riesgos. «Hay que ir al pescadero adecuado cada día y saber de qué manera pegan los golpes de mar en cada uno, para colocarte donde no te pillen las olas». Cani recomienda ir siempre con alguien curtido en este tramo de la ría y cuando sople calma. Si las cosas se hacen bien, uno puede concluir la jornada con una buena recompensa. «La costa de Ajo es muy rica en peces y crustáceos».
Antaño, rememora, «he cogido muchos percebes» entre las grietas y oquedades pero, ahora, eso, «está prohibido» si no dispones de licencia. Lo habitual es ir a caña. «Revilluca es muy amigo mío y hemos ido juntos a pescar por aquí muchas veces ¡Que buenos ratos hemos pasado!». Tal era su pasión, que Ángel también ha buceado por las profundidades de la ría de Ajo en busca de capturas y durante tres décadas ha surcado la bahía de Santoña con un bote. «Se me ha dado muy bien». Para este artificiero de profesión, la pesca era su mejor distracción en los ratos libres. «Me gustaba ir por las mañanas». Y nunca se cansó de admirar el entorno que le rodeaba. «El paisaje de la costa de Ajo es maravilloso. Tienes unas vistas preciosas y no encuentras nada igual en Cantabria».
A escasa distancia de la Ojerada, está la finca del faro de Ajo. Este verano la torre está en boca de todos por la cuestionada intervención de pintarla de colores. La pretensión inicial era que Okuda dejara su huella este mes de julio y poder contemplar la obra lo que quedaba de estío. Trámites burocráticos están retrasando la actuación que, pese a las voces en contra, sigue hacia adelante para hacer aún mayor el atractivo turístico de este entorno.
A Cani no le acaba de convencer este proyecto, aunque él prefiere hablar de sus vivencias a lo largo y ancho de la finca del faro. «Ahora no puedes entrar salvo cuando la abren al público, pero yo he conocido el faro por dentro y por fuera. Me he criado y he corrido por esos prados». Se acuerda de los torreros, don Ángel y doña Antonia, que «nos enseñaron a muchos chavales del pueblo a leer y a escribir cuando íbamos por allí. Para nosotros fueron como una especie de maestros».
Desde el verano 2015 se puede acceder a la finca y darse el gusto de caminar por una senda costera situada en la parte más septentrional de toda la región. Este año por la falta de personal aún no se ha podido abrir, aunque contemplar el faro desde la lejanía, con el mar abierto y el cielo azul de fondo, es ya un regalo para los sentidos. Una buena elección es hacerlo al atardecer desde uno de los bancos del paseo de la playa de Cuberris. En este verano tan atípico, los arenales de Ajo tienen limitados sus aforos. En Cuberris hay sitio para 1.500 personas y en la cala de Antuerta, escondida entre las imponentes paredes de los acantilados, entran un centenar.
Ajo es uno de esas localidades de la comarca oriental que muta al llegar los meses de calor. Pasa de la nada al todo. Del silencio y la tranquilidad de sus calles vacías con apenas 2.000 vecinos, al bullicio y la muchedumbre de 25.000 almas. «Antiguamente éramos cuatro vecinos y ahora ha crecido una barbaridad. Viene mucho turismo y se ha edificado bastante», cuenta Cani. Él prefiere la tranquilidad y reconoce que estos días apenas va al centro pueblo porque «no me puedo mover a gusto». «Pero veo bien que vengan los turistas porque así se mueve la economía».
La mayoría de lo visitantes aprovechan su estancia en Ajo para degustar las codiciadas paellas de marisco que se promocionan con carteles gigantes a las puertas de los restaurantes. «Es el plato de referencia aquí». Junto a los percebes que tanto pescó Cani.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.