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Si la pandemia no hubiera borrado del mapa toda actividad festiva, en Noja estarían ahora iniciando la cuenta atrás para honrar a los Santos Mártires la próxima semana. Los festejos patronales, conocidos en la región por sus conciertos gratuitos con artistas de talla nacional ... e internacional, despiden por todo lo alto el estío en la villa. «Aquí han sido siempre muy famosos los fuegos artificiales que se lanzan desde la playa de Trengandín. Ese día hay miles de personas que vienen de los pueblos cercanos. Es una tradición de toda la vida», cuenta Mariló Ontañón, nojeña, nacida en el mismo barrio del Carmen, que «ahora ha pasado a ser el barrio de Cabanzo».
Su familia está al frente del Café Cantábrico, «el más antiguo» de Noja. El local suma 80 años de historia y va por la tercera generación. Lo abrió su suegro, Manuel Cano. Su marido Lolo y ella tomaron el testigo durante 45 años -«abríamos a las seis de la mañana y cerrábamos a las cinco de la madrugada» -, y, actualmente, es su hijo, Roberto, el que lleva las riendas de este bar cuya fama radica en sus grandes y sabrosas hamburguesas. «En 2018 estuvo aquí una televisión americana grabando un concurso para ver quién se comía más rápido una hamburguesa de dos kilos y medio».
Sentada en la terraza del establecimiento, Ontañón rebobina en el tiempo para evocar cómo era la villa antes de su transformación turística, cuando los innumerables apartamentos y bloques de viviendas aún no existían. «Todo eran prados verdes. Noja era como los pueblos tradicionales de Cantabria, que ves una casa suelta aquí y otra allí, más dispersa».
Esa postal es un recuerdo nebuloso que dio paso, en la década de los sesenta, a manzanas de urbanizaciones, ocupadas por segundos residentes, en su mayoría del País Vasco. Se conservan algunas casonas y dos palacios, el del Marqués de Albaicín y el del Marqués de Velasco, que prueban que antaño la villa acogió entre sus brazos a familias pudientes.
Antes de que los vecinos se entregaran casi por completo al filón del turismo, las actividades económicas principales fueron la agricultura y la pesca. «Se sembraba mucha patata y lechugas. Venían compradores de Bilbao con camiones y cargaban aquí», cuenta. «Mucha gente del pueblo también se dedicaba a la pesca y a las algas. Se pescaba la angula, que se vendían kilos y kilos en Navidad, y nécoras. Las mejores nécoras son las de Noja. Están riquísimas», dice orgullosa.
Ahora, prácticamente la totalidad de la población trabaja en el sector terciario. «Aquí no hay industria. Todo el mundo vive del turismo y los hoteles, bares y restaurantes son familiares, no pertenecen a cadenas». La villa, desde que experimentó esta mutación, tiene una doble personalidad. En invierno es un pueblo de 2.500 habitantes -«a las seis de la tarde ya no te encuentras a nadie por las calles»- y en verano es una ciudad de 70.000 almas. «Es un cambio brutal», reconoce Ontañón a la par que deja claro que a ella le encanta el bullicio de la temporada alta. «Al tener el bar y tres tiendas de playa es ahora cuando se gana el dinero, pero sobre todo me gusta porque se respira vida. Para nada me molesta la gente». La mujer señala que a partir de Semana Santa ya se empieza a notar algo de movimiento en el municipio y en verano «suelen venir a partir de San Fermín». En este año de pandemia todo ha sido distinto. «Han venido desde inicios de julio, pero sólo los fines de semana y el lunes se volvían a marchar. Ahora ya se están quedando todos los días».
Por su perfil eminentemente turístico, para la villa el confinamiento ha sido un duro revés. «Desde Semana Santa hasta mayo no hemos trabajado nada. Han sido unas pérdidas terribles para el pueblo». Estos dos meses de estío, al menos, «estamos trabajando bastante bien. No es como otros años pero no nos podemos quejar». Si la meteorología acompaña, en septiembre conservan los visitantes los fines de semana. «El año pasado hubo movimiento hasta el 12 de octubre». Este 2020 todo es una incógnita.
Las playas de Ris y Trengandín son lo más codiciado por los foráneos. Su fina arena invita a colocar la toalla y contemplar durante horas el paisaje. «Antiguamente toda la gente se concentraba en el tramo de Trengandín que comprende desde los Tamarises al pueblo. Se ponían los señores de las casonas. Y, desde los Tamarises al campo de fútbol, estaban las colonias de San Jerónimo con los niños pobres de Madrid que traía el cura. ¿Y en Ris? «No iba nadie porque no había ni carretera. Hasta que se empezó a construir era un barrio de pocas casas de gente que se dedicaba a la mar».
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