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Durante una semana, alumnos del instituto Marqués de Manzanedo de Santoña junto a otros estudiantes de Numancia de la Sagra, procedentes de Toledo, han sido los únicos habitantes del pueblo de Umbralejo (Guadalajara). Sin móviles y desconectados por completo de las redes sociales, los ... jóvenes se han sumergido en una experiencia única que les ha permitido acercarse a la vida rural y conocer oficios y costumbres de épocas pasadas.
El centro ha participado por primera vez en el Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados (PRUEPA), promovido por los ministerios de Educación y Formación Profesional y para la Transición Ecológica en colaboración con las consejerías de Educación de cada comunidad autónoma.
Este proyecto, complementario a la enseñanza en las aulas, se desarrolla en tres localidades que, abocadas al olvido al perder todos sus habitantes, fueron adquiridas, allá por los años 70, por el antiguo Instituto de Conservación de la Naturaleza (ICONA). Umbralejo, Granadilla (Cáceres) y Búbal (Huesca) pasaron entonces a ser patrimonio del Estado y una década después se decidió la utilización de estos pueblos como recurso educativo. En estos 40 años, distintas generaciones de estudiantes han protagonizado este programa, que busca concienciarles de la importancia que juega el medio ambiente en la vida de las personas y el desarrollo de la sociedad, así como la necesidad de tomar decisiones y de actuar para evitar el deterioro medioambiental.
La iniciativa está abierta a los centros educativos de toda España, que son seleccionados en base a un proyecto que tienen que presentar. Cada curso se benefician de esta actividad unos 50 institutos. El Manzanedo se postuló a participar en este programa en 2019. Su propuesta fue seleccionada, pero debido a la pandemia no han podido disfrutar de esta experiencia, becada por el Ministerio de Educación, hasta este año.
Un total de 23 alumnos, que cursan 4º de la ESO, viajaron el pasado 23 de octubre hasta Umbralejo para pasar una estancia de seis días. Lo hicieron acompañados de los profesores de Lengua en el centro, Jesús Balboa y Laura Fernández.
Allí, les recibieron los educadores al frente de este proyecto y descubrieron que iban a convivir con otros 25 estudiantes de Numancia de la Sagra. Solo ellos habitaron el pueblo esos días, encargándose de manera conjunta de su mantenimiento y contribuyendo a la recuperación cultural y física del entorno. «Son pueblos en los que se lleva trabajando desde los años 80 y en los que se ha hecho una inversión importante a lo largo del tiempo. Las casas de Umbralejo están en perfecto estado, lo único que le falta son los habitantes. Por tanto, más que encargarse de su construcción es, sobre todo, hacer un mantenimiento básico», explica Balboa.
El alumnado trabajó en varios frentes. Por un lado, están lo que se denominan tajos que van desde la limpieza de las casas que ocupan y del pueblo en general, pasando por la recogida y reciclaje de basura, compostaje y el cuidado de los animales. Igualmente, realizan tareas de mantenimiento que son «pura obra». En concreto, les tocó tirar de cemento y espátula para restaurar la pared de la fuente de Umbralejo. Todo siempre bajo las indicaciones de los educadores.
Balboa reconoce que algunos de los jóvenes inicialmente se mostraron reacios a mancharse las manos y rechazaban las actividades, pero los educadores, curtidos en esta lides, consiguieron poco a poco introducirles en las labores en las que se acabaron implicando a fondo. «Lo primero fue móviles fuera ya que prácticamente no hay cobertura y después, tuvieron que ponerse a realizar trabajos del siglo XIX, que no habían hecho nunca. Para ellos fue un salto muy grande. Han salido de su zona de confort. Y, es sorprendente como lo más escrupulosos acaban con los guantes y las palas. Es todo mérito de los educadores», valora el docente.
Todos los trabajos, además, se hacen en grupos. Desde el primer día, el programa mezcla a los jóvenes de los dos centros educativos potenciando la convivencia y la importancia de la colaboración y la empatía. Mientras aprenden, se conocen, forjan amistades y al final de a aventura, no quieren separarse.
Los talleres son otro pilar fundamental del proyecto ya que permiten a los jóvenes aprender a realizar oficios y actividades manuales relacionadas con la vida de un pueblo rural. «Estuvieron en una fragua real y les enseñaron a fundir clavos como hacía antiguamente el herrero. Se adentraron en la apicultura. Se pusieron los trajes y estuvieron en las colmenas extrayendo la miel y también participaron en talleres de cestería, cerámica, primeros auxilios, masaje, relajación, encuadernación...».
Lo cierto es que su estancia en Umbralejo fue un no parar porque el resto de horas llevaron a cabo salidas de senderismo por la montaña, conocieron cómo se ha recuperado la antigua escuela e, incluso, pastorearon las ovejas.
Por las tardes, las dedicaron a desarrollar el proyecto por el que les han seleccionado. «Gira en torno a un plan de gestión de residuos que tenemos en el centro. El objetivo final es que los alumnos de 15 años se imagen el mundo dentro de otros 15, cuando tengan 30, y si no les gusta ese futuro que vean lo que, poco a poco, pueden ir cambiando desde en punto de vista local, en materia de conservación», cuenta Balboa. En Umbralejo, elaboraron un trabajo audiovisual entrevistando a educadores y compañeros del otro instituto «sobre lo que podemos cambiar ahora y cómo nos imaginamos el día de mañana».
El docente asegura que ha sido una experiencia vital muy enriquecedora para los jóvenes. «Se lo han pasado genial y les va a quedar un recuerdo para siempre».
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