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Apunto de cumplirse un año desde que el faro de Ajo mudara de piel, se cuentan por miles los visitantes que atraviesan, cada día, las puertas de la finca donde se erige la torre para contemplar la multicolor obra del artista, Okuda San ... Miguel.
Aquellos que pensaron que el interés por esta actuación se desinflaría una vez se silenciara toda la polémica que despertó, se equivocaron. Basta con acercarse cualquier día de este mes de agosto para certificar que la singular estructura se ha convertido en un imán para atraer turistas. Las cifras de asistencia son abrumadoras. En julio, pulularon por este paraje 46.821 personas. Y en los diez primeros días de agosto se registraron 22.821 entradas. Desde que volvió a abrir sus puertas a finales del pasado febrero - cerradas por la pandemia - hasta el 10 de agosto, el recuento se salda con un total de 108.604 visitantes. Y no deja de crecer cada jornada.
Laura González y Sara Lagüera han sido contratadas por el Ayuntamiento de Bareyo como informadoras turísticas para trabajar en la caseta situada justo en el acceso a la finca. Lara apunta a mano cuántas personas van entrando y su procedencia. Que si del País Vasco, de Murcia, de Castilla y León, de Madrid, de Cantabria... Apenas levanta el bolígrafo del papel porque la afluencia es continua. «Los días que sale nublado viene mucha más gente. En agosto estamos teniendo unas 3.000 personas diarias».
Los visitantes, cuentan, van directos a contemplar la obra de Okuda y es al salir cuando se interesan por otros entornos del municipio para recorrer. «Les hablamos de las playas, la zona de Ojerada, el convento de San Ildefonso...». Los que descubren por primera vez el faro de Ajo quedan maravillados por el paisaje en el que se enmarca, acariciado por imponentes acantilados.
Desde el punto más septentrional de la región, las vistas de la costa, del mar Cantábrico, en una jornada soleada, son más que espectaculares. «Vienen a ver el faro pintado pero se dan cuenta que el emblema es el territorio natural tan bello que le rodea. Muchos turistas al entrar en la finca y divisar Santander a lo lejos, se quedan asombrados». La torre es el «recurso» para descubrir este lugar. Y tanto debe gustar que «gente de Cantabria que acudió el año pasado, ha vuelto a venir este verano haciendo de guía de amigos o familiares».
Para contemplar el faro y todo el enclave del Cabo de Ajo se ha habilitado una senda peatonal delimitada por un vallado de madera en el que se ruega no subirse, aunque no termina de cumplirse la norma. Y es que si hay algo que ansían los turistas es tomarse la fotografía más original con la pintoresca torre de fondo. «Queremos pedir a la gente un poco de civismo para respetar el entorno y mantenerlo limpio». A lo largo del itinerario hay bancos para descansar, paneles sobre la flora y fauna y catalejos para divisar las aves.
Tras recorrer el paraje, Juan Antonio y Mercedes salen maravillados de la finca. «Nos ha parecido muy bonito y es diferente a los otros faros». El matrimonio procede de Zaragoza, aunque desde hace años veranean en Colindres. «Lo habíamos visto por internet y también nos lo había recomendado una amiga, así que hemos decidido venir antes de que les dé por cobrar para entrar», bromea Juan Antonio. El acceso a la finca es gratuito. Eso sí, hay un horario. Por las mañanas abre de 11.00 a 14.00 horas y por tardes, de 16.00 a 21.00 horas. Media hora antes del cierre ya no se puede entrar.
Isidoro y su hija María contemplan las vistas detrás de las vallas. Conocen el faro de toda la vida porque tienen una casa justo en la zona para desconectar de su rutina en Algorta. «A mí me encanta el arte urbano y esto ha servido para promocionar Ajo», destaca él. «Si esto no se pinta, por aquí no viene nadie y fíjate la cantidad de personas que hay. Lo tienen que dejar para siempre». Además, cuenta, «los bares y restaurantes lo están notando. Las terrazas están a tope». Su hija, que no ve mal que lo hayan pintado, sí que cree que debería haberse preparado el entorno previamente para tal afluencia de visitantes. «Antes de poner una cosa así, que llame tanto a la gente, hay que acondicionarlo bien y hacer un parking, que lo hay, pero que sea obligado aparcar porque nadie lo hace».
Para Lola y Patricia toda la polémica que se creó con la obra ha quedado en nada. «Somos de Valladolid y siempre hemos veraneado en Isla. El entorno sigue igual de bonito, lo que ocurre es que el faro en vez de blanco es de color. Para nosotras está bonito así, aunque es para gustos. Lo que está claro es que ahora mucha más gente está conociendo Ajo».
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