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Les llaman locos pero, en realidad, son valientes. Pese a la tormenta que está cayendo, han dado el paso de emprender. Una aventura que si ya se planteaba difícil en la añorada normalidad, lo es más aún en estos tiempos de pandemia. Pero, era, ... ahora o nunca. Quedarse de brazos cruzados en casa no era una opción. Y la ilusión, el trabajo y el esfuerzo por tirar hacia adelante han eclipsado a los miedos e incertidumbres.
Las historias de Nerea Campo, Diana Gabriela Rodríguez, Julián González y Manuel Fernández son una excepción. Un oasis de esperanza en esta época de crisis. Han abierto las puertas de sus negocios en Santoña mirando de reojo a los que bajan la persiana para siempre. Todavía no han podido probar las 'mieles' de la clientela procedente de otras comunidades, pero tienen la creencia de que si resisten a estos meses tan crudos, lograrán hacerse su propio hueco en el mercado.
El establecimiento de moda infantil 'Los Pícaros' es un clásico del comercio local. Su dueña, Pilar Vinagrero, se jubiló el pasado mes de febrero tras más de 40 años detrás del mostrador. Hacia tiempo, que la mujer andaba detrás de la esposa de su sobrino para convencerla de que tomara las riendas del negocio. A Nerea Campo Quintana – «ponme también el segundo apellido», pide a la periodista – la idea no le terminaba de atraer. Ella es educadora y animadora infantil y de no ser por la pandemia nunca se hubiera planteado cambiar de oficio.
«Con mi profesión tenía que viajar mucho porque lo mismo hacía un espectáculo un día en Santoña y al otro día en Burgos. Es casi como la vida de un artista, aunque a menor escala». Buscaba algo «más estable» cuando su tía política le propuso traspasarle la tienda. «Yo creo que con la pandemia me ablandé. Mi marido me animó y tras pensarlo mucho, me decidí a probar». Hace solo un mes se puso al frente de Los Pícaros (Serna Occina, 7), cargada de ilusión y con muchas ideas rondando por su cabeza. Sin perder la esencia del negocio quiere «darle un giro» para aportar su toque particular. Una de las novedades es que ha incorporado ropa casual manteniendo a la vez las firmas con las que ya se trabajaba. «Es ropa de calidad a un precio ajustado para amoldarme a la situación actual». Además, ha ampliado el catálogo y ahora vende prendas para niños hasta los 16 años. «Mis hijos tienen 7 y 10 años y si quería comprarles ropa tenía que irme fuera porque aquí no había». Otra de sus apuestas es la venta a través del facebook de la tienda para llegar a un mayor público.
El covid le ha impedido inaugurar el establecimiento, pero tiene claro que, en cuanto pueda, lo celebrará con un evento de animación infantil en el que los protagonistas serán los pequeños. «Siempre pienso en ellos. Se lo merecen todo». No será algo excepcional. Nerea no quiere aparcar del todo su vocación. Al contrario, quiere incorporarla al negocio. «En cuanto termine la pandemia, organizaré en la tienda cuentacuentos, talleres de animación, de tatuajes, temáticos...». El local, que ha remodelado con mobiliario creado por su marido, cuenta con gran espacio.
El balance de estas primeras semanas es positivo. A nivel personal, «cada vez me está gustando más», confiesa, y del lado empresarial, mantiene a los antiguos clientes a la vez que atrae a nuevos. «Compañeros de otros comercios ya me habían comentado que febrero y marzo son meses horrorosos, pero no me ha ido tan mal. También es cierto que no puedo comparar con otros años». Alguna vez, cuenta, «he ayudado a Pilar cuando estaba mala y he podido comprobar que en vacaciones y los fines de semana con la gente de fuera se vende bien». Algo, que está deseando comprobar.
Estos días, dice, se ha dado cuenta de que es más conocida y querida en el pueblo de lo que ella imaginaba. Un cariño que se granjeó durante su etapa como cuentacuentos en la Casa de Cultura. de la villa. «Me vienen a ver muchos niños y ahora estoy conociendo más a sus padres». Reconoce que coger el relevo de un negocio ya asentado «facilita mucha las cosas» que empezar de cero. «He dado el paso porque es algo familiar y Pilar me está ayudando mucho, ya que es un mundo desconocido para mí. Haciendo las cosas bien y con cabeza espero salir adelante».
Diana Gabriela y su hijo, Julián, tenían apalabrado el alquiler de un local cuando el virus lo paró todo. «Habíamos empezado ya a comprar maquinaria». ¿Qué hago?, se preguntó muchas veces la mujer. La idea del negocio llevaba en su mente toda la vida. «Si me siento en casa y me cruzo de brazos, el mundo se me viene encima». Era «ahora o nunca». Y se lanzaron. En junio formalizaron el contrato y tras un verano de reformas, el 11 de noviembre, abrieron las puertas de La Pastucca (Rentería Reyes, 13). «Vendemos pasta natural y fresca, sin nada de conservantes». La elaboran a diario, de buena mañana en la cocina del local. «Es algo nuevo, que no está muy visto».
A Diana, natural de Argentina, siempre le ha encantado cocinar pasta. «Empecé con sorrentinos (una pasta típica de su país) y veía que cuando se los daba a familiares, les gustaba mucho». En 2019, decidió viajar a Italia con su marido para formarse y llegaron a comprar unas pequeñas máquinas. Fue el germen de este proyecto en el que también se ha involucrado su hijo. «Mi satisfacción más grande es que a la gente le guste el producto y vuelvan». Lo que se llama fidelidad. En este tiempo, ya han hecho clientes en Santoña y en los pueblos de alrededor. «Hay gente que compra para el día y otros, que compran un montón y lo congelan», cuenta Julián.
Entre sus especialidades está el fusilli al huevo y con tinta de calamar, ravioles rellenos, panzotti, torttelloni, lasaña, pizzas... Lo mejor es echar un ojo a la cristalera y dejarse aconsejar por ambos. «Es una pasta que solo hay que hervirla dos minutos para que esté 'al dente'», explican.
Los días de mayor ajetreo en la tienda son los viernes y sábados. «Hasta enero hemos vendido muy bien pero en febrero ha bajado algo». Su deseo es que pronto levanten el cierre perimetral. «En el verano creemos que vamos a trabajar bien», confían. Y tienen planes para cuando el negocio prospere y se vaya consolidando. «Queremos volver a Italia para adquirir más máquinas, hacer cursos y ampliar la carta».
«Al principio había mucho miedo. Aún es muy pronto para decir que estamos salvados pero vamos saliendo adelante, más o menos». La historia de Manuel Fernández tiene doble mérito. En plena pandemia ha abierto dos fruterías. Una, en Maliaño; y la otra, en Santoña. Se quedó en paro en enero de 2020 y ya había solicitado el crédito para poner en marcha la tienda de Camargo cuando se decretó el confinamiento. «Y no quedó más remedio que abrirla».
Afortunadamente, funcionó bien y decidió repetir experiencia en Santoña. A mediados de noviembre 'Amarlo fruit's echó a andar en la calle Serna Occina, número 6. Los clientes entran y salen constantemente con las bolsas repletas de género. «Intentamos ofrecer productos de calidad a un precio competitivo». Manuel ya conocía el sector, aunque lo de estar de cara al público es algo nuevo. «Trabajé más en almacén». Aún así tiene claro las máximas para atraer al cliente. «Que la fruta sea de calidad y dar un trato cercano».
Él se levanta a las tres de la mañana para ir el Merca y a las siete y media las fruterías están en activo. Y así se mantienen hasta las nueve de la noche. Un horario continuado y amplio «para evitar que la gente esté apelotonada y realice la compra de forma segura y tranquila». En las cajas, hay una amplia variedad de frutas, la tradicional, y otras menos conocidas como la yuca, el plátano macho o el maracuyá.
La luminosidad y el género colocado con sumo detalle son los puntos fuertes de la tienda. «He intentado montar una cosa bonita sin mucho coste, utilizando tablas recicladas». Entre los dos establecimientos, ha generado nueve empleos. Casi nada. «Esto es currar y currar y estar encima todo el día. Un negocio es como un hijo, hay que ponerle mucho cariño y cuidarlo para que no le falte de nada».
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