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Nacho González Ucelay
Lunes, 6 de septiembre 2021, 07:11
El final del verano, que ya alza su copa por el otoño, y la redoblada presencia policial, que arredró a la muchachería, escoltaron a la localidad de Noja en la madrugada del domingo en su tránsito a la tranquilidad que le fue robada ... hace siete días, y lo que entonces se describió como un escenario de guerra volvió a ser un remanso de paz. «Lo que sucedió el fin de semana pasado no se va a repetir», habían predicho las autoridades. Y no se repitió.
Escenario de gravísimos altercados durante el sábado anterior, cuando centenares de jóvenes que practicaban el botellón en la playa de Ris y sus inmediaciones se enfrentaron a botellazo limpio con los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que llegaron a practicar ca-si una veintena de detenciones, Noja anocheció anteayer blindada de arriba a abajo.
Confiando en que el calendario hiciera su parte del trabajo -«ya hemos entrado en septiembre, así que no esperamos que venga tanta gente como ese día»- y los refuerzos que les habían enviado hicieran también la suya, los agentes de la Policía Local que cubrían el servicio de noche se prepararon a conciencia para un turno impredecible.
«Ahora, hasta las tres, los chavales aún están en los garitos», de modo que, de momento, no hay por qué preocuparse.
Había por qué hacerlo a las tres, cuando decenas de grupos de jóvenes se encaminaron a la playa, unos con bolsas, otros sin bolsas, y casi todos muy sorprendidos por el espectacular despliegue con el que la Guardia Civil esperaba su llegada.
Apostados al mismo pie del arenal, punto de reunión de los jóvenes cuando los bares y pubs echan el cierre, 16 efectivos de la Unidad de Seguridad Ciudadana de Comandancia (Usecic) de la Guardia Civil de Cantabria les invitaron a darse la media vuelta y marcharse a casa.
Fueron razonables las protestas de algunos de los muchachos, que no llegaron a entender bien por qué se les prohibía el acceso a la playa si no portaban bebidas, por qué se les requería la documentación a la mínima queja y, en algún caso, por las formas. «Es que no entiendo por qué me tienen que hablar de ese modo. Las cosas se pueden decir bien», replicó una chica.
Claro que también fue razonable en su conjunto la intervención de los agentes, que no habían ido allí a sentarse en la playa con los chavales y explicarles uno por uno por qué no podían permanecer allí.
Con la que había caído el sábado anterior, ellos tenían que procurarse sin miramientos el éxito de una operación que se había iniciado ya algunas horas antes en el mismo centro de la villa, donde los agentes se dejaron ver realizando algunos controles aleatorios en los que se incautaron de drogas y algún arma también, y que se dio por acabada a eso de las cuatro y media de la mañana, cuando las cuatro patrullas se retiraron de Noja.
Atrás dejaban una localidad en calma, tranquila, silenciosa, donde de la batalla campal registrada siete días antes apenas queda un mal recuerdo.
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