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Txomin tenía cerca de 84 años cuando perdió por completo la capacidad del habla. Sus cuerdas vocales eran incapaces de vibrar. Intubado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital Santiago Apóstol de Vitoria (Álava), había sido diagnosticado con diferentes patologías graves y el ... silencio marcaba sus últimos momentos de vida. Fue en esa situación tan delicada cuando Patxi del Campo, musicoterapeuta y director del Instituto Música, Arte y Proceso de Vitoria, comenzó a trabajar con él en un proceso de acompañamiento para personas en situación de final de vida. El destino es caprichoso. Un día Txomin no empezó a hablar sino a cantar. «San Sebastián tiene cosas que no tiene el mundo entero...». Los médicos no daban crédito al escuchar a aquel anciano evocando las canciones populares de su ciudad natal. «La motivación pudo más que la enfermedad», recuerda Del Campo en recuerdo de su amigo, que falleció unos días más tarde. «Después de florecer».
Esa fue una de las historias con las que el musicoterapeuta trata de identificar el poder de las canciones como un proceso curativo. Después de todo, «la música es vida». A su lado asentía ayer la psicóloga y también colega en el centro alavés, Sheila Pereiro, que no tardaría en rescatar palabras como «aceptación incondicional», «escucha» y todos esos «ángulos» que permiten enfocar los problemas desde otro punto de vista.
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Derechos María Dolores Odriozola aborda los retos de igualdad en las políticas, a las 11.30 horas en Liencres.
Sostenibilidad Amaya Lobo ofrece una charla sobre residuos y cambio climático, a las 19.30 horas en Soto de la Marina.
Ese «proceso» de experiencias y de convertir las canciones en un vehículo de «recuerdos, emociones y personas» fue lo que marcó ayer la inauguración del curso 'Musicoterapia y capacidades diversas', impartido en la Centro de Ocio Playa Dorada de Noja. Bastó con hacer sonar un piano, un yembé, un palo de lluvia o la voz de Pau Donés en 'Eso que tú me das' para crear el clima idóneo con el público, compuesto por psicólogos, profesores y maestros llegados de todas partes.
Raúl, José Luis, Maite, David... Todos tomaron asiento en el salón de actos para nutriste de esas competencias que no están en los libros de texto. Se leen en las miradas, en esos «códigos» que hay detrás de cada ser humano. «Porque no consiste en dar una clase de música sino de dejarse llevar. Lograr un sistema de calma», como apostillaba del Campo, antes de echar mano del móvil y reproducir las canciones que le iba pidiendo la asistencia.
Aquella de U2 que transporta al año 2007, esa cantata de Carl Orff que era contraproducente para la recuperación de una paciente aquejada de un ictus... «La música no es cualquier cosa. Puede colapsar las emociones», iban mostrando ambos profesores, con amplia experiencia en la atención de personas ingresadas en la UCI, diagnosticadas con autismo, bloqueos emocionales, depresión, problemas del ámbito emocional, comunicación o necesidades educativas especiales. «La música nos hacia viajar, nos cuida y atiende», compartieron los expertos, antes de insistir en el valor de la «confianza hacia la música».
Erizar la piel y abrir en canal las emociones de quien necesita ser escuchado no es nada fácil. Requiere un clima de «confianza», espacio y una voluntad que no entiende de exigencias sino de «dejarse llevar». Esa lógica basada en desaprender más que en aprender se vio reflejada mejor que nunca cuando los alumnos se abalanzaron sobre los instrumentos y empezaron a improvisar. Miradas cómplices, sonrisas a través de la mascarilla, gestos con la cabeza, la sorpresa de congeniar con desconocidos... «El otro se convierte en tu partitura», revelaban los vitorianos.
Porque la línea entre los roles de doctor y paciente se diluye en cuando los procesos de la musicoterapia empiezan a funcionar. El camino hacia esa zona de confort puede ser complejo y de una lógica aplastante al mismo tiempo. «El fin no es la música en sí misma sino lo que la persona trae a la sesión, lo que necesita», apostillaba Pereiro, antes definir la musicoterapia como «una disciplina para acompañar a las personas hacia un bienestar emocional o físico» pero sobre todo como «un lugar de encuentro y de intervención sistemática» a través de distintas herramientas. Confianza, la clave: «La terapia es un espacio seguro por definición».
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