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A Bea y a Fran siempre les acompaña un 'ángel de la guarda' que empuja su silla de ruedas. Una tarea para la que es necesaria 'más maña que fuerza'. Un paseo con ellos por las calles de Santoña se convierte en una carrera de ... obstáculos por culpa de los escalones, los bordillos sin rebaje y los bolardos que estrechan más de la cuenta las aceras. Barreras arquitectónicas que frenan la calidad vida y la autonomía de personas con discapacidad, padres con sillas de bebés o mayores con movilidad reducida.
Solo ellos son conscientes de lo difícil que es moverse a diario por espacios que no están adaptados.
Este suplemento quiere comprobar si Santoña es un municipio accesible y poner el foco en los entornos y edificios que se deben de mejorar para que las administraciones y la sociedad tomen nota. Proponemos a los usuarios de Amica realizar un recorrido por el pueblo y que nos indiquen ellos mismos las limitaciones que se encuentran cuando salen a la calle.
Roberto Sanz Profesional de Amica
La iniciativa no les suena a nuevo. Roberto Sanz, uno de los profesionales del centro, cuenta que Amica participa en el Observatorio de Accesibilidad de Cocemfe Cantabria y cada año suele hacer un par de 'rastreos' en municipios de la región. Cuando les ha tocado hacerlo en la villa apuntan las zonas dónde lo tienen más difícil que el resto y la propuesta técnica para eliminar esos obstáculos. El informe, Cocemfe se lo remite a las Concejalía de Obras y Urbanismo, Servicios Sociales, Policía Local y Alcaldía de Santoña. Es de reseñar que el Ayuntamiento, en los últimos tiempos, ha ejecutado obras para facilitar la accesibilidad en el municipio, aunque no es suficiente. Queda mucho por hacer. Y en esa labor, recalca, «es fundamental que tengan en cuenta a las personas con discapacidad para asesorarles cuando vayan a hacer una actuación. Tanto Amica como Cocemfe nos ofrecemos para ayudarles a integrar la accesibilidad en el entorno».
Al paseo se apuntan Angela, Conchi, Paco, Bea y Fran. Los dos últimos jóvenes van en silla de ruedas. Roberto y Jana, que está haciendo prácticas en Amica, son sus 'ángeles de la guarda'. Los que sudan la gota gorda para sortear las barreras. Cualquier otro día es alguno de sus familiares. Comenzamos la marcha y pregunto a Roberto. ¿Santoña es un municipio accesible? «No», responde al instante, pero «sí que se tienen en cuenta las necesidades de las personas con discapacidad y se está intentando avanzar en la medida de las posibilidades». Que sea un pueblo adaptado beneficiará siempre a toda la sociedad. «A personas con discapacidad, pero también a mayores, a padres con sillas de bebé, a los que van con el carro de la compra, los que tienen que llevar muletas de apoyo».
Atravesamos el parque de Manzanedo y nos disponemos a cruzar por el paseo de cebra que comunica con el Ayuntamiento. Primer obstáculo. Las aceras de ambos lados no tienen rebaje. El entorno por el que se llega a este edificio público suspende en accesibilidad. Algo que choca con el Palacio de Manzanedo adaptado completamente en su interior para personas con movilidad reducida. Conchi saca el metro que llevan en los rastreos y se agacha a medir el bordillo. 10 centímetros. «Si la persona que va en silla no tiene el cinturón puesto se puede ir hacia delante y caer. Lo que hacemos es bajar la acera con la silla de espaldas», indica Roberto.
A escasos metros está el instituto de Manzanedo, que, recientemente, ha sido colegio electoral. Este año las personas con discapacidad han podido ejercer su derecho a voto. Pero la escalinata de entrada es infraqueable. «No cumple la ley y para solucionarlo a una de las personas se le cambió a votar en el Picavea». En el Manzanedo, colocar una rampa de acceso entra en contradicción con su catalogación de BIC. «Dicen que rompe la estética del edificio pero la accesibilidad debe estar por encima». Y más cuando durante todo el año funciona como centro educativo. Otro de los impedimentos más comunes es la estrechez de las aceras. En muchos casos por culpa del mobiliario urbano. Señales, papeleras, terrazas o bolardos dificultan el paso en una silla de ruedas.
Ocurre en un tramo de la calle La Verde con bolardos. La anchura de la acera mide 1,10 metros cuando, por ley, debería tener como mínimo 1,20. Justo en el momento que nos lo van a demostrar viene de frente por la misma acera una vecina. No entra con la silla. La mujer se ve obligada a bajarse a la carretera para continuar. Otra mala costumbre son las vehículos de carga y descarga que ocupan la acera con la excusa de que es «un minuto», que pueden convertirse en diez para alguien con escasa movilidad que tiene que buscar otro espacio para poder pasar.
En cuanto a los edificios municipales desde Amica destacan que son completamente accesibles el albergue, la Casa de Cultura, la piscina y el Liceo. Solo hay un espacio que no lo cumple. La Oficina de Turismo en la calle Santander. «Se lo comunicamos hace tiempo al Ayuntamiento y se nos dijo que era algo temporal, que no iba a ser la sede definitiva. Pero lo temporal se ha convertido en indefinido. Si una persona con movilidad reducida quiere recibir información tienen que salir los trabajadores a la calle». Mientras ponemos a prueba la silla de Fran para superar el escalón de la Oficina, vemos, justo al lado, un establecimiento de hostelería que, de motu propio, ha colocado un rampa a la entrada. Un magnífico ejemplo. Y es que actividades cotidianas como sacar dinero de un cajero o comprar en una tienda también pueden ser una odisea. «Los mostradores tienen que estar a dos alturas».
Otro edificio que van a tachar próximamente de la lista roja es el centro de salud. El de ahora es casi insalvable, nada que ver con las facilidades que ofrecerá el nuevo. Fruto de una campaña que promovió la Consejería de Justicia junto con el Cermi también pasaron revista a los juzgados de Cantabria. «Fuimos al de Santoña, Laredo y Castro y vimos que no tienen rampa de acceso para subir al estrado y las señales y cartelería no son accesibles para personas con discapacidad visual». La última parada del paseo es en el Embarcadero del Pasaje. Allí, señalan la rampa de madera. «Hay un separación de 20 centímetros con la escollera. En una parte se cubre esa distancia con rejilla pero luego no continua. Es un peligro brutal porque te puedes caer».
De regreso a la sede, Roberto alerta de las baldosas sueltas y las aceras que no son antideslizantes. Y antes de terminar reflexiona: «Hablamos de la discapacidad de las personas, pero vamos a cambiar el concepto por el de discapacidad del entorno. Si el entorno es accesible, la discapacidad no se hace visible».
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