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«¿Y esa de ahí? ¡Hay una cabrita coja!». Cuando la hija de un amigo suyo dio la primera voz de alarma el sábado por ... la mañana lo primero que pensó Alfredo de Soto, encofrador de Solares y dueño de un terreno en Beranga desde hace más de 20 años, fue lo más razonable: «Habrá sido un perro o se habrá hecho daño con cualquier cosa». Pero nada de lo que había ocurrido el viernes por la noche, en cuanto terminó su recorrido por la finca, entraba dentro de lo normal. Apenas tuvo que dar unos pasos para ver que todo estaba lleno de sangre. La hierba, la cuadra... Ante él renqueaban ésa y otras nueve hembras más, con cortes en los tendones de las patas traseras. Otras cinco, simplemente, no aparecían. «Se las han llevado. A saber dónde están, si es que siguen vivas o se las han comido ya», lamentaba ayer Alfredo. De lo que no tiene ninguna duda es de que detrás de los ataques hay responsables con pleno conocimiento del terreno y de los accesos a su propiedad, en el barrio Solegrario. Es más, el ganadero sostiene que «quien lo ha hecho me conoce». De eso no tiene ninguna duda.
Ayer volvió a la escena del crimen. La cabra que el sábado sufría heridas en ambas patas yacía en el interior de la cuadra, finalmente sacrificada. Junto a ella, una cría se cobijaba a su lado por puro instinto, quieta. Fuera, el resto de mamíferos cojeaban por un terreno que hasta el viernes creían seguro. Sufren cortes en uno de los dos tendones traseros. Heridas profundas causadas con un arma blanca, a conciencia. Los ocho ejemplares que salieron ilesos de la barbarie asistían a las mutilaciones de sus semejantes, aún con el miedo en el cuerpo: «Antes hubieran venido sin dudarlo hasta mí». Alfredo de Soto trataba de acercarse a las cabras con un manojo de hierbas en la mano, pero éstas no querían saber nada, ni de él ni de nadie. Seguían asimilando las imágenes del viernes. Esa jornada había 28 reses perfectamente sanas en ese terreno. Hoy, una ya está muerta, nueve sufren graves heridas y otras cinco están desaparecidas.
Han pasado cuatro días desde la brutal agresión y De Soto ya ha pasado por el asombro, la rabia y la resignación más de una vez. Ayer caminaba por la parcela tratando de revivir el trayecto que habían seguido los atacantes. El estado de la verja a opuestos lados del enrejado –donde se encontró tirada a una de las cabras– revelaba el itinerario. Esas pequeñas marcas son el único rastro material que dejaron. Iban a por los animales. «Lo hicieron bien. Entraron por un sitio, salieron por el otro, desconectaron la corriente eléctrica de la verja... ¿Como si lo hubiera hecho yo mismo? Pues mejor», reconocía el de Solares desde la cuadra.
Desde ahí arriba, a menos de doscientos metros, se podía reproducir el camino que siguieron los autores de la barbarie. Se abrieron paso por la entrada regular del prado y, después de ensañarse con los animales, salieron por la parte inferior y sustrajeron las reses a través de un regato, las vías del tren y una finca anexa, hasta llegar a la carretera. El propietario zanjaba así lo ocurrido: «Los que han hecho esto no son unos cualquiera que pasaban por aquí. Conocen el terreno como la palma de su mano. Vinieron en plena oscuridad, atravesaron zarzas, las cuestas... Y todo esto con las reses».
¿Y quiénes fueron? Se encoge de hombros. «Esto no me había pasado en la vida, ni nada que se le parezca. A un vecino de por aquí cerca le pasó algo similar hace tres o cuatro años, ¿pero yo? Yo nunca he tenido ningún problema con nadie, ni rencillas ni nada que pueda terminar en algo así». Lo único que tiene claro es que tuvieron que ser, al menos, dos personas. De eso, y de que los responsables están muy cerca. O, dicho de otra forma, que le conocen a él y que él les conoce a ellos.
Alfredo de Soto denunció los hechos ante la Guardia Civil y unos agentes se presentaron allí cerca de las siete de la tarde del sábado. «Imagínate las caras de los dos agentes. Estaba todo lleno de sangre, los animales muy asustados... Y claro, se quedaron impresionados», revivía. Al día siguiente dio parte en el cuartel de Santoña, donde describió el 'modus operandi' tan impecable de los criminales.
Además, estimó el valor de los daños en 2.000 euros, basándose en el precio del ganado que, si no se recupera, el ganadero no descarta sacrificar. Cuatro días después, al tiempo que cerraba la verja del terreno, De Soto seguía intentando dar un sentido a lo ocurrido y a la crueldad de los responsables:«Porque una cosa es que te roben, pero esto... Esto es un crimen. Un crimen».
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