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Si en Santoña estuviesen para dichos o para gracias -que no, porque maldita la gracia- dirían que no hay dos sin tres. En el mapa del coronavirus cántabro, la villa tiene colocado un punto rojo. Por los hechos, incluso más que por los números (que también son preocupantes), es el municipio más castigado de Cantabria por la pandemia. El que ha sufrido los episodios más llamativos. Lo fue en pleno confinamiento, en el momento más duro, con familias encerradas a la fuerza en sus casas por orden judicial y la Guardia Civil entregando notificaciones y patrullando por los barrios. Repitió cuando todos los demás ya empezaban a respirar y los contagios dieron una tregua con uno de los primeros brotes destacados de la 'nueva normalidad' (el de los marineros de Burela que llegaron a su puerto). Y ahora, con agosto recién terminado, arrastra el triste honor de ser el primer territorio en la región que vive el retorno a algo parecido a lo que fue el confinamiento. «Cordón sanitario». Finales de marzo, mediados de julio y primeros de septiembre. Si el 2020 deja a todos un mal recuerdo, para los santoñeses es nefasto.
«El coronavirus no mira si eres gitano, payo o afroamericano. Esto nos atañe a todos, por eso tenemos que aportar todo nuestro esfuerzo y empeño para que las medidas adoptadas funcionen, haya cordialidad, se acaben los contagios y esto vaya remitiendo». Eso decía el presidente de la Asociación Gitana de Santoña, Roque Hernández. El virus se cebó con sus familias. Cinco de los seis fallecidos en la villa (y desde el centro de salud contaban alguno más que, si bien no fue diagnosticado -como tantos en esa etapa-, presentaba síntomas claros) y el 60% de los contagios registrados hasta entonces. Fueron esos datos y un cierto clima de tensión. Que si acusaciones de racismo por un lado, que si audios diciendo que había grupos que no estaban cumpliendo las normas por otro... Para frenar los contagios en el municipio, en los últimos días de marzo se confinó a 21 familias mediante ratificación judicial. Los que convivieron con los fallecidos, los que pidieron el alta voluntaria... Vecinos que no podían salir ni para hacer la compra (se organizaron servicios de asistencia con trabajadores municipales, personal de Cruz Roja y ayuda del Banco de Alimentos).
La Guardia Civil aumentó su dotación en la zona con agentes de Santander para asegurar que se cumpliera el mandato y entregó en dos tandas las notificaciones (tras las 21 primeras, hubo otras siete órdenes más). Las imágenes de los agentes de la Unidad de Seguridad Ciudadana Comandancia (Usecic) con los trajes blancos trajes blancos de la unidad nuclear, radiológica, biológica y química (NRBQ) están entre las más recordadas de la pandemia en la región.
inesperada
LAS DOS PRIMERAS
Como en todos los lados, el municipio siguió atento a la curva, a los cambios de fase, a las aperturas, a las primeras salidas... También la vuelta a la actividad de la hostelería (que en Santoña tiene un peso evidente) o el trabajo en las conserveras (si cabe, más evidente aún en importancia). Y justo por la mar llegó el segundo susto. Fue un brote importado que tocó a Santoña de refilón. Pero volvió a sumir a la villa en un lógico estado de preocupación.
Salud Pública confirmó el 10 de julio el positivo de un marinero procedente de Burela (Galicia) en plena costera del bonito. A él y a sus dos compañeros en el 'Mar de Annea' les llevaron esa noche al albergue de Solórzano. El problema es que llevaban atracados en el puerto de Santoña desde el lunes. «Pues un poco de miedo sí que da», comentaban en el pueblo. Como para no. «Tengo la imagen grabada de un grupo de gallegos tomando vinos en un bar que está muy cerca de aquí», explicaba un vecino, sentado en una terraza de la plaza San Antonio. «No sé si serían los que han dado positivo, pero eran gallegos». Los comentarios de los corrillos entre santoñeses. Todo, teniendo en cuenta la pesadilla recién vivida y el hecho de que en Cantabria, esos días, había 24 casos activos (ahora hace ya días que se sobrepasaron con creces los mil). O sea, que en un mes algo más tranquilo para casi todos, de tregua, al municipio le volvió a salir cruz.
Porque la cosa fue a más. Se detectaron contactos de los marineros con tripulaciones de barcos vascos, asturianos y gallegos. Hubo atraques en el puerto pero sin permiso para desembarcar. Diez aislados más por precaución y 23 pruebas PCR por la villa (en dos establecimientos hosteleros en los que habían parado los pescadores, por ejemplo). Salió un segundo positivo, luego un tercero y hasta un cuarto. Todos entre los pescadores.
A partir de ese momento, y descartado que hubiera tenido, en principio, efecto sobre la población de Santoña, la actualidad se centró en saber cuándo podrían volver a casa las personas que permanecían aisladas en el albergue de Solórzano. Durante varios días, las conversaciones que mantenían a través de la ventana fueron noticia. «Estamos tranquilos. El virus no nos ha afectado y lo que nos preocupa es el dinero perdido si estamos aquí y no trabajamos». Y se les hizo largo. El día 17 (una semana después de la llegada de los primeros), se marcharon seis. El resto aún tardó. «Nos tratan muy bien, pero no tenemos televisión ni podemos movernos de este cuarto. Es bastante frustrante, pero no podemos cambiar lo que nos ha tocado. Hay que pasarlo».
Dos de los últimos en salir -dos marineros de Cabo Verde- se marcharon en taxi hasta su pueblo, un gasto que sufragaron los compañeros de las cofradías de Lugo. «Es un trayecto más», comentaba el taxista.
La tercera es la más reciente. La que ha empezado ya y en la que están inmersos los santoñeses (una vez que los turistas y muchos de los que tienen en la villa su segunda residencia se han ido). El pasado miércoles el Gobierno convocó de urgencia una rueda de prensa (tan de urgencia que el mensaje les llegó a los periodistas cerca de las 12.30 y la cita era a las 13.15 horas). Compareció el consejero de Sanidad, la directora general de Salud Pública y el coronel de la Guardia Civil responsable del operativo en Cantabria. «Cordón sanitario» o una vuelta a «una fase dos intensiva» lo definió Miguel Rodríguez. El propio alcalde de Santoña, Sergio Abascal, confirmó el jueves en estas páginas que no estaban al tanto de la decisión. La medida supone, básicamente, la restricción de entradas y salidas en el municipio, el cierre de la hostelería y la reducción del número máximo de personas que pueden juntarse. Y la «encarecida» recomendación de las autoridades de «salir de casa lo menos posible».
No sólo el anuncio fue de urgencia. Todo fue rápido. Poco después de la rueda de prensa, la orden se publicó en el Boletín Oficial (lo que suponía su entrada en vigor). Quedaba la ratificación judicial y llegó algo más tarde (rectificó de la medida la prohibición de que los internos en la residencia pudieran salir, por lo que esa restricción se quedó en consejo). Así que el mismo miércoles, los agentes estaban otra vez por Santoña con una misión vinculada al coronavirus. Si la tasa de contagios era ese día en Cantabria (como media) de 193 por cada 100.000 habitantes, en Santoña alcanzaba los 526.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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