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José San Martín Gallego, 'Pepín, el de la emisora', fue el ángel de la guarda de la flota pesquera de Santoña y de todo el ... Cantábrico. Su serena voz, su exactitud a la hora de interpretar los partes meteorológicos y sus sabios consejos fueron durante 25 años el mejor faro para los hombre de salitre. El recuerdo de la figura del radiotelefonista de la Cofradía de Pescadores, tatuado en la íntima historia de la villa, es ahora más eterno gracias a una obra, publicada en dos volúmenes, que ensalza la semblanza y la impagable labor de este 'patrón en tierra'.
La lonja de Santoña acogió el pasado sábado la presentación de los dos tomos de la obra 'Pepín, ojos de Bruma', financiada por la Cofradía de Pescadores Virgen del Puerto y el Grupo de Acción Costera (GAC) Oriental, y escrita por Alfonso Ruiz y Gonzalo Romero.
El acto constituyó un sentido homenaje póstumo a un hombre que vivió por y para la mar. Entre el público estuvieron patrones y pescadores, eternamente agradecidos por sentirle siempre al otro de lado de la emisora arropándoles, así como su familia. Su viuda, sus dos hijas y nietos apenas pudieron contener emoción al escuchar las palabras en recuerdo y elogio hacia Pepín y su inmensa humanidad. «Fue el faro y figura de todas las embarcaciones de la cornisa Cantábrica con una conducta socialmente útil y ejemplar», destacó el consejero de Pesca, Guillermo Blanco. A su lado, estuvo el presidente de la Cofradía, Miguel Fernández; y el alcalde de Santoña, Sergio Abascal.
Blanco resaltó el amor y la vocación del radiotelefonista por la actividad pesquera ya que, «a pesar de verse obligado a abandonar la mar por una enfermedad, se las ingenió para seguir siendo útil a una profesión que siempre demostró que era su vida». En el primero de los volúmenes se recoge la historia personal de Pepín. Embarcó por primera vez con 14 años, con el tiempo se sacó el titulo de patrón, anduvo en varios arrastreros y llegó a ocupar el puente de un pósito. Sus ilusiones en alta mar se truncaron cuando, por una enfermedad, le tuvieron que amputar las dos piernas. Añoraba tanto su oficio que no dudó en asumir el puesto de radiotelefonista de la Cofradía cuando se lo ofrecieron. Desde entonces, se convirtió en un patrón en tierra, que guió a sus compañeros en cubierta. En una época en la que no existían la tecnología actual ni los móviles, sus acertados partes meteorológicos eran una referencia. A la hora que los daba conectaban los barcos de todo el Cantábrico. Y si Pepín pronosticaba mal tiempo. Nadie dudaba en amarrar.
Su función también alcanzó una dimensión social pues hizo de mediador entre los pescadores en alta mar y sus familias para transmitir mensajes tanto de alegría como malas noticias. Prestó auxilio a los barcos que sufrían alguna incidencia, alertando y movilizando al resto para que acudieran en su ayuda e informaba dónde tropezar el pescado en los caladeros. Fue tal el apoyo y servicio que prestó a todas las embarcaciones del Cantábrico que recibió en 2006 la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.
El segundo de los tomos recoge un resumen de los diarios de Pepín en los que anotaba al detalle cómo transcurría cada jornada de faena. Capturas, precios en las subastas, conversaciones con los patrones de barcos de Santoña... Todo aquello de lo que fue testigo y escuchó desde su puesto.
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