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En la vida de Felipe Aranda hay un antes y un después desde que conociera como hospitalero en el albergue de Güemes a Silvia Van Erp, una peregrina holandesa que se cruzó en su destino para demostrarle que siempre hay una oportunidad para volver a ... empezar. «Ella fue mi tabla de salvación», se sincera el hombre de 69 años. Apareció como un ángel de la guarda en el momento más oportuno. Justo cuando Felipe estaba a punto de concluir su condena en el penal de El Dueso (Santoña) - acudía al albergue de voluntario dentro del régimen del tercer grado - y recuperar la ansiada libertad.
Regresar a sus orígenes, en Granada y Madrid, con las malas compañías, le habría hecho tocar fondo de nuevo. Así lo cree él. Pero al lado de Silvia, que decidió quedarse en España, ha reconducido su camino. En los 17 años que llevan juntos, ha descubierto la versión más bella y sencilla de la vida. Y hasta han hecho realidad el sueño de ella: gestionar un albergue de peregrinos. Siente auténtica pasión por el Camino. Desde 2018, la pareja dirige de forma altruista el alojamiento municipal de Isla (Arnuero).
Esta historia de amor - que hasta aquí ya daría para un guión de película - sufrió un cruel revés hace casi dos años. Silvia, de 68 años, fue diagnosticada de ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una enfermedad sin cura que está apagando su cuerpo. Sus piernas ya no aguantan su frágil peso y solo se puede mover en silla de ruedas. Necesita que la vistan y la aseen. Y comer sola empieza a ponérsele cuesta arriba. Aún puede hablar y con una suave voz se comunica con su querido 'Felipe'- conserva su acento holandés-, que se vuelca en cuerpo y alma en facilitarle el día a día.
«La cuido con mucho gusto para que sea lo más feliz que pueda. Lo hago por amor y también para devolverle todo lo que ella ha hecho por mí». Unas palabras que iluminan la sonrisa de Silvia. De su inseparable compañero de batalla, dice, le enamoró «el corazón que tiene, su sabiduría y que me hace mucho reír». Si en una época pasada, Felipe erró al tomar malas decisiones y pagó por ello; hoy es un ejemplo de persona entregada, que trata de exprimir al máximo los buenos momentos que pasan juntos.
La ELA, irremediablemente, avanza en el cuerpo de Silvia, que, cada día, precisa de más cuidados. Hasta hace un año, la pareja residía de alquiler en la parte superior de la antigua casa de los maestros, en Güemes (Bareyo), propiedad de la Junta Vecinal. «A través de un señor mayor del pueblo al que conocí en una de las peregrinaciones como interno a Lourdes, me ofrecieron vivir allí. Me encargué de rehabilitar la vivienda y pagamos una pequeña cantidad al mes», cuenta Felipe. Al ser una segunda planta, el acceso es ya imposible para Silvia.
La Junta Vecinal no les permite instalar un salvaescaleras, así que han tenido que trasladarse a vivir al albergue de peregrinos de Isla. «Estamos muy agradecidos al Ayuntamiento de Arnuero por sus facilidades y lo bien que nos tratan siempre». En una de las habitaciones del alojamiento, han retirado una de las literas para colocar una campa articulada y han adaptado uno de los baños. «Pero este no es el sitio adecuado para el futuro», dice con pesar Felipe, consciente de que lo peor de esta dolencia está por venir y quieren afrontarlo en las mejores condiciones. «Puede que necesite ayuda de otra persona para atenderla - ahora lo hace todo él -y aquí no tenemos intimidad». Cuando reciben a los peregrinos tienen que compartir con ellos los espacios.
La pareja está intentando comprar una pequeña casa en Arnuero. Con mucho esfuerzo, ahorros propios y la ayuda familiar, ya tienen casi todo el dinero a falta de 25.000 euros (cuesta 85.000). «Hemos ido al banco, pero no nos dan un préstamo porque dicen que somos mayores». Y es, llegados a esta situación, cuando ha entrado en juego la solidaridad del albergue 'La Cabaña del Abuelo Peuto', de Güemes. Donde se conocieron. Su responsable, el cura Ernesto Bustio, junto al voluntario en albergue y trabajador social jubilado del penal de El Dueso, Bernardo Pérez, ha impulsado varias iniciativas (la cena del hambre, teatro...) para recaudar el dinero que necesitan. El pueblo de Güemes, que los quiere como a unos vecinos más, se está volcando. Y ellos agradecen el gesto.
Estos eventos solidarios han sacado a la luz una historia de amor más fuerte que la ELA. Se conocieron en el albergue en la Semana Santa de 2007. Felipe llevaba casi tres años atendiendo a los peregrinos. Todas las mañanas salía de la prisión para realizar el voluntariado y regresaba por las noches a dormir. «Me dedicaba a segar el césped, a limpiar, cocinaba...». Uno de los días recaló por allí Silvia, con su melena rubia, ojos azulados y una dulce sonrisa.
Fue la holandesa la que se presentó y le contó que acaba de realizar el Camino Francés. De vuelta, había parado en Güemes con el propósito de conseguir algo de dinero para emprender, esta vez desde Irún, el Camino del Norte. Estuvo un par de días en el albergue hasta que encontró trabajó en un hotel de Isla. Allí, volvieron a coincidir, charlaron, tomaron café... Nació una relación construida sobre la mutua admiración. «No sé qué hubiera sido de mí sin ella», señala Felipe. «Todo lo has conseguido tú. Yo no he hecho nada», le responde la mujer.
Hasta que la enfermedad dio la cara viajaron, subieron montañas... «Fuimos felices». Silvia, enfermera en Holanda, le enseñó a disfrutar de una vida sencilla. Lejos del dinero. Le transmitió su pasión por el Camino de Santiago: «es algo mágico». Y a sus respectivos trabajos, sumaron la «ilusión» de gestionar el albergue de Isla. Una labor reconocida en la reseña de una guía alemana del Camino en la que alababan su amabilidad. Felipe, por su parte, le animó a acompañarle a sus peregrinaciones anuales como camillero a Lourdes. Empezó a ir estando en prisión y tan gratificante fue la experiencia que lleva acudiendo 19 años. El Papa Francisco recibió a varios internos al cumplirse el 25 aniversario de las salidas del penal al Santuario. Felipe muestra orgulloso la foto. «Nos gusta servir y ayudar a los demás».
La ELA truncó sus sueños. Y, ahora, Felipe es el sostén de Silvia. «Es demasiado para él», lamenta ella. «Mientras pueda lo haré encantado», le replica con ternura. Su única pena es verla sufrir. «Se me parte el alma ver como va cayendo cada día». Acude a sesiones de fisioterapia en la asociación CanEla y en un centro de Ajo. Lo que más lamenta Felipe es la falta de apoyo del hospital Valdecilla. «La dieron el alta y nos han abandonado». Recuerda las palabras pronunciadas por Juan Carlos Unzué, el exfutbolista paciente de ELA: «esta es una enfermedad de ricos». Ellos tienen fe en conseguir el dinero para la casa. Silvia, recién llegada de Lourdes - esta última vez como enferma - pidió un milagro. «La vida es preciosa», concluye.
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