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El pasado martes Alejandro cambió de domicilio. Después de seis meses cumpliendo condena en la cárcel de El Dueso «por lo de la mujer» -la vergüenza le impide hablar directamente de violencia machista-, abandonó el centro penitenciario de Santoña, el único que permanece en ... funcionamiento en Cantabria. No es la primera vez que sale por esa puerta. «Ahora sí, seguro que ya no vuelvo. Aquí te ayudan, pero sólo cambia la gente que quiere. Por muchas terapias que hagas da igual», apunta. Está convencido de que esta vez ha sabido aprovechar los días que ha estado entre rejas. A falta de libertad, si hay un bien que sobra al interno es el tiempo. Algunos lo emplean en mirar la playa de Berria desde la distancia, otros en pensar en la primera fechoría que cometerán cuando vuelvan a la calle... Pero la intención de los trabajadores de la institución es que lo ocupen en su reeducación y reinserción social, los dos fines que, según la Constitución, persiguen las penas punitivas en España.
«La gente suele colaborar. Sabe que si quiere salir de permiso en un futuro o conseguir el tercer grado debe hacer una serie de cosas que se tienen en cuenta a la hora de decidir sobre su situación», señala David Garrido, el subdirector de tratamiento del penal. Se refiere a las clases para conseguir el Graduado Escolar, las terapias de desintoxicación dirigidas a drogadictos, los cursos de concienciación sobre seguridad vial o los talleres productivos en los que aquellos presos que lo deseen pueden emplearse durante el tiempo que estén privados de libertad. «Todo esto es voluntario, pero lo que intentamos es que pase de ser una motivación secundaria a una primaria. Es decir, que llegue un momento que no lo hagan por los posibles beneficios penitenciarios, sino porque se convencen de que es positivo para ellos», subraya el funcionario.
434 presos había en El Dueso el pasado lunes, una cifra que varía cada día debido a los permisos.
50% de los internos recibe algún tipo de formación reglada Una decena está sacándose una carrera.
200-500 euros ingresan los internos por las horas que trabajan en El Dueso Una parte se dedica a indemnizar a sus víctimas.
330.000 metros cuadrados ocupan las instalaciones de El Dueso, una de las cárceles más grandes del país.
La casuística es infinita, pero en líneas generales lo están consiguiendo. La conjunción de la puesta en marcha de programas educativos, ocupacionales y sanitarios pioneros a nivel nacional y las posibilidades que ofrecen unas instalaciones privilegiadas de más de 330.000 metros cuadrados en mitad de las marismas de Santoña -la envidia de otras cárceles españolas- para llevarlos a cabo ha convertido a El Dueso en un «ejemplo de convivencia». Lo dice el director, Carlos Fonfría, y lo demuestra la realidad. Mientras pasea por el patio del centro sin ninguna seguridad y con tres periodistas de El Diario no paran de abordarle. Se dirigen a él de usted pero por el nombre de pila para preguntarle cuándo le toca la revisión de su caso, el cambio de módulo o «aquello de lo que hablamos».
«Esto, en una prisión normal, sería impensable. No hay esta relación con los funcionarios. Como es impensable que un interno lleve la peluquería de la cárcel y use -con supervisión- unas tijeras», presume Fonfría. Ayuda el perfil de los internos que llegan a este centro penitenciario. Salvo excepciones, son «no conflictivos». «Eso no quiere decir que no haya asesinos. Una cosa es la peligrosidad en la calle y otra en el centro», detalla. De hecho, los mayores problemas los generan delincuentes de 'bajo rango'.
En la zona donde antes estaba la ganadería, delante de las huertas en las que plantan los tomates que donan a la Cocina Económica o los caricos solidarios que venden para colaborar con dos proyectos infantiles en Guatemala y Etiopía está la clase del Grado Medio de Cocina, donde están de exámenes. Otro grupo se forma con Umberto en jardinería y a la vez mantiene las flores del patio, algunos extranjeros mejoran su español, otros están con el Graduado Escolar... Además, a través de la UNED, una decena de presos prepara su entrada en la universidad o está en medio de la carrera. «Paradójicamente, las más demandadas son Derecho y Psicología», cuenta una de las responsables docentes, quien señala que cuando salen de prisión pueden continuar la formación porque son enseñanzas regladas y oficiales. Actualmente, el 50% está en algún tipo de programa educativo.
David está sólo en el aula de cocina, tratando de aprobar con nota con un tiramisú. Otros compañeros harán el examen más tarde porque se encuentran en las terapias, visitando al psicólogo, de permiso o trabajando. La agenda de un presidiario puede ser muy apretada. A las nueve de la mañana, después del desayuno, todos tienen que dejar sus celdas. No es optativo. Por organización y también para estimularles a participar en las acciones de reinserción y en las tareas diarias no remuneradas.
Marcial, que en la calle era albañil y taxista, ha aprendido en la cárcel a hacer pan (hornean todos los días) y ahora se plantea una reconversión laboral. Rachid ayuda a Félix, el encargado de la cocina, a elaborar los platos para las personas musulmanas que no comen cerdo. «Esta es la única cárcel en España que ofrece dos primeros y dos segundos», cuenta el funcionario. Mientras su compañero Domingo vigila los cuchillos para que ningún interno tenga oportunidad para hacer el mal, él se las apaña con un presupuesto de 3,60 euros al día para dar de desayunar, comer y cenar a cada interno. Otra opción es atender el economato, un supermercado en el que como máximo se pueden gastar 100 euros al mes. Lo que más se vende es el café, las tarjetas para llamar a casa -está limitado- y, sobre todo, el tabaco. La Coca-Cola cuesta 46 céntimos, la cerveza -todo sin alcohol- 32, el Kas 35...
También hay mujeres, unas 40 en un módulo separado. En prisión, Natali tiene un trabajo como el que podría tener en libertad con un sueldo -aquí sí ganan dinero-, aunque con algunas restricciones. Ella está en el taller de costura, donde se fabrica la ropa de los funcionarios de prisiones de toda España. Desde septiembre allí han hecho 6.500 forros polares. Azucena, la funcionaria encargada, explica su funcionamiento: «Según los pedidos yo hago una previsión de personal. Se lo pido a la dirección y hay una especie de oficina de empleo interna que hace la selección. Sólo si funcionan y tienen buen comportamiento se quedan».
En el taller de plástico, donde hacen carcasas para neumáticos y otros elementos de automóviles, Fonfría explica que El Dueso hace las veces de una subcontrata: una empresa necesita un servicio y hace el encargo. Una parte del dinero va al sueldo de los trabajadores -entre 200 y 500 euros por entre dos y cinco horas diarias-, otra a sufragar las indemnizaciones de las víctimas de los presos y otra a afrontar el coste de las actividades que se realizan en la cárcel.
Por ejemplo, a comprar arcilla para el taller de cerámica. Allí, no cambian el calendario desde hace siete años. Quizás porque los presos no necesitan un papel para saber cuántos días les quedan entre rejas. Rafael redondea: «Más o menos dos años». Dependerá de los permisos, de las decisiones de la Junta de Tratamiento... «Al principio las horas se me hacían eternas. Ahora con esto no me entero», cuenta este interno, que en su vida había hecho manualidades y ahora diseña y moldea estelas como la que ha encargado la charanga Los Ronceros de Santoña o los trofeos de la media maratón de la localidad. Es una colaboración altruista -aquí el único sueldo es poder hacer un par de piezas al mes que envían a su familia- que sirve para que los internos se sientan útiles y para que la sociedad vea que pueden serlo.
Para Rafael, ahora la cerámica es su vida. Para Juan Carlos, los perros. Hace dos años El Dueso creó un convenio con Galgos de Casa. Este interno se encarga de reeducar animales que fueron abandonados o maltratados. Una vez terminado el proceso, se ponen en adopción. «Que salga Rapid en la foto a ver si alguna familia le quiere. Siempre me gustaron los perros pero nunca tuve. No era capaz de cuidar de mí, como para cuidar de un bicho», dice. Ahora, incluso ha renunciado a días de permiso para estar con ellos. Además, estos animales son parte fundamental en algunas terapias con presos con problemas psiquiátricos, alrededor del 4% de la población reclusa.
La mayoría de los 424 'habitantes' -esos eran el pasado lunes, los permisos hacen que la cifra cambie cada día- de El Dueso vive en el módulo uno. Pueden 'disfrutar' de un inmenso patio con pista de fútbol y tenis, bolera, polideportivo y gimnasio, además de las aulas de formación y los talleres. De largo, el mejor del país. La cruz de la moneda son las celdas. Muy antiguas, pequeñas y sin los servicios que ofrecen las de los centros modernos. Por eso la intención del Ministerio del Interior es acometer obras en los próximos meses. Entre otras cosas, para mecanizar las puertas, que todavía se abren y cierran de forma manual. La idea es dejar una celda donde ahora hay dos. «Son individuales y más incómodas. Aun así, los internos prefieren quedarse aquí por el patio», confirma Garrido.
Los espacios comunes del módulo 2, reservado sobre todo para «incompatibles con el resto y preventivos», son los de una prisión al uso. Se inauguró en 2008 y las celdas son más modernas, pero los internos están mucho más condicionados. En pocos metros cuadrados se concentran las aulas, los talleres y un patio mucho más reducido rodeado de paredes de hormigón, sin vistas y coronadas por concertinas. «Esto es El Dueso, pero no es El Dueso. Aquí no se respira esa sensación de libertad que hace a esta cárcel diferente», reconoce el director del penal.
«Es un centro atípico. Funciona de una manera peculiar y por sus características no da la impresión de que sea una cárcel, aunque al final lo sea», reconocen los representantes de los trabajadores, en línea con el director. Desde Acaip y CSIF, sindicatos mayoritarios dicen que «El Dueso cuenta con la materia prima y por sus instalaciones ofrece todas las posibilidades para convertirse en abanderado de lo que pretende hacer la Dirección General de Instituciones Penitenciarias a nivel nacional». Cuentan que las comisiones internacionales de derechos humanos salen gratamente sorprendidas. Pero para convertirse en modelo de convivencia los sindicatos recuerdan que hace falta una profunda remodelación de espacios que han quedado obsoletos (las celdas del módulo 1, el de mujeres o el centro de formación) y personal suficiente en el área de seguridad. Según sus cálculos, faltan 30 funcionarios. De ellos, cuatro vigilantes de patio, imprescindibles para cubrir toda la superficie y y evitar prácticas como el trapicheo. «Esas bajas también se traducen en situaciones peligrosas para nosotros», lamentan.
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