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Uno de los campaneros que participó en la exhibición tañe las campanas en la finca de Portilla.

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Uno de los campaneros que participó en la exhibición tañe las campanas en la finca de Portilla. Daniel Pedriza

Los campaneros reivindican en Vierna el lenguaje de un oficio que renace

El maestro y campanero fundidor Abel Portilla vuelve a reunir en su finca de San Bartolomé de Vierna (Meruelo) a los maestros de este arte para promulgar los sonidos de un medio de comunicación ancestral

Lucía Alcolea

Santander

Sábado, 24 de agosto 2024, 15:41

De antes, cuando había entierros en los pueblos, o se avecinaba tormenta, o se celebraban las fiestas, o el cura alzaba el pan y el vino en la misa, o cuando había fuego, tocaban las campanas. Si era toque de difunto y éste era un hombre, tres clamores al principio. Si la muerta era mujer, dos. Campaneros de diferentes lugares de España han vuelto a reivindicar este sábado el lenguaje ancestral de las campanas y el oficio de fabricarlas en la finca de Abel Portilla, el maestro campanero y fundidor, que cada año abre las puertas de su casa -y de su taller- en San Bartolomé de Vierna (Meruelo), para «despertar conciencias acerca de la importancia de conservar los oficios». En especial, el suyo.

En un terreno amurallado rodeado de bosque, con el sol puntiagudo que precede a la lluvia y sobre un mullido campo verde, los campaneros, muchos de ellos llegados de Burgos y de Zamora, han interpretado los toques de campana que cuentan la historia de su propio lenguaje. Los carillones que Portilla fabrica y luego despliega sobre su finca, que es un campo de instrumentos, han sonado con ímpetu y repiqueteado entre los árboles, rememorando una forma de comunicación que ya está en desuso, pero que está siendo «redescubierta, porque se está recuperando el interés por las campanas y la Iglesia no puede permitirse el lujo de dejar que se pierda todo este patrimonio», ha explicado el maestro. Prueba de ello es como estaba este sábado su finca, llena de gente, con público de todo tipo y talla. Como Darío Pérez, de 10 años, al que «no sabemos por qué» -acuña su madre, Yolanda Ausín- desde pequeño le han llamado la atención las campanas. Y ahí le tienes, subiéndose a la plataforma del carillón y amarrándose las cuerdas a las manos para hacer sonar los aparatosos cuerpos de metal.

Continúa vigente

Tras él, otro campanero de Zamora tañe el toque Tentenublo, que anuncia tormentas. Con tino, arrojo y el rictus serio, marca cada campanada como quien dicta sentencia, y el impactante sonido se diluye al final como un aullido entre los árboles. Así ha transcurrido la mañana en Vierna, entre sonidos que son memoria. Y oficio, «un oficio que continúa vigente en países como Estados Unidos o Japón». También en los Países Bajos, de donde procede Erik Krabbenbos, un joven campanero que está aprendido a fabricar campanas en el taller de Portilla, que asiste discreto, en segundo plano, al encuentro en torno al instrumento del que, dice, «estoy enamorado desde que era un niño». Fue su madre la que una tarde «en la que estaba aburrido, me preguntó que si quería acudir a un concierto de campanas». Para entonces Erik ya estudiaba música clásica. Después fue descubriendo el instrumento poco a poco y a día de hoy está dispuesto a aprender a fabricarlo. El joven alaba la tradición que continúa vigente en Cantabria -Portilla fabrica campanas para su país- y se siente «afortunado» de poder aprender de un maestro como él.

Lamenta, a su vez, que las instituciones no dediquen más recursos a éste arte y a todas las artes en general. «La primera manifestación del ser humano es el arte y deberían darse cuenta y potenciarlo», explica. No se ama lo que no se conoce.

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