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No es lo mismo leer cómo crece un árbol que vivirlo en primera persona y formar parte del proceso. Siguiendo esa premisa la Escuela Waldorf de Villanueva de Villaescusa ha emprendido un proyecto de permacultura con el que la comunidad educativa del centro, incluyendo profesores, padres y alumnos, han participado en la plantación de un bosque comestible y de especies autóctonas en el recreo. Con ello tan sólo ha germinado la semilla de un proyecto integral que nace con vocación de continuidad y que pretende vertebrar la vida y las clases de la escuela desde ya.
La metodología Waldorf siempre se ha caracterizado, entre otras singularidades, por dejar muy de lado los libros de texto, y siguiendo esa filosofía ahora se ha emprendido la iniciativa enfocada a la permacultura en la escuela ubicada en Villanueva. Además, se ha hecho de la mano de Humánica, un proyecto que han emprendido seis socios, en su mayoría padres del propio centro escolar. «Queremos enfocarnos en crear entornos apropiados para el desarrollo pleno del ser humano en todas las edades», explica uno de los organizadores e impulsores de la actividad, Javier Marco. Al mismo tiempo, detalla que la permacultura no consiste en «llegar y plantar», sino que hay detrás un profuso estudio y trabajo de campo para valorar cuál es la mejor manera de hacerlo.
De hecho, este no es tanto un proyecto productivo sino pedagógico, y pretende desarrollar un cuidado del nuevo bosque a largo plazo, al tiempo que se aprende a mirar por la tierra de una manera que permita «el desarrollo social y organizacional». Noemi Nemes, nacida en Hungría, tiene una larga experiencia en este tipo de labores y fue la principal encargada del planteamiento y desarrollo de la actividad de esta semana en la Escuela Waldorf. «Plantar árboles es fácil, lo realmente difícil es mantenerlos», puntualiza la experta, que a su vez recalca que «es una labor de años, sobre todo de mucha dedicación al principio».
Para Nemes la clave del éxito es «poner corazón» a cualquier desempeño, y más en algo que está tan estrechamente vinculado con la naturaleza, por eso en el encuentro escolar entre cavar, sembrar, regar y rastrillar también hubo un rato para entonar alguna canción todos juntos. «Hay que dar amor cuando se planta, la mayoría de plantaciones mueren pronto porque no se cuidan como se debería». Aunque Nemes nació en Hungría, señala que las especies autóctonas de Cantabria y su país guardan bastante relación, con la salvedad de que en lo referente al cuidado «aquí hay que regar menos porque llueve mucho».
«Mi hija va a ver cómo la semilla que ha plantado en un tiempo será un árbol, eso me encanta», valora María Ángeles, una de las madres de la escuela, mientras otra de ellas hace hincapié en los beneficios que esta actividad tiene no sólo en sus hijos, también en la naturaleza: «Es muy necesario hacer una reforestación con especies autóctonas en Cantabria», dice María Jesús.
El principal valor que enseña a los pequeños de la escuela este proyecto está más que claro: el de querer, cuidar y respetar ese hogar que llamamos Tierra. Pero no sólo eso, otro de los progenitores remarca que por ejemplo la permacultura inculca el saber esperar, algo que la sociedad −en su opinión− está perdiendo, con lo que recalca que la jardinería «educa en la paciencia». Con ello, el padre también remarca que se trata de una actuación «para los próximas generaciones», porque de hecho muchos de los alumnos ya no estarán en la escuela cuando las semillas que acaban de plantar empiecen a dar sus frutos. «Es muy importante trasladar que a veces hay que dedicarse a cosas sin ser uno mismo el principal beneficiado».
También cabe destacar que la plantación se ha desarrollado de manera comunitaria, y en la cita se hizo participe, como es costumbre en Waldorf, a todos y el trabajo se llevó a cabo de manera comunitaria, e involucrando a todos los cursos. De hecho, el proyecto de permacultura ha despertado el interés de muchos padres que se han inscrito a la comisión de jardinería formada a raíz de la actividad. «El ambiente no puede ser mejor porque estamos muy acostumbrados a trabajar juntos», traslada Gabriela, otra madre.
De hecho, el trabajo emprendido no se limita a una cita, ahora la comunidad seguirá involucrada en el cuidado de la plantación. En concreto, para el bosque comestible se ha optado por árboles frutales como manzanos, avellanos, perales, ciruelos y arándanos. Asimismo, en cuanto a árboles autóctonos se han plantado laureles, castaños y acebos. A continuación, se completará con el cultivo de diferentes variedades de hongos y la integración de gallinas y patos.
En la iniciativa ha colaborado el Ayuntamiento de Villaescusa con la donación de varias plantas. También han tenido el apoyo de la Fundación Naturaleza y Hombre, Seo Bird Life, Bosques Sensibles, Solo Frutales, Biocenter y la Asociación Cultural Bosques de Cantabria. De hecho, los organizadores de la actividad también plantean trasladar este tipo de plantaciones a otras partes del municipio para recuperar distintas áreas degradadas que también reclaman una segunda vida.
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