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A José Diez Llama todo el mundo le llamaba Pepe el camperro –su familia paterna era de Güemes (Bareyo)–. También Pepe el del bar de Somo (Ribamontán al Mar) porque uno es en parte aquello a lo que se dedica. Y Pepe fue cantero antes ... que hostelero, pero en lo segundo resultó «una institución». Pepe falleció el lunes a los 92 años de edad y dejó a Somo un poco huérfano. «Era el abuelo del pueblo», recordaba emocionado y afectado ayer su nieto, Juan José Diez Barrachina. El bar Pepe abrió en 1967. Fue uno de los primeros locales que hubo en el pueblo. «Tenía futbolines, billares y atraía a toda la juventud». Estaba en el centro neurálgico y la vida sucedía en torno al bar de Pepe. Al cabo de los años invertiría en otro local, el Sol y Mar, aprovechando el auge del turismo de playa. Entonces ya se estaba convirtiendo en un «histórico» del sector, como le definió ayer el presidente de Ribatur, la Asociación de Hosteleros de Ribamontán al Mar, Jesús Blanco, quien también lamentó su pérdida. Y es que Somo sin Pepe es un poco menos Somo, porque «mi abuelo siempre se preocupó mucho por la comunidad», relata Juanjo que, junto a su abuelo y su abuela Irene Sainz, formaba «esta pequeña gran familia», tras el fallecimiento temprano de los dos hijos del matrimonio, Montserrat y José Manuel. «Fue un golpe muy duro», pero no le restó a Pepe ni un ápice de voluntad para seguir hacia delante. Con todo y con todos. «Lo mismo organizaba la cabalgata de Reyes que montaba un belén gigante o participaba en la junta vecinal y fue el que comenzó a rehabilitar la ermita de San Ibón». Como un líder en el sentido positivo. «En todo lo que podía ayudar, ahí estaba mi abuelo». Un hombre «altruista y generoso», preocupado por los demás. Tanto que estando ya muy enfermo «estaba más pendiente de su mujer que de sí mismo». Llevaban casados 69 años. Un hombre, Pepe el de Somo, «poseedor de una sonrisa que nunca se acababa».
El pueblo le ha devuelto esa sonrisa. «Si vieras como está todo, hay seis coronas de flores, sesenta centros, ramos... no entran las muestras de cariño». Era, insiste Juanjo, «muy querido, muy querido». Y trabajador, primero en el bar y luego como ganadero, porque le encantaban dos cosas a Pepe: la Navidad y los animales. «Tenía una granja y estaba tan limpia que se podía comer en el suelo». Tenía todo eso y muchas ganas de vivir. «Se ha sentido siempre muy arropado». Enfermó a los 85 años y desde entonces fue encadenando diagnósticos difíciles de asimilar, «pero siempre quiso tirar adelante». Dice Juanjo que su abuelo falleció a las once de la noche y que unas horas antes «nos decía que quería recuperarse». No se rindió nunca el hostelero de Somo.
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