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Francisco de la Vega Casar, A.K.A. 'El Hombre Pez', nació en Liérganes en algún momento de mediados del siglo XVII como un chico normal. Con sus brazos, sus piernas, sus pulmones, su cabello y su piel. Nada del otro mundo; un trasmerano ... más del valle. Segundo hijo de Francisco de la Vega y María de Casar, al parecer nacido el 16 de noviembre de 1660, catorce años después surgió su leyenda, basada en la narración de Fray Benito de Feijoo, por una parte, y en la tradición popular por otra.
Al parecer, el 22 de junio de 1674 le arrastró la corriente mientras se bañaba en el Miera y el torrente le arrastró hasta el Cantábrico, donde se perdió en alta mar. En una versión apócrifa –apócrifa del mito, que no es poco– se dice que su madre lo vio ese día, y harta de que no ayudara en casa y se pasara el día en el río le maldijo: 'Así te vuelvas pez'. Y ojo que hay una tercera opción, incompatible con la segunda a menos que doña María fuera ubicua, que asegura que su madre le había enviado a Bilbao como aprendiz de carpintero al enviudar, mientras seguía atendiendo a sus otros tres hijos: Tomás, Juan y José en su casa La Mazorrilla, junto el desaparecido puente del Batán y el barrio de Calgar.
Allí pudo terminar la historia, pero también al parecer en 1679 se le vio en Dinamarca –a saber cómo se supo que era él y llegó la noticia a Cantabria– y después pasó por el Canal de la Mancha antes de, ya de nuevo según la leyenda canónica, aparecer por la costa de Cádiz con una apariencia diferente; entre el ser humano y el pez.
Poco a poco su figura rondando los pesqueros se convirtió en habitual, hasta que los pescadores consiguieron atraerle echando mendrugos de pan junto a las redes para enredarle en ellas. Lo que embarcaron fue un fenómeno pintoresco y sorprendente: un hombre; sí, pero con escamas por toda la espina dorsal y la espalda y otra hilera de ellas de la garganta a la ingle, pelo lacio rojizo o blanco, membranas entre los dedos, uñas corroídas por el salitre... Todo un hombre pez. Hay quien dice que aquello fue en 1678, pero un año de error en la datación no está tan mal entre tanta nebulosa.
Así fue como Francisco pisó tierra firme por primera vez en cinco años y rápidamente fue llevado al convento de San Francisco para atenderle y preguntarle por su historia y procedencia. Pero Francisco callaba y solo acertó a pronunciar de forma torpe y tartamuda una palabra: Liérganes. Algo que hubiera resultado todo un jeroglífico para los atónitos testigos de no ser porque había allí un emigrante cántabro que conocía el nombre del pueblo. También pudo ser Domingo de la Cantolla, secretario del Santo Oficio de la Inquisición y montañés, quien relacionara los datos, porque al bueno de Francisco lo debieron exorcizar pero bien. Claro también circula la versión que fue un tal Juan Rosendo el que tuvo la idea feliz de darle pluma y papel al mudo para que escribir: 'Francisco de la Vega. Liérganes'. Y ya después tocaría investigar.
Si fue su hermano José quien fue a Cádiz a buscar al Hombre Pez o si se le envió de vuelta a Cantabria junto a un monje llamado Juan Rosendo, a ver qué ocurría es ya otra historia. El caso es que ya llegando a Liérganes, sobre el monte de la Sotera (o de la Dehesa, según Feijoo), con el Miera a la vista y el pueblo en lontananza, Francisco aceleró el paso hacia su casa y según se encontraron madre e hijo se reconocieron. Ocurrió, esta vez sí que sí –o no– en 1679. Allí se quedó el Hombre Pez, viviendo años en Liérganes junto al río, a veces andando descalzo e incluso desnudo si no le daban con qué vestirse, mostrando sus escamas y sin hablar apenas. Solo lo imprescindible: comida, agua, tabaco. Y alguna vez, para hablar de su paso por el Canal de la Mancha o de su temor a los congrios.
La cara B de la leyenda dice que incluso hizo de cartero para sus vecinos remontando el río, y se cuenta que llegó a entregarlas en Santander atravesando la bahía desde Pedreña, aunque eso no forma parte del mito oficial. Hasta que un día se cansó y tal como desapreció una vez lo hizo de nuevo, entonces para siempre, sin regresar ya nunca a Liérganes.
Una estatua de Javier Anievas, conmemora su historia en Liérganes con la siguiente leyenda: Su proeza atravesando el océano / del norte al sur de España, / si no fue verdad mereció serlo. / Hoy su mayor hazaña / es haber atravesado los siglos / en la memoria de los hombres. / Verdad o leyenda, / Liérganes le honra aquí y patrocina / su inmortalidad.
La principal fuente contemporánea es el 'Teatro Crítico Univesal' de su contemporáneo Benito Jerónimo de Feijoo, probablemente apoyado en la transmisión oral. José María Herrán Valdivieso busca documentación de la época en 'El hombre pez de Liérganes' (1877), basándose además en fuentes anteriores, pero el estudio más ambicioso es el de José Manuel Gómez Tabanera, que rastrea los retazos reales de la historia y sus personajes y el modo en que pudo llegar a los oídos de Feijoo. También los registros parroquiales apuntan a que es razonable razonable pensar que pudo existir en Liérganes un joven llamado así. Lo de sireno ya tal, y el suyo no es el único caso. Existen también episodios similares en Asturias y una leyenda del siglo XIX habla de un hombre pez en Requejada. Respecto a lo de las escamas, apunten este nombre: endocrinopatía.
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