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Guillermina Gómez, en el negocio que regentó junto a su marido más de cuarenta años. H. Ruiz
Huérfanos de bares en Miera desde hace más de dos años
Despoblación

Huérfanos de bares en Miera desde hace más de dos años

De los cuatro negocios hosteleros que había en el municipio hace un lustro, ya no queda ninguno abierto. El Ayuntamiento estudia alguna solución

Héctor Ruiz

Santander

Lunes, 14 de marzo 2022, 07:12

Pon un bar y aparecerá un pueblo a su alrededor. Eso asegura una chanza popular, que aunque sea en clave de humor no le falta razón en su certero intento por simplificar la realidad. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística (INE), antes de la crisis sanitaria España era el país con más bares por persona de todo el mundo: 181.000 por cada 175 habitantes. Por eso resulta harto complicado dar con un municipio que no tenga al menos una barra en la que tomar algo. Aunque no imposible. Miera es uno de esas raras excepciones que confirman la regla, porque no hay ningún establecimiento hostelero en sus seis localidades, algo que el Ayuntamiento espera poder solucionar por una vía u otra, porque la vida social de un pueblo fluye mejor al calor de un lugar de encuentro como este.

Pocos meses antes de la pandemia, como si se antepusiese al duro revés al sector que estaba por venir, echó el cierre el último bar de Miera, La Torre. Su encargado era uno de los tres arrendatarios que sucesivamente han llevado el negocio los últimos años, pero su propietaria sigue siendo Guillermina Gómez, que regentó el local junto a su recientemente fallecido esposo, Rafael Higuera, desde su inauguración en 1970 hasta 2014, momento en el que lo alquilaron por primera vez. Ahora no sabe muy bien qué hacer con la propiedad, «lo mejor sería volver a arrendarlo», dice, pero por su reciente viudedad todavía está en la fase de duelo y por el momento no ha colgado el anuncio en el escaparate.

Ángel Gómez frente al local que acogió El Meruca, que gestionó junto a su suegra

El establecimiento, de grandes dimensiones y situado en Mirones, se encuentra cerrado a cal y canto (excepto por algún ventanuco para favorecer la corriente y evitar las consecuencias que acarrea la falta de actividad), con todas las sillas del comedor reposando sobre las mesas y añorando el tiempo de trasiego que conoció antaño. «Da congoja verlo así, a veces cierro los ojos porque no quiero verlo», reconoce la dueña. La imagen lánguida y desértica de ahora contrasta flagrantemente con la del pasado. «Esto lo levantamos junto a mi marido siendo muy jóvenes. Aquí criamos a nuestros cinco hijos», rememora la mujer. Todo ello se traducía en jornadas extenuantes que terminaban con Guillermina «agotada tras la barra». Ella era la encargada de la cocina y toda la tarde había hombres echando la partida.

Más tarde, en 2004, comenzó su andadura el bar Yago en lo que antiguamente eran unas cuadras de la casa de la familia Gómez Higueras por emprendimiento de los hijos; aunque los padres, Luis y Marisol, como buenos progenitores, estaban ahí para echar más que una mano. «Aquí venía gente de Liérganes y de todas partes», sobre todo a probar los torreznos con huevos y patatas de la madre; pero cuando sus vástagos decidieron echar el cierre hace cuatro años, ella y su marido no quisieron o no se vieron con fuerzas para continuar en solitario porque «esto es muy sacrificado y estamos ya mayores».

Afortunadamente, en el momento en el que el Yago sirvió su última copa todavía quedaba como último ejemplar de esta especie en extinción el bar La Torre. Pero cuando este cerró hace más de dos años para no volver a abrir, Miera se quedó sin ningún negocio hostelero. Ni en Mirones (que llegó a contar con siete) ni en el resto de localidades vecinas que en su momento sí tuvieron bar. Uno de ellos fue el que llevó el hijo de Fermín Maza en el pueblo de Miera y que tocó a su fin hace cinco años. «Ahora suben visitantes a ver la iglesia y la cueva de Sopeña y nos preguntan por algún sitio para tomar algo y no lo hay», lamenta Fermín, que insiste en que «debería haber un bar por obligación».

Marisol Higueras frente al bar Yagos, el cual ayudó a abrir en 2004 a sus hijos

Servicio «esencial»

En esas está ahora mismo el Ayuntamiento, en ver qué posibilidades hay para poder contar con algún establecimiento de este tipo en el municipio. «Obviamente el 'plan A' es que por iniciativa privada se reabra alguno», señala el alcalde, José Miguel Crespo; pero por si no se da el caso, ya se estudia el 'plan B', para lo que hay que valorar la fórmula aún pero que, en principio, consistiría en habilitar algún tipo de espacio con fondos públicos y sacar su gestión a concurso con una fórmula atractiva para el que alquile.

Para el alcalde esta es una de las necesidades más apremiantes para luchar contra los efectos de la España vaciada, por encima incluso de los muy sonados cajeros automáticos (Miera es uno de los municipios en los que el Gobierno ha cofinanciado la instalación de uno de estos aparatos). «Un municipio sin colegio y sin bares está condenado a desaparecer», se muestra tajante Crespo, que remarca el conflicto que plantea carecer de servicios hosteleros. «Ya no es sólo que afecte a los propios vecinos, también al turismo, porque vienen a hacer una ruta y no hay un sitio para descansar; o para los trabajadores, que no tienen donde tomar un plato del día».

Bien sabe el activo capital que supone un bar Ángel Gómez, que junto a su suegra regentó en Mirones El Meruca, el bar de referencia de siempre, entre 1946 y 2011. «Que un pueblo tan reunido y sociable como este no tenga un bar es una pena enorme», insiste el retirado hostelero, que señala que «ahora hay vecinos jóvenes que casi no conoces porque no tienes oportunidad de entablar conversación». Mientras, otro oriundo ensalza lo que hacen estos negocios por el buen ambiente de la comunidad: «Un bar da alegría, con unos blancos de por medio cualquier rencilla que pueda surgir parece menos importante». Miera necesita con urgencia de un corazón que le vuelva a hacer latir.

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