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Corría el año 1977 cuando la prolífica pintora cántabra María Jesús de la Concha (Santander, 1936) tuvo la idea de replicar la Capilla Sixtina de Altamira. La artista pasó dos años trabajando en la cueva preparando una extensa colección que plasmó animal a animal y ... grieta a grieta las famosas pinturas rupestres; y que se presentó rodeada de gran expectación en 1979 con motivo del primer centenario del descubrimiento de la cavidad.
Una de esas piezas cuelga ahora de las paredes del museo de la Casa Blanca de la Finca del Marqués de Valdecilla (Medio Cudeyo). Y junto a los exactos e icónicos bisontes hay otros 36 cuadros que brindan un recorrido por toda la trayectoria artística de De la Concha. Entre ellos abundan las composiciones que captan la naturaleza, con unas creaciones profusas en detalles y colores, pero también se pueden contemplar paisajes, marinas, bodegones y sus inigualables besugos, uno de los cuadros más antiguos de esta muestra que implica el regreso, tras varios años sin exponer, de esta artista afincada ahora en Heras y que durante más de dos décadas residió en Burgos. 'Re-encuentros' −título de la exposición− permanecerá en la sala hasta el próximo 20 de noviembre.
–¿Por qué Re-encuentros'?
–Se debe a que aquí hay expuesto desde que empecé con el primer cuadro, que ya me dieron un premio con él, hasta lo último que he hecho, por eso hemos pensado que el mejor título que lo englobaba es 'Re-encuentros'. Eso y que además llevaba mucho tiempo sin exponer al estar todo muy complicado, durante años sólo he formado parte de muestra colectivas y no individuales.
–Esta muestra se pudo ver en el Arco de Santa María, en Burgos, antes de recalar aquí, en la Finca del Marqués de Valdecilla...
–Eso es. En el Arco de Santa María hubo colgados casi cien cuadros, aquí la muestra es algo más reducida porque la sala es más pequeña. Yo sólo quiero exponer en un espacio como este o como el Arco de Santa María, porque esto da mucho trabajo. Poder enseñar mi trabajo en Valdecilla me encanta porque vivimos en una finca muy cerca de aquí, en Heras, y es un gustazo este espacio. No sólo porque el sitio es precioso, también porque el trato es maravilloso y todo el mundo se ha volcado.
–Hay que reconocer que sus cuadros dan mucha luz a la sala, es como si hubiera introducido la espectacular naturaleza de fuera adentro.
–Exactamente, exactamente. Me encanta que hagas esa apreciación porque es la sensación que quería crear. Es magnifico poder exponer con estos ventanales con vistas a unos jardines tan cuidados; es el complemento perfecto poder ver los cuadros dentro y la naturaleza de fuera.
–Salta a la vista que usted es una apasionada de la naturaleza...
–Sí, lógicamente. Evidentemente (ríe mientras señala los cuadros, la mayoría de detalles de flores). Si hace bueno y con buena luz, intento pintar fuera, parto siempre de una flor que tenga delante o de mi imaginación. He trabajado mucho tiempo en ello, bueno en realidad me cuesta mucho dar por terminado una composición. Cuando me preguntan cuánto tiempo me lleva un cuadro nunca lo sé, porque a veces lo dejo y vuelvo a él tiempo después. Tengo muchos empezados al mismo tiempo, porque igual me canso de un color o de un estilo de pintura y cambio. Ahora mismo tengo por acabar veinte o treinta.
–¿Y todos los días pinta?
–Sí, todos los días, más o menos pero un poco sí. Es que esto lleva mucho tiempo de trabajo.
–Tiene una laureada trayectoria, pero uno de los proyectos que más proyección le brindó fue su trabajo replicando las pinturas rupestres de Altamira...
–Tarde dos años en hacer esta colección, que está conformada por en torno a 30 cuadros, y es una muestra exacta de cómo está la cueva actualmente. Yo me he pasado horas y horas dentro de la cueva –de la original, porque en ese momento todavía estaba abierta al público– para sacar las mezclas, las medidas y cada grieta está pintada donde corresponde.
–Vamos, que estaba como en casa ahí...
–Francamente sí, así me sentía. Podía entrar incluso fuera del horario de visitas para hacer el trabajo, estaba en contacto con el director de las instalaciones y autorizada por el Ayuntamiento.
–¿Cómo surgió el proyecto?
–Yo en ese momento reparé en que faltaban dos años para conmemorar el centenario del descubrimiento y me vino a la cabeza la idea de preparar una exposición rodante. De esa forma, se podía llevar la cueva afuera, de un sitio a otro, para que se conociera. Lo propuse al Ayuntamiento, para ver si me daban permiso para hacer las reproducciones, por si eso suponía algún problema, y la respuesta no pudo ser mejor. No sólo se me permitió llevarlo a cabo, sino que les encantó la idea desde el primer momento, me dijeron que me iban a ayudar y me brindaron toda clase de facilidades.
–Es una muy buena idea, el llevar el interior de la cueva afuera para acercar su contenido.
–Claro, gracias a ello Altamira pudo ir a México, y lo visitaron muchas personas de ahí que no tenían oportunidad de venir a ver las cuevas reales. Ahí fue un exitazo, claro, gustó mucho, porque entre otras cuestiones es un país con muchos españoles y cuando supieron de las reproducciones me llamaron porque les interesaba que las llevara ahí, y me dejaron los mejores museos y salas.
–¿Es un trabajo que hizo sin obtener ningún tipo de rédito?
–Eso es, siempre tuve claro que esto no lo hacía para sacar una ganancia económica. De hecho, me llegaron ofertas para comprarme la colección de distintas partes, incluso de América, y dije que no. Pero sí que he ido cediendo algunos, por ejemplo uno está en la Fundación Botín y otro lo tiene el Ayuntamiento de Santillana del Mar.
–¿Es el trabajo del que está más orgullosa?
–Estoy orgullosa de todo, porque a mí las flores y las abejas me encantan, el plasmar hasta las trasparencias de las alas de los insectos; pero es verdad que lo de Altamira fue algo muy interesante, e incluso después me pidieron en Burgos que hiciera lo mismo con las pinturas rupestres de ahí, y, claro, viviendo ahí tuve que hacerlo sí o sí (ríe).
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