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La Casa del Rey desde las alturas de Covalrruyo D. Fernández
El principio del río Miera

El principio del río Miera

Rincones de Trasmiera ·

Aunque en sus inicios es apenas un regato, el Miera pronto deja atrás la Cabaña del Rey y en su discurrir junto a la carretera de Lunada llega a zonas más llanas donde el agua se amansa

Jueves, 24 de marzo 2022, 19:07

Al igual que San Juan en su evangelio, empecemos por el principio. Oficialmente el Miera nace en los Villares, un barranco entre el Pico la Miel y Torcaverosa, aproximadamente a unos 1.300 metros de altitud, en las proximidades del Portillo de Lunada. Ve la luz en un terreno descarnado cuya masa forestal fue arrasada entre los siglos XVI y XIX para la construcción de navíos de guerra y la fabricación de artillería.

En sus inicios es apenas un regato intermitente que se despeña con prisa por alcanzar zonas más llanas donde el agua se amansa y fluye con más calma, dejando atrás esa cabaña que todos llaman del Rey. Construcción de estilo neoclásico con un escudo de Carlos III en una de sus fachadas que, a pesar de sus modestos orígenes como almacén, debe su fama a la leyenda popular de haber servido de refugio a dicho rey en sus cacerías.

A partir de este punto, el río –aún niño– discurre paralelo a su joven vecina, la carretera de Lunada. Esa cicatriz de asfalto, disfrute de ciclistas y motoristas, que mantiene viva la relación entre el Valle del Miera y Espinosa de los Monteros. Esa carretera que se cubre de nieve en diciembre con los primeros copos y permanece cerrada durante meses, desconozco si por imposibilidad técnica o por pura desidia de los que no ven en esta zona un vivero de votos.

Este lugar de paso de comerciantes y contrabandistas fue primero un sencillo camino apto tan sólo para humanos y caballerías que requería de varias jornadas para su realización y desde la que llegaban al valle los productos que no se producían en él.

En su discurrir por el antiguo valle glaciar, entre bloques y conglomerados el río, queda empequeñecido por la majestuosidad de las cumbres del Pizarras o el Venti, cuyos sedimentos quedaron atrapados por las paredes de las morrenas laterales formando las bucólicas y solitarias brañas de Huyoceda y Brenaescobal. Entre cabaña y cabaña, como si de un vecino más se tratase, continúa relajado su descenso hasta el Toral.

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