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Érase una vez, un parque mitológico, el de Mina Pepita de Solares, que sufrió un ataque vandálico. Bueno... en realidad fueron una vez, dos veces, tres veces... Así hasta que se hizo imposible llevar la cuenta de los episodios en los que se destrozó el bello recinto desde su inauguración en 2015. Los ogros responsables −y no, no hablamos de las figuras de seres de la tradición popular de Cantabria que pueblan el espacio− eran principalmente jóvenes que por las noches se colaban a celebrar botellones y que, en el fragor de la fiesta, se llevaban todo por delante: esculturas, papeleras, bancos, incluso llegaron a desencajar la puerta de forja de entrada. Pero todo ello forma ya parte del pasado. A punto está de cumplirse un año de la reinauguración del parque después de que el Ayuntamiento de Medio Cudeyo se decidiese a poner una solución definitiva, y a estas alturas ya no hay ni rastro de los viejos ataques. Sólo queda el imponente y singular escenario natural y las figuras mitológicas, a las que se acaban de sumar cuatro nuevas incorporaciones.
Es jueves por la tarde. Marzo empieza a dejar sentir la primavera y hace bueno. Al ser entre semana no hay muchos visitantes en Mina Pepita. Sólo se encuentra un grupo de siete niños de diferentes edades que han acudido con sus madres y que hacen suyo el espacio. Corren, vienen y van libres. El reto de la aventura: encontrar las cuatro nuevas figuras que estos días se han terminado de colocar. Con la primera se topan rápido, y eso pese a representar un pequeño ser que reposa en el alto de una columna natural. Se trata de un duende, el lujurioso Tentirujo. Tras el hallazgo, los chavales echan a correr de nuevo y tampoco tardan demasiado en dar con el Pecuave, un hombre pájaro que igualmente no está a la vista, porque ha alzado el vuelo en una angosta y rocosa pasarela.
A los exploradores se les resisten los dos objetivos restantes. Incluso se dispersan para abarcar más espacio. Hasta que al final, deciden echar un vistazo al mapa de la entrada para guiarse. «Por esta zona de aquí no hemos ido», se percata Pablo, uno de ellos. Y ahí que van todos en tropel al encuentro del viejo Arquetu. Desde ahí, un poco más arriba, en el Muro de los Deseos, atisban al escurridizo y alquimista Enanuco Bigarista. Desafío superado con nota, todos localizados. «Están un poco escondidas, pero lo hemos pasado bien», apunta Diego.
El Tentirujo, el Pecuave, el Arquetu y el Enanuco Bigarista se suman a las otras representaciones −la Anjana, un culebre, el Trenti y dos caballucos del diablo, también del artista Fran Querol− que se integraron en este espacio de cuento hace un año, y que acompañan a las dos figuras originales del recinto que perduran tras los ataques vandálicos, el Ojáncano y el Musgoso −obras de Rodolfo Canal−. Junto a las nuevas esculturas que integran la colección, el Ayuntamiento colocó el pasado año vallado para completar el cierre perimetral y cámaras de videovigilancia, que se han convertido en las mejores guardianas del singular recinto. Su presencia es evidente, no hay ni un solo papel fuera de su sitio, y lo aprecian hasta los niños. «Esto antes estaba muy sucio», recuerdan, y sorprende cómo pese a no superar ninguno los 11 años no desconocen que el problema era que «se metían aquí a hacer botellón». Algo que no comprenden porque, como aprecia Nicolás con una lógica aplastante, «es mejor venir y verlo limpio». Pero el espacio ya ha recuperado su magia. Así que: Colorín colorado, el segundo capítulo de la historia del parque mitológico de Solares tan sólo ha empezado.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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