El último aliento del sanatorio de Isla Pedrosa
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En la actualidad no hay ningún proyecto de recuperación para el antiguo complejo situado junto a Pontejos, cuyo abandono desde 1988 pone en auténtico riesgo a parte de los edificiosSi las paredes pudieran hablar, dicen. Y resulta que las de la Isla Pedrosa lo hacen. Y no por los múltiples grafitis que se han plasmado en ellas. Hablan con la voz que les ha dotado el paso del tiempo y los recuerdos de la ... gente que habitaron el lugar. Un pasado que se resquebraja por momentos, a cada grieta, desprendimiento y planta que aparece reclamando lo que algún día los humanos le robaron para construir edificios que ahora han abandonado a su suerte. No obstante, la enfermedad que aqueja al antiguo sanatorio −cuya primera piedra se colocó en el siglo XIX para albergar un lazareto− todavía tiene solución. Así lo asegura la asociación Hispania Nostra, que acaba de incluir el complejo de edificios de Pedrosa en la lista roja del patrimonio como llamada de atención por el riesgo que existe de desaparición, pero que considera que es un lugar «fácilmente» recuperable.
Pese a que la isla Pedrosa es uno de esos parajes que desprende una fuerza gravitatoria que atrae a los curiosos, todavía hay algunos en la propia región que no lo conocen. Es el caso de Valentín Cagigas, de Maliaño, y su pareja, Claudette Solar, natural de Cuba. Ambos viven en Heras, muy cerca de Pedrosa, y sin embargo hasta el pasado domingo aún no habían visitado la ínsula. «Sabía de su existencia desde pequeño y veía en redes sociales fotografías, pero no me había animado a venir hasta hoy», explicaba él. Mientras, ella no escondía su asombro de que «un lugar con tanto potencial esté tan abandonado». Razón no le falta, estamos hablando de una de las islas más grandes de Cantabria –nada menos que 10,4 hectáreas– unida a tierra firme por un puente, y que además está ubicada en un lugar privilegiado al fondo de la bahía de Santander y su magnifico estuario. Y no son sólo las panorámicas sin parangón que brinda, sino la propia naturaleza del islote, que forma un frondoso oasis arbolado predominado por eucaliptos −dicen que son de los primeros en ser plantados en la región−. «Con lo que cuesta encontrar espacios como este, se podrían hacer tantas cosas...», valoraba Claudette.
No obstante, enclaves naturales rebosantes de belleza en Cantabria no escasean. Lo que hace de Pedrosa un paraje singular es que está aderezado por los vestigios de su antiguo lazareto −destinado a alojar a personas terminales procedentes de Cuba y de otras partes del mundo con lepra y enfermedades tropicales− y posterior Sanatorio Marítimo Infantil inaugurado en 1914 especialmente para tuberculosos. Con lo que sus caminos conducen por medio de una frondosa, verde y salvaje naturaleza a edificios decimonónicos en ruinas. Por todo ello, se trata de un lugar rodeado de historia, misterio e incluso un ambiente fantasmagórico −hay quienes afirman que se han registrado fenómenos paranormales− que refuerzan su magnetismo.
Tanto atrapa Pedrosa, que muchos de los que ahí estuvieron no se terminaron de ir del todo. Rafael del Río, vecino de Villaverde de Pontones, estuvo ingresado ahí en el 63, cuando sólo tenía siete años a causa de una tuberculosis ósea, y cada cierto tiempo visita Pedrosa para recordar viejos tiempos. «Me operaron aquí, era un hospital de beneficencia, pero estaba muy bien dotado y con buenos médicos», recuerda, al tiempo que señala que estuvo «ocho meses». «Había niños de toda España. Yo tenía suerte porque, al ser de aquí mi familia y amigos, venían a verme una vez a la semana, pero otros no recibían visitas nunca».
Dado que el hospital cerró sus puertas en 1988 y llegó a contar en su momento de mayor esplendor con 600 camas, no es difícil toparse con testimonios como el de Rafael. Carmen Noriega, vecina de Santander, también fue paciente, pero mucho más tiempo a causa de la polio, que le obligó a entrar y salir de Pedrosa repetidas veces desde los 11 a los 19 años. «Las vivencias ahí dan no para escribir un libro, sino tres», apostilla. De hecho, fue en el sanatorio donde conoció a su marido, con el que ya ha cumplido sus bodas de oro. Además, formó «una familia» de compañeros con los que hace poco pudo reencontrarse gracias a las redes sociales, y mantienen el contacto con quedadas por el país. «Nosotros pasamos la otra pandemia, la de la polio, y ahora nos toca pasar esta», dice con buen humor la mujer, que recuerda vívidamente los años en Pedrosa. «Lo de los fantasmas no te lo creas, porque con todo el tiempo que pasé ahí, yo nunca vi ninguno», asegura.
Está claro que Pedrosa es escenario de películas muy reales, pero su imagen cada vez está más en blanco y negro. El deterioro del complejo avanza imparable y raudo. Viéndolo, nadie diría que tan sólo lleva treinta años de abandono. Sorprende lo quebradizos que pueden ser los muros ante la desidia. Sólo una parte de las construcciones está en uso en la actualidad con un centro de menores y un centro terapéutico de reinserción de drogodependientes y la sede de la Fundación Cántabra de Salud y Bienestar. El resto de edificaciones está perdiendo el aliento que algún día ayudó a recuperar a tantos tuberculosos.
Tanto los expresidentes Juan Hormaechea como Ignacio Diego plantearon la posibilidad de construir ahí un hotel de lujo que no llegó a ver la luz. Desde el Ayuntamiento de Marina de Cudeyo confirman que no tienen constancia de que el Gobierno regional tenga actualmente a la vista ningún proyecto de recuperación. Mientras, la memoria de Pedrosa se resquebraja y se agrieta por momentos.
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