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Jesús Ángel Gómez, Jesu, a la derecha, con los parroquianos en el último día del local. DANIEL PEDRIZA
El último blanco de solera del icónico bar La Mina de La Cavada

El último blanco de solera del icónico bar La Mina de La Cavada

HISTORIA ·

Después de más de un siglo y cuatro generaciones, cierra uno de los establecimientos más antiguos de Riotuerto

Héctor Ruiz

La Cavada

Lunes, 11 de abril 2022, 07:19

Tras más de 130 años de actividad, el emblemático bar La Mina de La Cavada (Riotuerto) ha servido ya su último blanco de solera. Ese vino que los domingos de la época de más trajín del local se servía junto a mejillones y rabas. La clausura definitiva llega con la merecida jubilación de su actual propietario, Jesús Ángel Gómez, conocido popularmente como Jesu, con el que muere una larga saga familiar de hosteleros y comerciantes que fundó su bisabuelo en ese mismo establecimiento en 1888. Con el cierre se va un testigo de la historia de Riotuerto y también de la región, puesto que La Mina era uno de los últimos bastiones de esos socorridos y variopintos negocios de antaño, en los que no sólo se tomaba algo, también era comercio de ultramarinos, estanco e incluso bolera.

Cuatro son las generaciones de la familia Gómez tras la barra de La Mina, un negocio que ha ido pasando de padres a hijos hasta llegar a manos de Jesu. Ahora le ha llegado el momento de retirarse, pero no tiene hijos a los que ceder el testigo. «Claro que da pena, esto lo ha supuesto todo para los míos», confiesa. Tal vez por eso es reacio a colgar el cartel de 'se alquila' o se 'vende', porque en esas cuatro paredes está su legado y sus recuerdos, «muchos buenos, y otros no tanto», pero suyos al fin y al cabo, Y convivir con la idea de dejar todo ello en manos de alguien ajeno no debe ser fácil.

El primer capítulo de esta historia lleva la letra de Eusebio Gómez, cuyo emprendimiento le llevó a abrir el negocio en 1888. Y lo de que está escrito por él no es en sentido figurado, porque todavía se conserva un letrero hecho por Eusebio que es testigo incuestionable de ese origen. No es el único texto suyo que atesora su bisnieto cuyo relato deja ver que se trataba de un hombre peculiar. «Él era medio poeta», dice el hostelero de su antepasado a raíz de unas «rimas» firmadas por él que perduran como una especie de almanaque del tiempo. «Por ejemplo hay una pieza suya que relata cuando llegó el tren a La Cavada por primera vez en 1908», con lo que actuaba, tal vez sin ser consciente, de cronista de la época.

La primera imgaen es de la Peña Bolística San Cipriano, con sede en La Mina,y su fundador, Ángel Gómez, arriba a la derecha. La segunda foto es del primer propietario, Eusebio Gómez, y la última su hijo y heredero, Jesús Gómez, abuelo del actual dueño. DM.
Imagen principal - La primera imgaen es de la Peña Bolística San Cipriano, con sede en La Mina,y su fundador, Ángel Gómez, arriba a la derecha. La segunda foto es del primer propietario, Eusebio Gómez, y la última su hijo y heredero, Jesús Gómez, abuelo del actual dueño.
Imagen secundaria 1 - La primera imgaen es de la Peña Bolística San Cipriano, con sede en La Mina,y su fundador, Ángel Gómez, arriba a la derecha. La segunda foto es del primer propietario, Eusebio Gómez, y la última su hijo y heredero, Jesús Gómez, abuelo del actual dueño.
Imagen secundaria 2 - La primera imgaen es de la Peña Bolística San Cipriano, con sede en La Mina,y su fundador, Ángel Gómez, arriba a la derecha. La segunda foto es del primer propietario, Eusebio Gómez, y la última su hijo y heredero, Jesús Gómez, abuelo del actual dueño.

Jesu no le conoció, como tampoco conoció a su abuelo, Jesús Gómez, que falleció antes de que él naciera y al que, al tratarse del único hijo varón de Eusebio, correspondió coger las riendas de La Mina. Cada uno de los Gómez al hacerse cargo del establecimiento se propuso dejar en él su impronta y en el caso del abuelo fue a través de su afición por los bolos, por lo que dotó al negocio de dos pistas. «Ahí jugaba la gente del pueblo», dice Jesu, aunque también apostilla que una de ellas terminó sirviendo como «pista de baile» para las concurridas fiestas de los domingos que se celebraban por aquel entonces y que se movían al son de «un organillo de los de antes».

Apostando por los bolos continúo el hijo de Jesús y padre de Jesu, Ángel Gómez, cuando le llegó su momento. En su caso aprovechó las boleras construidas por su progenitor y se propuso dar un paso más:profesionalizar la actividad. Para ello fundó la peña San Cipriano, que más tarde acabó incorporando su propio nombre como impulsor y que, a día de hoy, sigue activa jugando en Segunda y con el bar La Mina como sede. Es lo único que Jesu piensa mantener ahora que se retira.

En peligro de extinción

En medio de ese negocio con una larga barra y un mostrador rebosante de productos y parroquianos echando la partida a la salida del campo dio sus primeros pasos Jesu. Con su padre, Ángel, y su madre, Lorenza Gutiérrez, trabajando de sol a sol. Una báscula antigua perdura en el mostrador como vestigio del pasado y dando idea de lo mucho que ha cambiado la escena: de cómo La Mina es uno de los últimos ejemplares de una especie en extinción, que tenía desdibujadas las líneas entre un bar, tienda de ultramarinos y estanco. «Yo comestibles he tenido siempre hasta que he cerrado, pero, claro, las grandes superficies empujaron a que finalmente funcionara más como bar», explica el hostelero.

El negocio era uno de los pocos que quedaban con tienda de ultramarinos, bar, estanco y bolera

Jesu nunca se planteó otro destino, siempre echó una mano en el local familiar y aceptó de buen grado su gestión cuando su padre se retiró a los 65 años. No obstante, su progenitor era de otra generación −de esa que les costaba soltar lo que siempre habían conocido− y al igual que Lorenza siguieron echándole una mano a su vástago en La Mina hasta que la salud se lo permitió. Y eso que Ángel fue muy longevo, alcanzó los cien años, aunque los últimos diez no fueron fáciles para él.

El último capítulo de La Mina tampoco ha sido un camino de flores, la pandemia lo ha hecho más bien cuesta arriba. Fueron muchos días de cierre, algo que el negocio no había conocido en sus 134 años de historia. «Mis padres no tenían un día de descanso semanal, como mucho no abrían para una boda o algo muy especial», dice el propietario, que siguió con esa costumbre. Y pese a que la última etapa ya no era como la de antes en la que el trajín impedía tomar un respiro en todo la jornada porque el vermú de la mañana se solapaba con la partida de la tarde, Jesu ha levantado la persiana «prácticamente todos los días», aunque fuera en un horario más flexible. Así que extraña ver La Mina apagada, como ahora, pero no queda más que acostumbrarse porque el pasado 31 de marzo sirvió su último blanco de solera.

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