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Los jabalíes continúan haciendo de las suyas en Ribamontán al Mar. Ajenos al revuelo que se genera cada vez que realizan una desafortunada aparición. Como la del sábado en Loredo. Concretamente, en la finca de María Luz Calvillo, propietaria de la Posada La Merced. Territorio ... conocido para los cerdos salvajes el jardín de María Luz, que está lleno de hozaduras, agujeros, faroles rotos y árboles medio caídos. Es el rastro de los jabalíes con el que se encuentra esta mujer cada mañana. Su 'buenos días'. Quién le iba a decir a ella que el sábado sería distinto –peor- y que terminaría huyendo del suido. «¡ay, ay, ay, ay! tú date cuenta de cómo lo tuve que pasar cuando me encontré al jabalí en la puerta de casa». El susto lo lleva dentro María Luz. Y fuera también, porque no deja de realizar ademanes para enfatizar su acalorado discurso. «Me levanté a las ocho menos cinco de la mañana para sacar a la 'perrina', a la que siempre llevo bien amarrada por si hay algún jabalí». Y lo hubo. Vaya que si lo hubo. «Y cuál será mi sorpresa cuando veo salir de la zona del aparcamiento –junto a la casa de los huéspedes- a un cerdo salvaje que se dirige corriendo hacia mí». La mujer agarró a la perra y se pegó con ella al muro de la vivienda para tratar de apartarse de la trayectoria que llevaba el jabalí. Lo consiguió y por suerte, el animal «pasó de largo» hasta que desapareció de su vista. El problema es que, con el susto, la vecina de Loredo se cayó y se hizo daño en las rodillas. «Parecía que estaba toreando un jabalí», relataba ayer, todavía alterada.
No recuerda cuánto tiempo permaneció apoyada contra el muro con la perra en los brazos. Temblándole las piernas. «Cuando por fin logré entrar en casa estaba muy nerviosa y no me atrevía a salir otra vez». Tampoco llamó a nadie, «porque mis familiares estaban todos de viaje». Se le fue pasando el susto y ya en frío, notó el dolor en las rodillas. «No podía ni andar», así que decidió acudir a urgencias. Cuatro horas más tarde, volvía a la posada, precavida y a paso lento, marcado por el ritmo del miedo. «Porque tengo miedo –admite- y un problema muy, muy, muy grande», repite. «Estoy deprimida y me dan ganas de llorar, Lucía». No solamente por el episodio con el animal salvaje, sino porque está cansada de la incursión de los suidos en su césped y en su vida. En que esa sea su gran preocupación todos los días. «Me estoy planteando instalar un cercado eléctrico, pero es difícil de gestionar con la estancia de los clientes en la posada». Las visitas de los jabalíes no casan bien con el negocio.
La reacción vecinal no se ha hecho esperar. «Todo el mundo lo sabe, porque me pasa a mí y le pasa a la vecina de enfrente». Los jabalíes cruzan la carretera, destrozan los setos, se cuelan en el patio de las casas... Desde la Consejería de Desarrollo Rural afirmaron hace un mes que estudiarían «de forma urgente» la forma de erradicar este problema en Ribamontán al Mar y Escalante. Los vecinos continúan a la espera y los jabalíes siguen paseando a su libre albedrío. Alterando la cotidianeidad de este pueblo cántabro, al lado del mar.
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