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Este jueves era 15 de agosto y en los Valles Pasiegos esta fecha sólo significa una cosa. Es el día en el que se sacan del joyero las alhajas y del altillo los trajes antiguos. Incluso alguna se echa a la espalda el cuévano para ... lucirlo. Cualquier detalle es poco para acudir bien engalanado a la cita anual con la patrona. Y por mucho que apretase el calor esta vez, no han sido pocos los que se han dejado ver con impoluto rigor desde el pañuelo de la cabeza hasta las alpargatas sobre las que caminaban. Más mérito aún tuvieron ellas, a las que el amenazante mercurio no les hizo quitarse ni una de sus abundantes capas. Y mira que las telas son recias. Pero son mujeres, y encima pasiegas. Así que ahí que aguantaron estoicas, aún con la gota de sudor resbalando por la frente, como sus antepasadas, como auténticas amas de cría.
Son las seis de la tarde y toda la pradera del templo mira a un solo punto. A la Virgen, que reclama la atención con su mantón azul marino oscuro con detalles dorados. Cuando todos los presentes entonan a una: «¡Valvanuz, no hay reina, no hay tesoro, no hay madre como tú!». Con esa estrofa de los cientos de presentes coreada al unísono se cierra una romería más. Una vuelta más de la patrona a su santuario. Y arropada, como siempre, con todo el color de sus devotos. Panderetas que mueven al son de la música cintas vivarachas. Igual que lo hacen las castañuelas. Danzantes con estampados en sus telas y alegría en sus movimientos. Y jóvenes que levantan los llamativos estandartes de sus hermandades. Pero eso sí, sobre todo, y con permiso de la Virgen, las que son verdaderas acaparadoras de miradas son las engalanadas amas de cría.
Pocas tienen trajes auténticos, heredados de sus antepasadas. Lo habitual es que sean de más o menos reciente confección, aunque no les falta detalle y parecen originales. Entre ellas están las tres hermanas Abascal, carredanas, y una de ellas, Conchi, explica que prepararse un traje de ama de cría requiere «de mucho dinero y tiempo». Eso sí, las joyas sí que son de pura cepa. Lo confirma en lo que enseña unos pendientes de coral de su abuela, mientras una de sus hermanas muestra una medalla que lleva colgada al cuello con una moneda antigua de Alfonso XIII.
Del mismo monarca son las pesetas que luce a modo de botones Enrique Ruiz, de Selaya. Porque los hombres también cumplen. Él todos los años sale con un traje que le confeccionó su mujer, aunque a ella lo de vestirse de época no le atrae en demasía. Le acompaña en su lugar una amiga y vecina «de toda la vida», Estela Barquín, que sufre algo más el calor que Enrique. La mujer no para de abanicarse con esa expresión que habla sola y dice «una y no más». Pero seguro que la habrá. ¿Por qué se viste de ama de cría si ve que hace tanto calor? «Más he sudado otras veces, hacerme el vestido me costó mucho y hay que lucirlo», responde mientras enseña las capas que lleva encima. Más de cuatro, y bien gruesas. Para ella ya van «13 años» asistiendo.
Y los que quedan, porque ir a Valvanuz es una promesa de que te encontrarás viejos conocidos. Los de siempre. Incluso la presidenta de Cantabria, María José Sáenz de Buruaga, que acudió al templo a la misa de la mañana. Aunque esta vez no se animó a hacerlo vestida de pasiega como el año pasado. Puede que por eso del calor, porque en la pradera de Valvanuz hubo hasta paraguas, pero no contra la lluvia sino contra el sol.
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